Las universidades españolas están muy cerca de ser una excepción en el panorama general porque, hasta ahora, ni han competido entre sí, ni se distinguen por la búsqueda de calidad. Para los españoles lo más relevante sobre una universidad era su ubicación: cuanto más cercana, mejor. Esto debería cambiar porque nadie funciona ya con esa clase de criterios. En España, muchos han aprendido a palos que el título conseguido no les sirve para gran cosa, y se han decidido a estudiar en el extranjero, o a hacer un master prestigioso y, lógicamente, caro, para poder competir en el mercado del empleo.
Las universidades debieran ser abiertas, competitivas y especializadas, o no ser. El primer obstáculo para que todo pueda cambiar está los criterios para su financiación: las universidades no pueden poner un precio adecuado a las matrículas, fijadas por ley de acuerdo con uno de los numerosos y memos dogmas de lo políticamente correcto, ni competir seriamente por mejorar la calidad de sus profesores; así, si el estudiante obtiene poco, tampoco piensa haber perdido mucho.
La Comunidad de Madrid ha promovido, a través de su Consejo Económico y Social, la realización de un excelente estudio sobre las universidades españolas dirigido por Mikel Buesa. Se trata de un intento serio para establecer con claridad un ranking universitario conforme a una gran variedad de factores. El retrato está lleno de interés, y no va a resultar muy agradable para muchos rectores de universidades que gozan de un prestigio enteramente inmerecido. Es un primer paso para saber de lo que estamos hablando, pero falta mucho por hacer en el orden legal para que las universidades pudiesen empezar a competir, a hacer lo que hacen habitualmente y de manera natural la totalidad de las mejores y más reconocidas universidades del mundo. Para nuestra desgracia, son muchos los que preferirán seguir viviendo en una isla burocrática, sin integrarse en la muy competitiva sociedad del conocimiento, pero así no se debiera seguir.
[Publicado en Gaceta de los negocios]