Carta de un funcionario

Un amigo verdadero, funcionario en un puesto modesto, trabajador, entregado, competente y decente, me escribe una carta quejándose de que la opinión pública les eche la culpa del despilfarro, del desastre. Me manda un escrito con el que dice solidarizarse. El escrito comienza diciendo, de manera un tanto sospechosa, “en los últimos días, la cloaca política y mediática neoliberal ha babeado de placer ante los ecos de una posible congelación salarial a los funcionarios. Sin embargo, nada sería más injusto que pasar la factura de la crisis a este colectivo. Así, en los momentos de hervor económico y ladrillazo, un encofrador podía duplicar el sueldo de un Técnico Superior de la Administración, y para conseguir que un albañil viniera a casa había, poco menos, que apuntarse en una lista de espera y cruzar los dedos”. Da la impresión de que al funcionario escribiente le cabrea más el jolgorio de los neoliberales que la reducción salarial que les ha colocado ZP. Transcribo lo que le contesté a mi amigo: Hay mucha verdad es el texto que me mandas, pero también mucha demagogia, y mucho maniqueísmo. Empecemos por lo último: resulta que las contraposiciones entre buenos y malos (los funcionarios y los neo-liberales, los que se inflaron con la construcción y los estudiosos opositores) sirven habitualmente para no analizar los problemas con algo más de finura. Lo principal que nos pasa no es que padezcamos un pésimo gobierno, que no es culpable de la crisis, pero sí es culpable de no haberla afrontado y de haberla empeorado con su gestión; no, más grave es todavía que haya tantos electores que no comprenden el mundo en el que viven, que, desde luego, no es mundo justo, pero nunca lo ha sido, aunque sea mejor que el de los años 30 o 60, por ejemplo.
No vivimos en una sociedad del mérito intelectual, de sobra es evidente. Pero los funcionarios no somos lo mejor de este país, ni siquiera los que se puedan considerar, con motivo, los mejores de su especie. Hay demasiadas pocas cosas buenas en España, y solo abunda el que quiere echarle siempre la culpa a los demás, especie en la que ZP es absolutamente ejemplar.
El aumento desmedido del gasto público es una de las razones por las que el gobierno está a punto de hacer naufragar el euro, porque en una situación de crisis el Estado debería haber dado ejemplo de contención, y es archiclaro que no lo ha hecho. Al dilapidar el dinero, se lastran las posibilidades de recuperación de la crisis porque no hay liquidez para continuar los negocios, ni hay nadie dispuesto a arriesgarse a emprenderlos nuevos. El paro no es la causa de la crisis, sino su consecuencia, y, luego, su agravante. Pretender que eso pueda arreglarse con mayor gasto público es una locura (planes E o Z o como se llamasen y cosas así).
Yo creo que es injusto cargar a los funcionarios con los costos, pero es el gobierno quien no se atreve a asumir otros recortes, porque van contra su política, y cree que los funcionarios no se volverán contra él, sino contra los neo-liberales y trampantojos similares. Es evidente que hay parar el gasto y que lo fácil, e injusto, es castigar a los pensionistas y los funcionarios, aunque no todos se merezcan lo que se ganan, como tú sabes muy bien. Sería deseable, pero es imposible, distinguir entre buenos funcionarios y una auténtica plebe de parásitos que ha crecido como plaga en estos años de democracia (imperfecta, por supuesto). A la muerte de Franco había 700.000 funcionarios; es evidente que eso habría de crecer, pero también es obvio que es absurdo suponer que se necesiten más de 3.500.000, si no me confundo de dato, sin contar con liberados sindicales y cargos políticos. Por hablar de lo que yo conozco, las universidades, los funcionarios públicos españoles, que son la mayoría de sus miembros, como yo mismo, no son capaces de hacer que ninguna de las españolas aparezca entre las 200 mejores del mundo, por ejemplo.
Son las subvenciones (que suman miles de millones) lo primero que habría que cortar, pero eso sí es incompatible con ser ZP. No sé si la gente sabrá aprender, pero discursos del corte del que me mandas hacen poco por la causa. Seguimos hablando. Un abrazo,

Palimpsesto digital

Me rondaba por la cabeza la palabra palimpsesto, y no sabía bien a qué pudiera deberse. Imaginé que, como andaba escribiendo sobre cosas de libros y culturas, la repetida aparición del palabro en mi cabeza, se podría explicar por su relación con la historia de los soportes de la escritura, pero, como de repente, tuve una revelación. Me acordaba del palimpsesto porque con ese nombre se conoce a los manuscritos antiguos, en rollo o en códice, que han sido parcialmente borrados para escribir encima un nuevo texto, y tenía ante mí un auténtico palimpsesto informático. Mejor dicho, tenía dos. Una notificación de un juzgado y una respuesta de un órgano administrativo municipal. Dos papeles ininteligibles y absurdos en los que lo único que quedaba claro es que yo no tenía razón, dos palimpsestos como dos casas, como luego se verá.

Recuerdo muy bien cuando oí por primera vez hablar de que los ordenadores iban a simplificar la administración: iba andando por una calle de Londres con un viejo amigo que vivía allí y del que apenas he vuelto a saber nada. Era, más o menos hacia 1978, es decir que ya ha llovido. Pues bien, la cosa no ha sido así: la informática no ha agilizada la administración sino que ha vuelto más soberbios y ensimismados a los funcionarios que la encarnan. Todos tiene a mano un texto viejo que pueden repetir a golpe de tecla, un palimpsesto que se modifica y se personaliza sin apenas esfuerzo, algo así como el paraíso de la rutina. No hay que preocuparse por la escritura porque el PC te lo da hecho… y si el ciudadano no entiende que se vaya enterando.

La administración no nos contesta, nos envía palimpsestos, y con ello nos muestra su amor al pasado, su sabiduría y su escasa propensión a darnos a entender otras razones que las muy viejas del ordeno y mando. Modernización en los medios, perseverancia en los fines, y el que no tenga padrinos administrativos que no pretenda bautismarse, faltaría más.

Reinventar una economía

Una de las sensaciones más penosas que nos transmite el Gobierno es la de que no acaba de entender qué podría hacer él para sacarnos de esta crisis. Sus intentos de echar las culpas a cualquiera son patéticos, además de desvergonzados. Yo no creo, desde luego, que ningún gobierno pueda arreglar un estropicio como el presente, pero estoy seguro de que pueden agravarlo si insisten en aplicar soluciones falsas.

Hace unas semanas, llevado por mi afición a los ferrocarriles, di en recorrer parte de  la vieja línea  de  Guadix a Águilas. La línea se construyo pensando en el mineral de hierro y en el mármol, y algunas de sus estaciones eran pueblos puramente mineros, enteramente artificiales que debieran haber desaparecido al suspenderse la explotación minera, pero no ha sido así.  Por allí no queda ni rastro de la minería, pero han encontrado un nuevo filón en la agricultura de primor y sus terrenos se han unido a esa inmensa mancha de techos plásticos que cubren gran parte del sudeste más próspero. Son pueblos que supieron reinventarse antes de morir.

Crisis financieras aparte, a nuestra economía le hace falta una auténtica reinvención porque los sectores que la impulsaban han entrado en una crisis que tal vez no sea terminal pero que es grave y duradera. Es tiempo de inventar, de que cada cual se pregunte qué puede hacer, qué puede ofrecer a los demás que tenga un valor, que sea interesante, atractivo y barato. Para eso nos sobran los funcionarios y nos faltan emprendedores, pero nuestros diversos gobiernos, se empeñan en aumentar los funcionarios (ya tenemos más de tres millones) y en sospechar de los innovadores y someterlos a un régimen de trabas, inspección, burocracia y sospecha.

Ya sé que no es fácil innovar, que no es fácil inventar, pero por difícil que resulte ese camino es más prometedor que la desesperante espera a que el gobierno y los funcionarios inventen algo positivo, algo que no signifique tirar el dinero. Ahora nos preocupamos del paro porque crece de manera inmisericorde, pero nos olvidamos de que nos estamos quedando casi sin nada que vender en el mercado global y que dos de los sectores en que algo vendíamos, el automóvil y el turismo, están muy de capa caída por la crisis general y por la competencia de productores competitivos y baratos.

Mientras la esperanza de muchos de sea evitar los riesgos al arrimo de un puesto público, nos irá cada vez peor. Es evidente que hacen falta funcionarios, pero pocos y competentes, lo que ahora no es el caso por la continua relajación de los sistemas de acceso. En cambio el camino de los emprendedores es cada vez más duro, y no es sensato seguir poniendo pegas a la única política que podrá recuperar nuestra economía en el medio y el largo plazo.

[publicado en Gaceta de los negocios]