Un apunte catalán para hablar de Del Bosque y de Mourinho

Pese a ser el día de la cosa catalana, el Hércules, en plan facha, le ha metido un 0-2 al todopoderoso Barça. Es lo que tiene el fútbol, que es casi tan imprevisible como la política catalana. Fíjense si es imprevisible que hoy he leído en La Vanguardia la carta de un lector que afirma que es un hecho histórico extraordinario que tras más de 300 años de exterminio, son sus palabras, subsista la cultura catalano-valenciano-ísleña.
Volvamos al fútbol, que es un tema serio. Ya se han disipado los ecos del escándalo por la derrota de la selección española frente a Argentina, en un partido amistoso. Me alegro por los argentinos, porque seguro que hay alguno que piensa que los españoles estuvieron casi tres siglos tratando de exterminarlos. Creo que Del Bosque hizo bien en alinear frente a Argentina a gente que tiene menos oportunidades de jugar; la mala suerte y el exceso de relajación, con noche de juerga o sin ella, dieron lugar a un abultado resultado del que podemos olvidarnos sin problema. Los argentinos encantados, y nosotros a ganar los partidos de competición, siempre que el contrario nos deje.
Hoy he estado en el Bernabeu y me ha gustado lo que se ha visto, lo que creo sea la mano de Mourinho. El Osasuna, que tampoco es el Barça, no vayamos a engañarnos, no ha tirado ni una sola vez a puerta, porque no ha podido. La defensa comienza a existir y el equipo tiene unidad, todavía no brilla, pero patina menos que de costumbre los últimos años. Ozil es un gran fichaje, sin duda. Benzema ha luchado, pero parece que todavía no consigue despertarse a la hora. Ronaldo ha dado algún pase lógico y brillante, toda una novedad, lo que permite esperar que se acabe convirtiendo en un jugador de equipo y no en esa especie de tornado cabreado y fallón que ha sido tantas veces. Es pronto para echar las campanas al vuelo, pero puede que la temporada no resulte tan decepcionante como la del pasado año, ese quiero y no puedo entristecido de Pellegrini que acabó decepcionando a todos.

Chesterton y el fútbol

Si hay algo que me pudiera haber gustado más que ser un astro del fútbol, sería escribir como Chesterton. Ahora que lo pienso, no recuerdo ninguna referencia del autor al fútbol, lo que me confirma en mi sospecha de que el fútbol ha llegado a ser lo que es a partir de la década del cincuenta. Chesterton escribe, sin embargo, como pudiera hacerlo un futbolista que dominase todas las suertes del juego, el regate corto, el desmarque, el pase largo, el arranque imparable, el tiro a la media vuelta, la vaselina, el pase al hueco, o cualquiera de los recursos sorprendentes de todos los buenos jugadores.

Por esa razón leer a Chesterton es instalarse en la sorpresa y, de vez en cuando, sentir ganas vehementes de gritar o de aplaudir frenéticamente; lo malo es que la lectura es un vicio solitario y todo lo que uno puede hacer es interrumpirse para reír a carcajadas, pero se corre el riesgo de que te tomen por loco. Hay una cosa todavía más llamativa en los textos de Chesterton que su carácter dinámico, revelador; es muy difícil no estar de acuerdo con lo que dice, lo que realmente es una rareza, sobre todo si, como me parece que es mi caso, se lee a la contra, tratando de quitarle el balón al autor para meterle un gol por la escuadra.

Los escritores que se dejan ganar no son siempre los peores, pero con Chesterton se te quitan las ganas de jugar y te pones, simplemente, a ver el partido que, en consecuencia, acaba siempre con goleada. Todo esto viene a cuenta de una cosa que ayer subrayé leyéndolo, y que dice algo así como que es un grave error suponer que la ausencia de convicciones definidas proporcione libertad y agilidad. No pude evitar el sentimiento de que, como diría Billy Wilder, nadie es perfecto: es obvio que Chesterton no es un posmoderno, y, por supuesto, que no ha tenido el placer de convivir con ZP, aunque no creo que esto pueda considerarse una carencia.