El duopolio

El comienzo de la Liga de fútbol de primera división anuncia repetición del duopolio imperfecto de estos últimos años. El Real Madrid a la caza de un Barcelona aparentemente insuperable, y los demás a jugar a otra cosa. Me parece muy malo para el fútbol y para los españoles que las cosas estén así. Me parece mal por tres razones: la primera  porque habrá una mayoría de partidos que no tendrán el mínimo interés, lo que niega la esencia misma del fútbol; la segunda porque creo que el fútbol se resiente por las prácticas de gobierno y competitividad disminuida que han hecho que se pueda llegar a esto; la tercera es porque el enfrentamiento entre el Barcelona y el Real Madrid se politiza de manera casi irremediable y eso es un desastre para todos, y no solo para los que ahora parecemos llevar la peor parte. 
El estudiante aplicado, versión 2.0

Hoy hace un año

Hoy hace un año viví unos de los momentos más emotivos de mi vida. España ganó el Mundial de fútbol, algo que parecía imposible que sucediese. Creo que la calle se llenó de gente que estaba entusiasmada por esa victoria, y por lo que significaba. Siempre he pensado que esta España nuestra está en todo  muy por debajo de lo que podría estar, debido a viejos vicios que no nos dejan vivir tranquilamente, a abusos de todo género, al increíble poder que llegan a alcanzar muchos muy, pero muy, tontos. No hay más remedio que reconocer que la culpa es de los que lo consentimos, desde luego, pero ver cómo se había logrado una meta tan alta y difícil haciendo las cosas bien fue realmente hermoso. ¡Ah! y además me gusta el fútbol, claro.  


Una utilidad maravillosa

Hoy toca hablar de fútbol, para desengrasar

Mi espíritu plebeyo, dicho sea en reconocimiento a tanto crítico ilustre del balompié, anda inquieto a la espera de lo que pueda ocurrir esta noche en el Bernabeu,  con el primer enfrentamiento entre el Real Madrid y el Barcelona, de los cuatro que vienen en menos de un mes. Como soy madridista, estoy temeroso, porque no olvido que el Barça nos ha ganado, me parece, en los últimos siete enfrentamientos, pero es seguro que esta racha criminal acabará alguna vez. Mi deseo sería ganar en las cuatro ocasiones, pero me parece complicado. Cedería con gusto el partido en Barcelona, e incluso el de esta noche, y hasta el de Valencia, a cambio de pasar a la final de la Champions, que sería, casi seguro, ganar la décima. Lo peor es que, si el Barça nos gana en la Champions, no se encontrará después con Mourinho para que le quite el campeonato, y mis esperanzas en lo que, eventualmente, pudieran hacer el Manchester o Raúl son bastante limitadas. 
Lo peor que nos puede pasar es que estos cuatro enfrentamientos sean cuatro sucesivas derrotas, humillantes palizas: la idea es casi completamente insoportable, pero, si llegara a ocurrir, prometo no desfallecer a la espera de esa dulce venganza que habrá de llegar, y me gustaría que eso sirviera para corregir lo mucho y malo que se ha hecho en los últimos años en el club de mis sueños, aunque imagino que esto pueda ser más difícil que ganarle las cuatro veces al Barça, pero el soñar es gratis. Esa gratuidad, o, mejor dicho, el exceso de bienes en relación con su costo, es muy típica del fútbol, de la emoción de belleza y triunfo que representa: pasión, geometría, orden, astucia y precisión, un conjunto de virtudes que nadie posee de manera completa, ni Messi, ni Xavi, ni Iniesta, por cierto, que son quienes más se acercan, hoy por hoy, a ese jugador ideal que muchos habríamos querido ser y que para desgracia nuestra juegan en el Barcelona. Que nadie se engañe, esa es su ventaja y solo nuestro bien asentado coraje y el hambre de gloria de una buena plantilla podrá eliminar a esos dragones que ya han humillado demasiado al madridismo.

El fútbol como sorpresa

Suponer que hay algo sorprendente en el fútbol debe sonar a chunga a cuantos están más que hartos de no oír hablar de otra cosa. Esto es así entre nosotros y no dejan de subrayarlo los que nos ven desde fuera: recuerdo una especie de road-movie, creo que de Tanner, en que su protagonista, al pasar por España camino de Lisboa, trataba de oír la radio desde el coche y no conseguía oír otra cosa que “¡goool!… ¡goool!” Hace unos días vi un excelente documental sobre España en un YouTube de un periódico y, en efecto, la primera imagen era también un balón rodando (¿por cierto lo recuerda algún amable lector?, me gustaría volver a verlo y no he sabido localizarlo). No me refiero, pues, a ninguna sorpresa de un fútbol raramente ausente, sino a la sorpresa que deparará, para cuantos gustemos del fútbol, y no necesariamente de sus abusos mediáticos, el resultado del próximo Real Madrid-Barça el sábado que viene.
Habrá sorpresa porque se dirán tantas cosas, que apenas podrá uno imaginar algo indecible. Pero habrá sorpresa también porque, una vez más, hay que esperar que el resultado de un lance derribe la mayoría de las teorías previas, que esta es una de las grandezas de este juego tan insoportable para quienes no lo aman.
Se pueden derribar, como mínimo, un par de mitos antagónicos, la perfección del Barça, el adefesio del Madrid; pero también pueden fortalecerse. Se puede terminar con ditirambos y con alegatos críticos, pero también pueden reforzarse. Nadie puede saber qué va a pasar, aunque todos lo sospechen y muchos lo teman. Resplandecerá así, aunque por poco, alguna de las enseñanzas más hondas de este deporte, que nada es previsible, que hay cosas que no pueden ser, que el tiempo se agota, que, al final, la verdad se nos impone, y que mañana ya no será nunca como ayer. Para quienes crean que el pasado es inmodificable recomiendo como ejercicio meditar sobre el fútbol y, para quienes no acierten a hacerlo, les puede ayudar la lectura de Jorge Manrique:
¿Qué se hizo el Rey don Joan?
Los Infantes d’Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
¿qué de tanta invención
que truxeron?
¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras de las eras,
las justas e los torneos,
paramentos, bordaduras
e çimeras?
Por si el ejercicio les resultase extremadamente doloroso, prueben con esta descripción, y consejo, de Louis Aragon: La vie est un voyageur qui laisse traîner son manteau derrière lui, pour effacer ses traces. No olviden que, mientras vivamos, mañana será siempre otro día.

Galeanos de todos los países

He visto hace unos días Eduardo Galeano en una tele, pontificando, como es lógico. Galeano parece un tipo valiente, de manera que no se privó de informar a los que estábamos viéndolo de lo injustos que estamos siendo en España con el juez Garzón. Tomen la lección de un gran sabio, de uno de esos que solo habla de lo que saben. La verdad es que estoy de acuerdo, pero al revés. Me parecieron admirables la sinceridad y la audacia de Galeano al mostrar sus simpatías pro Garzón en una de las teles del grupo Prisa. ¡Qué bonito es acudir en auxilio del vencedor cuando estamos en su casa!
La entrevista me hizo acordarme de algo que me llamó la atención al leer un libro de Galeano sobre el fútbol. El libro es un rimero de anécdotas más o menos hiladas que no ocultan del todo la admiración galeana por este juego. Esta escrito como una especie de almanaque. Galeano hace un alto algo más amplio que el que hace tras cada capítulo a la hora de introducir la conmemoración de cada uno de los mundiales. El autor se suelta el pelo con ese motivo y nos da unas gotitas de su visión más general, de cómo está el mundo y esas cosas.
Lo que me llamó la atención es que, a partir de los sesenta, repetía en cada repaso a uno de los mundiales una frasecita pretendidamente irónica y mordaz con la oposición a Castro. Pensé que, al acercarse al presente, Galeano se tomaría más distancia con la obra de Fidel, pero no, sigue haciéndole los coros.
Ya dije que Galeano me parecía un valiente, y esta fidelidad a Fidel lo demuestra, casi tanto como atreverse a hablar bien de Garzón en la tele de los Polancos. Da gusto ver a estos izquierdosos valientes y sinceros remar siempre a favor del agua. Lo que nunca entenderé bien es porque no se han ido todos a Cuba a trabajar para el partido o para el propio Fidel; supongo que tendremos que pagarles el sacrificio que han hecho por nosotros quedándose en sociedades capitalistas que se atreven a juzgar a jueces de su cuerda.

Higuaín

Ser aficionado al fútbol tiene sus inconvenientes. Uno de ellos es el riesgo permanente de oír tonterías, un género en el que muchos incluyen al fútbol, sin más. Me parece que la tontería, así, en general, juega un cierto papel muy de fondo en este asunto, pero me quiero referir ahora a un concepto, digamos, más técnico de tontería, a aquello que dicen, en ocasiones, algunos periodistas del ramo, a pesar de saber perfectamente que están diciendo algo que no dirían de no mediar intereses ajenos a lo que dicen estar comentando.

Dicen tonterías y, además, mienten, pero prefiero no llamar mentira a algo que tiene muy pocas posibilidades de engañar. En manos de los profesionales de la comunicación, el fútbol adquiere un nuevo poder, funda un nuevo negocio que, lógicamente, se apoya en el principal. Deben de alimentar a la opinión y a la pasión para que se les siga atendiendo en aquellos largos momentos en el que el fútbol está ausente. Es lógico, pues, que digan tonterías, que inventen cosas, que pretendan descubrir el Mediterráneo y reescribir a cada minuto la historia. El fútbol es tan potente que los sostiene y los resiste, pero ellos inventan tonterías y las siguen alimentando como si fueran realidades, temas genuinos de conversación inteligente, más o menos.

Una de las más notables que se vienen promocionando, sobre todo entre profesionales de una determinada cadena de medios, más entusiasta que juiciosa, es la del supuesto error del entrenador del Real Madrid por no alinear lo que llaman el tridente florentiniano, es decir, por no hacer que juegue Benzemá en lugar de Gonzalo Higuaín. Es una tontería que tropieza con el hecho evidente de que Higuaín es un futbolista excepcional, un personaje que ha aguantado, a muy corta edad, la postergación frente a nombres más poderosos, y que ha dado tardes gloriosas a la afición, además de goles bellísimos y decisivos. Naturalmente que a veces falla, pero también fallaba don Alfredo o el propio Zidane.

No estoy seguro de cuál pueda ser la causa para tratar de postergar, de nuevo, a Higuaín, pero me resisto a creer que sea cosa distinta del interés. El interés puede tener varias fuentes, aunque hay una que me parece especialmente innoble, la del halago a Florentino, como si el presidente del Real Madrid solo pudiera engrandecerse por el rendimiento de sus fichajes y no por el de los jugadores heredados. De ser así, se trataría de una tontería especialmente malévola que no traerá otra cosa que disgustos, en el caso improbable de que alguien les hiciese caso. No creo que suceda. Cuando alguien se coloca, o deja que le coloquen, por encima de lo que representa, siempre aparecen diversas faunas aduladoras, pero lo que suele pasar está perfectamente descrito en la literatura clásica, y no digo más.

Me supongo, por tanto, que la razón resida en alguno de los otros dos posibles motivos: el primero de ellos, que hay que vender, que hay que hablar de algo, pero preferiría que encontrasen mejores cebos; el segundo, que tengan algo que ganar a través de intermediaciones o contratos, lo que, desgraciadamente, está muy cerca de uno de los males del periodismo que se lleva entre nosotros, no solo en lo deportivo.

Yo, ni quito ni pongo rey, pero creo que prescindir de Higuaín es, hoy por hoy, un verdadero desatino, haya costado lo que haya costado el bueno de Benzemá, que, sin duda, tiene sus forofos.

El Barça

Una de las cosas más molestas que tiene la afición futbolística, tal como se vive entre nosotros, es que no le deja a uno admirar debidamente el juego de los rivales, aunque sean extraordinarios. Hablando en plata, que los que somos madridistas tenemos un permanente conflicto de conciencia a cuenta de lo bien que está jugando el Barça.

Nuestro madridismo nos lleva a desear la derrota de los azulgranas, pero como nos gusta el fútbol, no tenemos más remedio que admitir que, a día de hoy, el fútbol del Barça es infinitamente superior al del equipo de nuestros amores. Lo que ocurre es que los culés nos acosan inmediatamente con el recuerdo del reciente y doloroso 2-6 y el de otras humillantes derrotas (aquel 5-0 del dream team y otras vejaciones de las que prefiero no acordarme), y eso nos impide ejercer la grandeza de espíritu necesaria para reconocer que lo de Iniesta y Xavi es un auténtico portento.

Yo soñaba secretamente con que el Inter de Etoo eliminase al Barça de la Champions, pero ahora que no me oye nadie, tengo que decir que me alegro infinitamente de que ese fútbol maravilloso haya puesto en su sitio al fútbol rácano y marrullero que se hace en el país trasalpino. Naturalmente espero que el Madrid le gane al Barça el próximo domingo, pero porque me gusta creer en los milagros. Lo que me aterra, sin embargo, es la sospecha de que podamos estar entrando en una etapa en que la estadística ya no nos sirva de consuelo.

Más sobre el fútbol

Este post es una respuesta ampliada al comentario de Juan en mi post anterior sobre el fútbol. Juan dice que el fútbol es “una pasión que ha venido a sustituir el instinto guerrero, conquistador y dominador de nuestra especie”, lo que “podría explicar también otra peculiaridad de la pasión mundial por el fútbol, y es que sea Estados Unidos, la superpotencia bélica, el último resquicio del planeta que parece no haber sucumbido del todo al encanto del fútbol”. Bien visto por Juan; se trata, sin duda, de una de las razones. Yo creo, sin embargo, que hay mucho más. En particular, me parece que el fútbol tiene muchas de las propiedades que se supone debiera tener el teatro, “de la vida un traslado” que decía Tirso, porque es un remedo de la vida, y un espectáculo que no se entiende del todo sin pasión, sin formar parte del asunto, que es lo que nos pasa cuando vivimos. Se parece a la vida en que es largo y breve a la vez, en que pasa por etapas completamente distintas, en que no hay nada seguro. A pesar del Barça, ahora tan crecido, no puede haber en el fútbol alguien que siempre gane a enemigos de cierto nivel, como sí ocurre en otros deportes: Federer o Woods, por poner ejemplos obvios, siempre ganarán a un principiante, cosa que en el fútbol puede fallar. El fútbol, también se asemeja a la vida, en que vive en un continuo mercadeo, en que el azar juega un papel determinante, en que hay que cooperar, es un deporte de equipo, por más que nos fijemos en los galácticos, en que, pese a las apariencias y a a los periódicos, en realidad, nadie es más que nadie.

El fútbol, como la vida, da mucho que hablar, porque cada segundo está preñado de posibilidades, aunque casi siempre queden en nada. A diferencia de otros espectáculos, como el toreo, en el que el coeficiente de subjetividad es alarmantemente alto, con perdón de mis amigos entendidos, que algunos tengo, en el fútbol hay un nivel muy alto de técnica y de objetividad. También pasa con la vida, que se parece más a un partido que a cualquier corrida. No es lo mismo darle al balón así que de otro modo, de la misma manera que no es lo mismo hacer algo hoy que hacerlo mañana: los resultados cambian.

A mí me parece que eso es lo que ha hecho que el fútbol haya podido llegar a ser tan importante, tan popular: es filosofía para princesas, sabiduría sin llanto, metafísica en vena. Todo lo cual quiere decir que también es, a veces, un insoportable pasatiempo.

Lo decisivo no es que ahora sea lo que evidentemente es, una especie de religión universal, sino que haya podido llegar a serlo, a ocupar un lugar que el resto de deportes no acaba de ocupar. De ninguna manera me parece que la clave de su éxito pueda estar en su supuesta vulgaridad. Conforme al dicho popular, algo tiene el agua, cuando la bendicen.

Fútbol

El sábado asistí al comienzo de la Liga en el Bernabeu. El espectáculo me pareció, una vez más, extraordinario. No me refiero ahora al juego, sino al público, al fenómeno humano. ¿Qué es exactamente el fútbol? ¿Qué significan esas, aglomeraciones, esa pasión? Me gusta el fútbol como deporte, pero me intriga mucho más el espectáculo, el significado que pueda tener esa conversión del fútbol en algo que interesa a tantísima gente, en cualquier lugar, un fenómeno mundial en sentido estricto. La mayoría de las opiniones que ruedan en relación con esta clase de preguntas, se fijan en una serie de caracteres más bien negativos. No diré que no tengan fundamento esas críticas, pero es posible que quienes las repiten, normalmente con aire de superioridad, se pierdan algún aspecto interesante de este fenómeno tan singular.

No pretendo, en esta breve nota, descubrir nada, sino llamar la atención sobre algo que cuando lo contemplas con frialdad resulta casi incomprensible. ¿Qué hace que cientos de miles de personas se emocionen al tiempo por algo que, en realidad, podríamos decir, les debiera ser indiferente? Si en el estadio consigues distanciarte de la pasión común, el espectáculo es increíble. Ves cómo se suman los sentimientos, las pasiones. Gente que no se conoce, se abraza, y personas de exquisita educación pueden prorrumpir en improperios completamente extraños al resto de su vida para con el contrario, o con el arbitro.

Es un hecho que se pueden sumar las pasiones para crear y/o fortalecer un alma colectiva. También es obvio que el fútbol tiene esa capacidad, o, mejor dicho, que se la ha ido ganando poco a poco, con esfuerzo; tal vez pueda perderla en algún momento. ¿Dónde estaba todo ese torrente emocional antes del fútbol? ¿Qué pasaría en un mundo post-futbolístico? Hay unas cuantas preguntas de este tipo que no me parece que tengan una respuesta suficiente e inmediata en la tópica al uso. Sería interesante pensar en ello, supongo, aunque con ello no habríamos hecho sino empezar. Tal vez ocurra que el fútbol tenga propiedades que no sabemos ver, al menos a primera vista, que se ocultan tras la maraña de ideas que habitualmente esgrimen los que detestan el fútbol y/o sus exageraciones. En contraste con las emociones, no está claro que las inteligencias se puedan sumar, al menos no lo hacen tan fácilmente.

Fútbol

De entre todos los deportes que, además, existen como espectáculo, el fútbol es, probablemente, el que resulta más parecido a la vida y, tal vez por eso, el más capaz de provocar entusiasmo y suscitar pasiones volcánicas. Hay mucha gente que pretende mantener hacia el fútbol un desdén moral e intelectual muy hondo. Sospecho que, en muchos casos, se trata de personalidades egocéntricas, de almas que han tenido el privilegio de encontrar dentro de sí esa pasión por vivir que la mayoría de nosotros buscamos fuera. Chesterton decía que una de las mayores diferencias entre el budismo y el cristianismo se manifestaba en que los santos cristianos siempre se representan con los ojos abiertos, de manera que no me extraña que los budistas   desdeñen las ligas.

Estos días, tanto en Barcelona como en Madrid no abundan los budistas. Los de aquí esperamos amargarle la temporada al Barça, y estamos insomnes pensando que pueda lograr una tripleta que, para colmo de males, pudiera considerarse merecida. Desde el fin de semana, los blancos no pensamos en otra cosa que en amargarle la vida al soci y a todo lo blaugrana, a base del coraje mercenario de una coalición, ocasional y heteróclita, entre londinenses sedientos de gloria, bilbaínos deseosos de reencontrarse con una tradición ya lejana, y de los chicos de Juande, que ya sólo pueden aspirar a un único premio, partiendo de una base gris, envejecida y desdeñada por seleccionadores y gourmets.   Pero, para eso, necesitamos machacar al Barça y, a parte de nuestro genio levantisco, confiar en las ganas del resto para mojarle la oreja a los que se creen mejores. Nuestro miedo no está sólo en la derrota, sino en el deshonor, en llegar a ver cómo el rival se viste con la triple corona o con alguna de sus tocas más deseadas. ¡Qué pesadilla!

Así es la vida: una mezcla de genio individual y disposición colectiva, de esfuerzo y azar, de tradición y coraje, de  sabiduría y astucia, de momentos de esperanza, tensión y gloria que se alzan, graciosamente, sobre las largas horas de la normalidad. 

[Publicado en Gaceta de los negocios]