Lo siento por Garzón

Porque no le deseo mal a nadie, ni siquiera a los muy perversos. No digo yo que no se lo hiciera, porque siempre somos capaces de cualquier cosa, pero no tengo otro remedio que alegrarme de una sentencia que le pone en su sitio, como a un auténtico juez de la ley del embudo. La libertad, que no goza de tanto aprecio como a veces se cree, ha sido reforzada con la condena a un señor que se pasaba los derechos de sus investigados por salva sea la parte, esto es, que hacía lo que está prohibido hacer. Eso ha quedado muy claro. Cierta izquierda, muy abundante, pretende que las libertades consistan en que siempre se haga lo que ellos creen. Ellos son el Bien, nosotros la peste, más o menos eso dicen. Por eso me alegro de que haya habido un buen número, siete, de jueces que no se han dejado intimidar por los bandoleros del embudo y que han acordado algo que es puramente obvio, que a Garzón  la ley, cada vez que se interponía entre él y sus objetivos, le ha importado siempre un pito. 
Sobre el tamaño adecuado

Garzón se salta las garantías

Entre las muchas corruptelas y actos delictivos que resplandecen en lo que se ha ido sabiendo del sobreexplotado caso Gürtel, no debería pasar inadvertido un hecho, que pudiera ser considerado delictivo, y que, en cualquier caso pone en cuestión la nulidad de buena parte del sumario por su insólita gravedad. Al parecer, el juez Garzón, decidió grabar conversaciones privadas entre algunos de los procesados y sus abogados. De ser cierta esta noticia, Garzón habría violado de manera flagrante el marco jurídico que da sentido al derecho de defensa. Tal vez cupiera pensar que el juez Garzón, que, por ejemplo, no se mostró muy cierto de la muerte de Franco, desconozca la legalidad al respecto, pero no parece que una excusa de este jaez pueda servir de mucho, ni siquiera en beneficio de Garzón, un magistrado que pisotea los bordes de la legalidad con la aparente disculpa de ser un profesional ligeramente chapucero.

Afortunadamente, los abogados no han permanecido en silencio frente a la revelación de semejantes irregularidades que han obtenido la repulsa del Consejo general de la abogacía, mientras, tanto el Colegio de Abogados de Madrid, como los profesionales afectados, han anunciado que presentarán querella contra un juez que podría empezar a coleccionarlas, lo que resulta sobremanera llamativo. Se trata de un asunto ante el que el Consejo general del poder judicial tampoco debiera permanecer al margen, aunque eso pudiere suponer algún disgusto a los que habitualmente se erigen en defensores de las irregulares peculiaridades del famosísimo juez.

La doctrina según la cual todo vale con tal de hacer Justicia es, además de muy peligrosa, enteramente ajena a cualquier régimen democrático, y se da de bruces con nuestro sistema jurídico que es absolutamente garantista. Es muy probable que se hayan de modificar o pulir algunos extremos del garantismo, mas esta no es tarea que pueda dejarse al arbitrio de un juez que, audazmente, sea capaz de colocarse por encima de la ley con tal de conseguir tales propósitos. La conducta que pueda estimarse ejemplar en un aventurero romántico no puede servir de plantilla para un juez, cuya obligación no es la obtención de discutibles objetivos, sino la administración de justicia con respeto a las garantías que protegen a los imputados y que, en último término, se fundan en su derecho constitucional a la presunción de inocencia. Ni siquiera en el caso Gürtel, cuya podredumbre lleva espantando desde hace largos meses a los españoles decentes, puede un juez, y tampoco Garzón, tomarse la justicia por su mano.

En fin, parece que puede haber llegado el momento de que, quien actúa como si desconociese por completo normas procesales relativamente elementales, llegue, finalmente, a conocer su existencia y a valorar su importancia, defendiéndose de los graves hechos que se le imputan. Esperemos que la Justicia sepa ser siempre ciega, especialmente ante casos que seguramente puedan obnubilar a más de uno.

Justicia sin fronteras

Recuerdo unas declaraciones garzonianas sobre cuánto hay que lamenta las trabas que unos y otros ponen a la realización de lo que nuestro juez entiende por Justicia universal, una Justicia sin subterfugios, sin trampas procesales, sincera. Me pregunté si el Juez no caería en la cuenta de que los límites son, en todas partes, la esencia de la razón, de lo justo, por tanto. Estaba cavilando sobre lo que nuestro honestísimo y audaz magistrado podía tener en la cabeza al hacer lamentos semejantes, y, como de repente, una noticia menor, casi insulsa, me lo aclaró todo: un desconocido abogado de unos de los implicados en la minuciosa trama del caso Gürtel, se quejaba de que hubiesen grabado las conversaciones mantenidas con su cliente, precisamente mientras el juez más famoso del universo, nuestro Garzón se ocupaba amorosa y profusamente del caso.

Vi con claridad que el magistrado de las X no quiere otros límites que los que él se imponga; el Juez quiere ser juez de por sí, ante sí, cabe sí y porque sí. Supongo que le parecerá evidente que hay límites que figuran en la ley, pero como Garzón ha estado, en pleno ejercicio de sus derechos, pasando unas temporadas de intenso estudio en una de las mejores universidades de Nueva York, se ha empapado de la idea anglosajona de que los magistrados interpretan la ley, de modo que ya está él ahí para decidir lo que hay que limitar y lo que debe ser ilimitado. Como españoles envidiosos y mal pensados, muchos habrán establecido una extraña relación entre los dineros del Santander, la universidad que acogió, llena de orgullo, a Garzón, y un caso pendiente del Banco mecenas. Hay quienes no ven más allá de sus narices, siempre sospechando, como si Garzón fuese un hombre vulgar, sin reparar que pertenece, a no dudarlo, a una especie heroica, muy por encima del bien y del mal.

¿Cómo puede pretender un abogado cualquiera que el Juez más justiciero y sabio de España tenga las manos atadas por precauciones absolutamente castradoras de la justicia ilimitada? ¿Hasta dónde pretende llegar un sujeto a sueldo de gentes indignas para librar a sus clientes de las garras de la imparcial y sabia Justicia garzonil?

Reflexionemos. Somos muy injustos con Garzón, no sabemos ver lo que hace por nosotros y por nuestras instituciones, por los Gobiernos de izquierda, por los Bancos, por los magnates de la prensa, y, además de desagradecidos, somos cicateros al pretender que no pueda espiar ni hacer que no figure lo que no convenga a su nobilísima causa. Así no hay manera de hacer la Justicia sin límites y sin tapujos que le gusta a Garzón, conviene que se sepa.

A favor de los jueces

Que este es un país disparatado es un juicio bien asentado en el imaginario colectivo, en el propio y en el de los que nos conocen bien. Eso puede tener algunas ventajas, pero, en general, resulta caro. La segunda legislatura de Zapatero es un puro delirio, de momento. Que se vea a los jueces y a los policías, cada uno por su lado, en plante general es realmente notable, una novedad histórica. Lo malo es que, en ambos casos, tienen razón.

El disparate que consentimos consiste en que un policía municipal de, por ejemplo, Taranque del Pardillo que, además, suele ser el tendero o el tabernero, cobre más que los guardias civiles y policías que se juegan el tipo. Disparate cómico es que los sistemas informáticos de las CCAA no se puedan interconectar porque tienen arquitecturas diferentes, de modo que si un juez le quiere decir a otro juez cualquier cosa le tendrá que poner un sms (pagando de su bolsillo) porque ya no quedan telegramas.  Archidisparate es que el señor presidente tenga que aprobar sus presupuestos disparatados soltando parte sustancial del programa nacional de ayudas a la investigación para que el PNV tenga más pasta con la que urdir sus alianzas y mantener al País Vasco bajo su mano protectora y paternal… y que no se mueva nadie, salvo los chicos que todos sabemos. Se puede decir que eso ya ha pasado otras veces. Pues bien, además de disparate es un disparate viejo, que es lo que, al parecer, más nos gusta.

Hay, además, un problema de fondo muy importante en esta protesta judicial; con todas sus limitaciones, los jueces representan un cierto resto de libertad y autonomía en un panorama atosigantemente dominado por los partidos, es decir por Zapatero. Ya les ha advertido el muy sutil ministro de justicia que no son intocables. Aquí los intocables están perfectamente tasados y todo lo demás es literatura gris y espesa. ¿Qué se han creído los jueces? ¿Se creen que se pueden tomar la justicia por su mano? ¡Pero hombre!

Jueces y policías, y tras ellos todos los demás, deberían aprender de banqueros y editores que son gente fina y educada que se reúne con Zapatero y lo dejan todo atado y bien atado y de manera discreta, para que la gente pueda dormir tranquila y ponerse ordenadamente a la cola de petición de favores. Estamos dando grandes pasos en la dirección de una nueva democracia orgánica, eso sí, muy avanzada. Zapatero en su lugar reservado con la batuta en la mano. María Teresa muy atenta, los ministros calladitos, los parlamentarios aplaudiendo y un elenco escogido de protagonistas ejecutando las composiciones del propio maestro, por ejemplo “América es el problema y la UE la solución” que se ejecutará primero con un ritmo lento y en tono solemne para ir luego in crescendo hasta la apoteosis final que da paso a los aplausos universales.

Y a los jueces, como María Antonieta: “que les den pasteles”.

Publicado en Gaceta de los necocios 

Suficiente, demasiado y Garzón

Creo que es Dyson el que cita una frase de William Blake que me viene muy frecuentemente a la memoria: solo se puede saber lo que es suficiente cuando se sabe lo que es demasiado. Es lo malo de no poseer la ciencia del bien y del mal, que en muchas cosas hay que ir probando y a veces se produce el desastre. Me parece que esa sabiduría romántica es aplicable a la primera capa de crisis de las tres que estamos sufriendo en España y, tal vez, a las otras dos.  Nosotros estamos empezando a asustarnos de la crisis financiera, pero, para cuando escampe, si es que escampa, nos esperan dos crisis made in Spain, la del ladrillo y la de la baja productividad. En los dos primeros casos, el globo se ha ido hinchando y parecía que no iba a pinchar nunca, aunque un teorema muy conocido dice que los globos siempre acaban pinchando.

No es que me apetezca disculpar la voracidad de los agentes financieros, pero la verdad es que tiendo a ponerme de su parte, y mira que son canallas, cuando escucho las críticas hipócritas de los moralistas de oficio que se aprestan a zaherir los excesos ajenos sin preguntarse por los defectos propios. Porque, además de las responsabilidades de unos pocos, que las hay, sin duda, están también las de todos los demás, las de todos nosotros, los que vivimos en burbujas de distinto porte pero enteramente insoportables si se mira con detenimiento: el funcionario que no hace nada útil, el investigador que se limita a leer la prensa y el BOE, el hostelero que sube los precios antes que nadie porque parece que la cosa aguanta y un sinfín de pajarracos más. Esta sí que es una verdad incómoda y no las de Al Gore, que podría muy bien encabezar la lista anterior.

En España todos queremos estar por encima del bien y del mal. Sabemos siempre cómo habría que arreglar este mundo, es decir, cómo habría que hacer las cosas para que nosotros estuviésemos al frente y el resto a la orden. Como Garzón, por ejemplo, que, aunque aparentemente nos caiga muy mal, es, sin duda alguna, lo que tantos españoles querrían ser aunque no se atreven a intentarlo. Por eso es admirable que este chico de Jaén lo haya conseguido. Garzón es un personaje que no se anda con chiquitas, un tipo que,  como ha dicho brillantemente Gustavo Bueno, tiene complejo de Jesucristo, esto es, afición y poder para juzgar a los vivos y a los muertos. Es la situación ideal: Yo, El Supremo, y frente a mi todos los demás. Yo, Garzón, soy la ley y los profetas. Tengo todos los poderes en mi mano: el legislativo, el judicial, el ejecutivo, el mediático y el sobrenatural.

¿Cómo no vamos a envidiar a un tipo así? Nuestro Juez Campeador desconoce absolutamente  la diferencia entre suficiente y demasiado porque  nadie la hace a él la planilla y demasiado sabe que lo de las jurisdicciones es cosas de amigos y favores que a él, al parecer, le sobran.  A Garzón se le escapó Pinochet porque los ingleses son un poco hipócritas, pero a Franco lo tiene trincado y esto no es más que el comienzo. ¡Temblad malvados!

(artículo publicado en www.elestadodelderecho.com)