Categoría: Google
A hombros de gigantes
Wolfram Alpha
Recientemente, se ha hablado mucho de que un nuevo buscador llamado Wolfram Alpha pudiera ser una alternativa al omnipresente Google. El caso es que lo que nos pasa con Google es de psiquiatra, porque, por un lado, no tenemos más remedio que reconocer que hace maravillas, pero, por otro, nos asusta su poder, de manera que estamos a la que salta a ver si alguien consigue hacerle sombra a la empresa de Mountain View. Hay muchos buscadores que hacen cosas parecidas a Google, pero Wolfram Alpha es algo muy distinto que, además, todavía está en pañales por lo que respecta a las mejoras que se pudieren introducir mediante el uso. Yo hice una prueba con WA y le pregunte por España: la respuesta fue muy escueta y extrañamente incorrecta por lo que se refiere a los idiomas hablados en nuestro país donde, según WA, solo habla español un 72% de la gente (y si se le pregunta por spanish, insiste en el guarismo), y un porcentaje significativo de personas habla una lengua cuyo nombre inglés se podría traducir por extremeño. Aquí les adjunto lo que dice WA cuando se pregunta por Google, lo que supongo que será exacto, y suficiente a muchísimos efectos.
Me parece que la buena noticia consiste en que empiecen a aparecer buscadores distintos yespecializados, porque parece evidente que ya se ha alcanzado el límite de la utilidad de Google que, en cualquier caso, es inmensa. La red viene creciendo de una manera abigarrada y explosiva y Google es, muy probablemente, el mejor de los mapas generales, pero seguramente, y una vez superada la fiebre 2.0, habrá que esperar que aparezcan diversos buscadores muy especializados que incorporen criterios de selección más aquilatados que el número de visitas, aunque Google haya sofisticado enormemente el funcionamiento de su criterio básico. A buen seguro que los de Google serán los primeros en ofrecer esa clase de nuevos instrumentos, porque, de algún modo, lo están haciendo ya, por ejemplo con Google Scholar. Pero hay que esperar que otros grupos de investigadores y otros emprendedores sepan imaginar formas muy distintas de buscar, formas que puedan satisfacer demandas para las que están ciegos buscadores del tipo de Google. Es una imaginación, pero a nadie debería sorprenderle que acabase siendo exacta.
Tonterías electrónicas
Lo malo de haber asistido a numerosas conferencias es que uno se acostumbra a la trivialidad, que es casi lo único que puede ocurrir cuando se juntan auditorios diversos ante un reclamo equívoco. Días atrás, soportaba educadamente un simposio, digamos, comercial, con la esperanza de salir del sopor en la anunciada intervención de un representante de Google. Y así fue, en efecto, pero para pasar de la trivialidad al disparate. El ponente, Luis Collado, iba a hablar de los libros electrónicos, pero lo que hizo fue, más bien, hablar contra los dispositivos diseñados para la lectura de libros con tinta electrónica. Su intervención consistió en una exhaustiva recolección de tópicos sobre el tema con la guinda añadida de que el señor Collado consiguió, incluso, sostener al tiempo tópicos incompatibles, lo que no deja de ser sorprendente en un orador tecnológico. Al llegar a casa estuve a punto de desenchufarme de Chrome, gmail y de esa infinitud de excelentes servicios que me presta la empresa del señor Collado, pero me contuve, aunque todavía no me he curado del asombro que me produjo oírle hablar de “inconvenientes de la abundancia”, “pirateo”, “lectura dispersa”, “deslealtad con el autor”, “microlectura”, “riesgo de escasa perdurabilidad del soporte”, “consumo de energía”, etc. Hube de frotarme los ojos para comprobar que no estaba oyendo, por ejemplo, al presidente del gremio de libreros.
Frente a ello hay que decir con toda claridad que los dispositivos lectores de e-book, como mi Papyre, son excelentes; que no conozco a nadie que los haya probado y los deseche; que se convierten en un soporte adictivo de lectura, especialmente si uno se pone a leer a autores de larga andadura, como Dostoievski, Herodoto o Pérez Galdós; que no cansan la vista en absoluto, porque la e-ink no titila en la pantalla; que su consumo de energía es mínimo (hay que recargar la batería menos de una vez al mes, aún usándolo todos los días durante horas); que hay infinidad de textos digitales que se pueden leer gratuitamente sin atentar contra derechos de nadie; que su costo se justifica sobradamente en el ahorro futuro, y un sinfín de ventas más, como su leve peso, su facilísimo manejo y su casi infinita capacidad para almacenar libros, muchos más de los que la mayoría de lectores pueda leer en su vida.
En el colmo de la filigrana, el señor Collado, reprocho a estos dispositivos el carecer de hipervínculos (lo que es verdad), sin reparar en que había asegurado previamente que la lectura con ellos nos expone a los problemas (“dispersión de la atención”, “lectura transversal” y bobadas similares) que muchos achacan, precisamente a los tales hipervínculos. No creo que sea noticia que el señor Collado no tenga un portador o lector de libros electrónicos, pero me ha parecido notable que el celo por acercarse a los editores pueda estar llevando a gentes de Google a sostener esta clase de medias verdades, es decir, de mentiras.
[Publicado en adiosgutenberg]
El fallo de gmail
El martes 24 de febrero por la mañana, de modo absolutamente inusual, el correo de Google, que tengo por una de las ocho maravillas del mundo, ha dejado de funcionar.El servicio es tan bueno que hasta ha sido fácil darse cuenta de que era él quien estaba fallando y no cualquiera de las múltiples cosas, (programas, conexiones, virus, navegadores, sistema, etc.) que lo hacen con no tan rara frecuencia. Decía Gelertner, uno de los grandes del software, que el estado habitual de los usuarios de informática era el de frustración, cosa que me parece que ha cambiado mucho desde la aparición de Google. Eppur si muove..
Las tecnologías digitales se están encontrando con fallos que se deben, precisamente, a su éxito, al hecho de que, con su enorme crecimiento, penetran en escenarios en los que todo cálculo es bastante imprevisible hasta que no pasa lo que, por ejemplo, ha pasado la mañana del martes. Confiamos en ellas, sin embargo, porque, se diga lo que se diga, no tenemos nada lejanamente igual de bueno. No pueden, sin embargo, librarse de los efectos de su adopción masiva, del mismo modo que es imposible que aumente el bienestar del público y no se vean cada vez más turistas en lugares antaño solitarios y exquisitos.
El fallo de Google muestra que las tecnologías digitales son una empresa con futuro, un terreno en el que queda muchísimo por hacer y en el que la imaginación nunca va a estar, al menos en principio, reñida con el éxito. Habrá quienes vean en el fallo del correo de Google un símbolo más de que todo se viene abajo, de que no hay que separar a las empresas tecnológicas del sector de las diversas clases de burbujas que se han venido abajo y nos han empobrecido. Nunca se sabe lo que puede pasar en el futuro, pero me parece que sería muy precipitado sacar conclusiones de este tipo.
Como supo ver muy bien Ortega, la técnica existe porque los seres humanos necesitamos y sabemos hacer un mundo a nuestro gusto. Como no somos dioses, nos equivocamos con frecuencia y, en ocasiones, las diversas Torres de Babel se derrumban sobre nuestras débiles espaldas. Pero si algo nos enseña la tecnología es a distinguir la realidad, que siempre se conquista con esfuerzo, de la mera fantasía en la que todo es gratis, blando e indiferente. En algún lugar del mundo, tal vez en el Bombay que ha retratado magistralmente Danny Boyle, seguramente que en muchos sitios a la vez, unos adolescentes están pensando en cosas que los mayores no nos atrevemos a imaginar y, por todas partes, la gente, también los seniors de Google, procuran hacer su trabajo a conciencia, con perfección. Un fallo es un regalo de los cielos para que no nos confundamos, una oportunidad de aprender y, en el fondo, un motivo de orgullo.
Libros, teléfonos y sudokus
Google y Amazon han anunciado casi al tiempo que ofrecerán libros para su descargaen teléfonos móviles. Enseguida me ha venido a la cabeza le petición que hizo una periodista televisiva a un escritor que le pidió recitar uno de sus sonetos: “Si, por favor, pero que sea cortito”. Claro que puede que los Guinnes de los records se pongan a buscar al que lea en menos tiempo, por ejemplo, La montaña mágica, y haya aglomeraciones para bajarla, pero no lo veo claro.
Leer un libro corriente, de unas 150 o 200 páginas, en la pantalla de un móvil, por generosa que sea, debiera estar prohibió por la OMS, sector cuidado de la vista. Otra cosa es ese modelo de cuento brevísimo que al parecer hace furor en Japón, y cosas así. Los que tenemos que trabajar leyendo en el PC ya sufrimos bastante con el movimiento imperceptible pero cierto de la pantalla como para aficionarnos a leer con gusto en una todavía más pequeña. Para eso están los dispositivos con pantalla de tecnología de tinta de imprenta que son excelentes, y que serán mejores todavía cuando permitan tomar notas y reproducir colores, aunque eso sea irrelevante para la mayoría de los libros.
La pantalla convencional del PC es, de momento, un útil extraordinario aunque un poco molesto y con tendencia a cansar la vista tras horas de trabajo, pero para leer por gusto, la verdad es que no acaba de ser atractiva. Si se me permite la broma, hay una cosa en la que es infinitamente mejor que cualquier papel: para jugar al sudoku, que es otro de mis vicios. Ya puestos, a ver si algún amable e ignoto lector me resuelve un problema. No tengo ninguna dificultad para acometer el Sudoku difícil del New York Times, que es el que más me gusta y el que me parece más completo, si uso Firefox, pero si uso Chrome, que es mi preferido, entonces no hay manera de bajarlo, aunque, para mi asombro, sí puedo conseguir el fácil, pero no el intermedio ni el difícil. ¿Suponen en Chrome que sus usuarios no somos capaces de afrontar el difícil? No lo creo, pero no tengo ni la más ligera idea de qué demonios me impide batir al difícil en la pantalla de Chrome. ¿Alguien sabe algo?
[Publicado en Cultura digital]
Europeana se despide a la francesa
La inauguración de Europeana ha sido un éxito, aunque no un éxito indescriptible. Ha tenido que cerrar por exceso de demanda. Qué pena. Con lo bien pensado que estaba todo y el público insolente lo ha echado abajo con sus prisas y sus malas maneras. Yo me malicio que la culpa ha sido de los españoles que han acudido presurosos a compensar con su presencia la escasez de documentos hispanos. En Francia seguro que ni se han molestado en entrar porque como tienen casi un sesenta por ciento del total (han pecado, como suelen, de modestos calculando el porcentaje) ya tendrán tiempo de recrearse con sus clásicos.
Bien pensado, quizá la causa esté en que se ha inaugurado Europeana sin el Quaero, ese buscador que iba a dejar al anglosajón y perverso Google en mantillas. Este tipo de renuncias son muy dolorosas para la cultura europea y además traen estos desajustes. A ver si aprenden los funcionarios galos a hacer las cosas con más calma y con el salero, la amabilidad y la amplitud de miras por los que son universalmente envidiados. Además, ya de paso, cuando funcione bien que la llamen con un nombre con más esprit porque esto de Europeana suena raro, la verdad.
En cualquier caso, gran día para los defensores de la cultura y los debeladores del mercado. Seguro que la lectura de estos documentos no tiene la clase de problemas (verticalidad y esas cosas) que afecta a los documentos de redes privadas y mercantiles. Y sin publicidad y con cargo a los impuestos, es decir, gratis: ¿se puede pedir más?
Google gana, esto va bien
Me parece que hay, al menos, tres aportaciones esenciales de Google a la historia de Internet tal como hoy la entendemos. La primera es la importancia de la innovación que supuso su manera de acercarse a la relevancia real de la información a través de la fórmula de su buscador que, tal como Karim Gherab y yo mostramos en nuestro libro, se apoyaba en los trabajos de Garfield que, a su vez, se inspiró para montar el índice de impacto en las prácticas de la jurisprudencia americana (al no haber textos canónicos, es importantísimo indexar las sentencias y ver cuáles son usadas y se convierten en autoridad), así que los leguleyos inspiraron a los cientometristas y, a su vez, estos fueron los que sirvieron de inspiración a Larry Page & co para formular el algoritmo matemático que es la clave del éxito inicial de Google.
La segunda idea que atribuyo a Google, aunque seguramente no sea exclusiva de ellos, es la de que los PC debieran descansar en la red más que en programas residentes. Reconozco que esto me pareció quimérico la primera vez que lo oí, seguramente porque estaba encantado de conocerme ya que había aprendido a manejar el MS-DOS bastante bien. Hoy me parece que es evidente que esa es la idea correcta y cada vez usamos más aplicaciones que se apoyan en la red y menos en la memoria física del PC, lo que, telefónicas aparte, es más simple y mucho más lógico.
Sin embargo quizá la aportación más importante de Google haya sido su forma de ganar dinero con estas cosas. Esto ha supuesto una auténtica revolución y va a permitir que se desarrollen servicios que, de otro modo, seguramente serían imposibles por no ser financiables, aparte de la influencia que todo esto está teniendo en el mundo de los medios convencionales, en el ocaso de Gutenberg.
Por eso creo que el acuerdo de Google con editores y sindicatos de autores es una noticia importantísima, algo que anuncia que el futuro, la biblioteca digital universal, está cada vez más cerca, para el beneficio de todos.
El arte de la búsqueda