La nueva gramática de la lengua española

Los Reyes me han dejado una onerosa carga, la nueva gramática de la lengua española, de la Real Academia de la Lengua y del resto de las academias de la lengua española que existen en el mundo. La obra es excesiva, cerca de cuatro mil páginas de apretada tipografía. Carezco de cualquier autoridad técnica para criticar el contenido de la obra o sus afirmaciones más sorprendentes, pero sí creo oportuno hacer unas observaciones de usuario, un tanto frustrantes.

En primer lugar, el nivel que se exige al lector que quiera consultar cualquier cosa es muy técnico, y eso hace que muchas de sus afirmaciones sean más discutibles, seguramente, de lo que debieran.

En segundo lugar, esta obra es un trabajo de investigación, mejor, una serie de trabajos de distinto porte, que acaso tuvieran mejor cabida en revistas especializadas que en algo que debiera ser un manual de consulta para lectores preocupados con las dudas que les plantea el uso de su lengua.

En tercer lugar, la publicación de un trabajo de este tipo ya debiera ser directamente en Internet, lo que facilitaría mucho su actualización más o menos permanente.

No hay duda de que la lengua es un fenómeno cambiante, y de que la ciencia que la estudia también tiene derecho a serlo, pero me parece que el nivel de novedades que introduce esta edición, insisto en que no soy experto, va a resultar de difícil acogida para el público culto. Los especialistas pueden ir tan lejos como quieran, pero en una lengua que, de alguna manera, admite una institución que ejerza una función de carácter normativo, como son las Academias, el trabajo de estas debiera tener, me parece, un aspecto más clásico, dejando las innovaciones para los artículos de revista especializada y haciendo las explicaciones más inteligibles para el hablante no experto.

Salvo y sino

La extraordinaria pieza retórica de Zapatero en Copenhague me ha estado rondando por la cabeza sin que supiese decir por qué. Me reconcomía como un enigma. La repasé sin encontrar motivo alguno para que ese breve texto me golpease las meninges. Tenía la impresión de que algunos de sus conceptos eran chirriantes como, por ejemplo, la idea de que pueda haber una “democratización de la producción de energía”, o la corajuda suposición de que la cumbre de Copenhague responda a una convocatoria conjunta de la ONU y la ciencia (sic), pero todo eso me parecía relativamente normal dentro del ideario zapatético.

Rebeca me sacó del apuro al hacerme ver que, en el archifamoso final de texto (“Pero la Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”), había un error gramatical que me había pasado inadvertido, y era chirriante.

El error consiste en que la palabra salvo está mal empleada porque, en su lugar, debería haber otra palabra, la conjunción adversativa sino. Zapatero debería haber dicho: “Pero la Tierra no pertenece a nadie, sino al viento”. Para verlo con claridad, haré una ligera corrección en la profunda sentencia zapateril. Veamos: “Pero la tierra no pertenece a ninguno de nosotros, salvo al viento”; en esta forma queda más claro el absurdo de considerar que el viento sea uno de nosotros (no creo que ni Zapatero ni ninguno de sus asesores hayan llegado a este extremo, eso puede esperar a otra legislatura), que es lo que daría sentido al uso de salvo, como, por ejemplo, cuando decimos alguna frase del tipo de “ninguno de nosotros ha estado en Finlandia, salvo Federico” (que sí es uno de nosotros).

Al decir “Pero la Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”, el Presidente ha dado pie gramatical al absurdo de que el viento sea uno de los nuestros, lo que no es el caso, ni lo sería incluso si fuésemos pieles rojas, como el jefe Seattle, del que según varios exégetas ha extraído la vena poética el gabinete monclovita.

En resumen: pasable en literatura, insuficiente en gramática. No es extraño, porque el presidente es de los que cree que la gramática está al servicio del pueblo, es decir que no cree en ninguna gramática que pueda estar por encima de sus caprichos.