Otra incoherencia

El Gobierno está haciendo del dar palos de ciego una auténtica especialidad, tal vez para adornar su reconocida habilidad en echar balones fuera. Tras el disparate de los 420 euros, el Gobierno parece haber decidido que la sanidad bien podía soportar una nueva incoherencia, a ver qué pasa. Después de ampararse de manera increíblemente absurda en unas supuestas normas de la OMS para justificar su indefinición y sus vacilaciones, el Ministerio de Sanidad ha entrado en una etapa más creativa con sus zigzagueantes políticas frente a las amenazas de la gripe. Lo único que está consiguiendo el Gobierno es lo contrario de lo que proclama intentar, a saber, que la población no sepa a qué atenerse y que el público comience a sentir miedo, lo que se deberá, sin duda, más a los temibles efectos de una política tan vacilante como confusa, que a los supuestos efectos letales del virus, que están por ver.

Un ejemplo clarísimo, y disparatado, de improvisación es la reciente decisión de excluir a la población reclusa de los llamados “grupos de riesgo” a la hora de las vacunaciones. La medida que ha tomado el Ministerio de Sanidad no encaja de ninguna manera con los principios que, según ellos mismos, deberán inspirar esas campañas. Si hay algún grupo social que esté sometido a riesgo de contagio por hacinamiento es el de los reclusos, que, además, padecen, como es notorio, un alto número de problemas sanitarios (drogas, SIDA, tuberculosis, hepatitis, etc.), y de forma mucho más intensa que el conjunto de la población.

Como la medida es impresentable, Instituciones Penitenciarias ha decidido correr una cortina de humo sobre el número de presos afectados por la gripe, y sobre los que en el futuro pudieran padecerla. Esta vez acierta el Gobierno, porque no hay mejor política informativa que la del cerrojazo cuando se quiere mantener el tipo y se toman medidas claramente absurdas.

A estas alturas no se sabe con entera certeza hasta qué punto puede llegar a ser grave la extensión de la gripe con la llegada de las bajas temperaturas, pero sí se sabe que las medidas preventivas han de ser inteligentes, coherentes y rápidas. El Ministerio de Sanidad no está haciendo nada de eso, por muchas reuniones de coordinación que celebre, o se proponga celebrar. Cuando la prevención suscita alarma, está mal hecha. Cuando se toman medidas que son contradictorias con los principios en que dicen inspirarse, es inevitable temerse que, como dice el refrán, el remedio pueda ser peor que la enfermedad.

¿Gripe o campaña?

Una de las cualidades más curiosas de la situación en que vivimos es la ausencia de información, un bien que no es precisamente escaso. El truco está en que la abundancia tiene varios efectos paradójicos, con los que no estábamos acostumbrados a lidiar. Dicho de otra manera, tenemos información pero nos cuesta trabajo saber si lo que tenemos por cierto corresponde mínimamente con la verdad.

En el caso de la medicina es irritante que, sabiendo tanto, no tengamos ni idea de lo que pueda pasar, por ejemplo, con el virus de la gripe. Esta ambigüedad de buen número de cosas relacionadas con la vida y la muerte, es difícil de manejar, en especial cuando se plantea en el nivel político. Cualquiera diría, por ejemplo, que la decisión de vacunar debiera ser un asunto meramente técnico, pero basta leer los periódicos para darse cuenta de que la cosa no es tan simple, que lo que es verdad allende los Pirineos resulta no serlo en la piel de toro y cosas así. No encuentro ningún medio internacional que esté dale que dale con las vacunas y con las previsiones, aunque tampoco hay muchos lugares en que el Ministro de Sanidad tenga que coordinar a diecisiete elementos que se creen tan importantes como él y que, además, tienen las competencias.

Durante el gobierno de Aznar, ZP se las arregló para combatirle por tierra, mar y aire con las disculpas más extravagantes. En particular, el asunto del Prestige, en que el gobierno hizo exactamente lo que haría cualquier persona sensata, como finalmente se ha acabado por reconocer en todas partes, la oposición incendió las calles con acusaciones gravísimas y con manifestaciones virulentas. Desde entonces, la política no conoce ningún sosiego, y los posibles efectos del famoso virus tienen un potencial político mucho más mortífero que, al menos hasta ahora, tienen como amenaza a la vida humana. Todo esto hace que no se pueda hablar con la mínima serenidad y que el virus se convierta en un efecto parlamentario. No se diga que no es emocionante el caso.
[Publicado en Gaceta de los negocios]