Una de las ventajas de vivir en esta época es que abundan los defensores de la cultura; es delicioso convivir con gentes tan generosas, esforzadas y ejemplares. Uno, que es mal pensado, tiende a sospechar que, en ocasiones, detrás de estos paladines culturales se puedan ocultar algunos lobos recaudatorios y subvencionales, pero ese es un mal pensamiento que rechazaré con toda energía, no vaya a ser que se me tome por enemigo del maná.
Como hay tanta gente empeñada, por ejemplo, en defender a la industria del libro y su monopolio lector, estoy seguro que muchos de ellos se unirán a la noble causa que propongo, que, además, está perfectamente protegida de cualquier sospecha de venalidad o de interés inconfesable.
¡Señoras y señores!: el subjuntivo se muere, y es muy probable que fuese bueno hacer algo por evitarlo. En aras de una economía expresiva y de no sé muy bien qué más, el subjuntivo desaparece de nuestros textos, y no digamos de nuestras hablas, a una velocidad pasmosa. Pronto serán mayoría quienes ni siquiera lo entiendan.
No sé si estamos a tiempo de evitarlo y comprendo que hay causas mayores, como, por ejemplo, la del libro de papel y la del cambio climático, amén de la alianza de civilizaciones, sin ir más lejos, pero como lo del subjuntivo está, teóricamente, al alcance de la mano, bien pudiéramos intentar un salvamento de última hora.
Ya sé que no soy quien cómo para decir a los demás cómo deben hablar y escribir y, además, no estoy muy seguro de predicar eficazmente con el ejemplo, pero háganme caso e intenten emplear el subjuntivo la próxima vez que sean capaces de pensar en algo que esté más allá de lo inmediato, que sea capaz de sugerir posibilidad, irrealidad, duda, deseo, tal vez fantasía. No iniciaría esta campaña si no creyese que fuera posible. Acaso merezca la pena.