La rareza de los héroes

Ayer vi algunos fragmentos de Una trompeta lejana, la película de Raoul Walsh protagonizada por Troy Donahue y la bellísima Suzanne Pleshette. No recordaba que el tema de la película fuese, una vez más, el heroísmo del rebelde, la fidelidad a la propia conciencia y la capacidad de decir no al mero poder. Es llamativo el número de veces que esta historia, u otra semejante, se ofrece en la películas americanas, frecuentemente con militares como protagonistas. Ford o Eastwood, por citar los casos más obvios, han hecho unas cuantas, aunque los rebeldes de Eastwood sean más civiles que militares. En cambio, estaría dispuesto a apostar que apenas se ha tocado ese arquetipo en toda la historia del cine español, aunque es posible que haya alguna excepción que ahora no me viene a la cabeza. Ya puestos, me parece que pasa lo mismo con nuestra literatura, que no se nos han ocurrido ni héroes ni personajes ejemplares, tal vez con la excepción de Pérez Galdós y, algo menos y de otra manera, de Baroja. Es notable también que un arquetipo con ribetes heroicos como Don Quijote sea cruelmente vapuleado por Cervantes, aunque la cosa pueda leerse de varias maneras.
Uno de los héroes más atractivos de la novela española es, sin duda, Gabriel de Araceli: pues bien, cuando Garci hizo la película del 2 de mayo, con abundante dinero de la Comunidad, cometió la tropelía de convertir al bueno de Gabrielillo en una especie de pillo, en una mezcla de progre y picha brava. Supongo que a don Benito se le habrá indignado desde la eternidad y yo pasé por un momento de ira que creí que iba a ser incurable, pero todo se pasa. Con tradiciones como estas ¿quién se atreve a pedir, por ejemplo, políticos admirables, honestos, patriotas, sacrificados, ejemplares, en último término?
Nuestra cultura es de pillos y de rameras, de listos y charlatanes, y así nos va.

Un día de gloria

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El rescate de los mineros chilenos de su encierro a más de 700 metros de profundidad ha sido una de esas noticias que, con razón, han conmovido al mundo. Se dice que más de 1000 millones de personas del mundo entero han presenciado en directo el rescate, lo que supone casi un 20% más de espectadores que, por ejemplo, la última final del campeonato mundial de fútbol.
Es raro que haya noticias tan positivas y conmovedoras como las que se refieren a esta peripecia minera. Cuando las hay, el público las compra sin duda, harto de las desgracias, las traiciones y las disputas habituales.
Los chilenos han dado un ejemplo al mundo y, al hacerlo, han mejorado de manera considerable su imagen colectiva y, por ello, sus posibilidades en un entorno cada vez más competitivo y cercano. Los líderes chilenos han sabido ver el potencial positivo que tendría la hazaña y no han tenido miedo al fracaso, una posibilidad que siempre ha estado ahí, amenazando.
Todos debemos felicitarnos por este éxito colectivo y debiéramos aprender alguna de sus lecciones, entre otras, desde luego, el que no sea de recibo que los mineros sigan trabajando en condiciones de tantísimo riesgo, porque siempre vale más prevenir que curar.

Acerca del heroísmo

El funeral de Eduardo Puelles, asesinado de manera especialmente cruel por ETA, nos ha dejado algunas imágenes de enorme fuerza. Las declaraciones de su viuda y de su hermano, la presencia serena de sus hijos adolescentes, la fortaleza y el orgullo de todos ellos, han conmovido extraordinariamente el corazón de muchos, nos han recordado sentimientos olvidados acerca del valor, del heroísmo y del sacrificio. Es fácil que estas manifestaciones hayan podido aflorar ahora con más naturalidad que en los momentos en que el Gobierno vasco tenía una actitud calculadamente fría respecto a las víctimas de ETA.

La cuestión de fondo, sin embargo, me parece que está en que es casi la primera vez en que se manifiesta con enorme claridad, con pasión y con rabia el derecho a ser, a un tiempo, buenos españoles y buenos ciudadanos vascos, la convicción de que no se está combatiendo ninguna supuesta singularidad del pueblo vasco sino la vileza política y profesional de quienes han hecho del crimen su única arma política. El nacionalismo se ha convertido en un modo de vida, en un sindicato de intereses, que costará mucho desmontar, y su versión radical, izquierdista y violenta, ha llegado a ser un buen negocio, una forma de vivir sin pegar golpe, lo que siempre han sido la mafias.

Nadie se había atrevido a decir esto con la contundencia con la que los han dicho los familiares de Eduardo Puelles y, por eso mismo, ellos, la mujer, el hermano, los hijos, se han convertido también en héroes.

A veces entran ganas de pensar si el resto de los españoles, los que nos llamamos a nosotros mismos demócratas, no sin cierta autocomplacencia, saben lo que deben a esta raza de personas anónimas y valientes que han dado su vida sin descanso en atentados aparentemente absurdos. Lo que ahora nos han dicho los familiares de Eduardo es una verdad tan sencilla como esta: no basta con repetir que los asesinos no van a conseguir sus últimos objetivos, es necesario también empeñarse en que no puedan conseguir ninguno, en que se acabe con ese chollo de la clandestinidad, con ese sindicato de facinerosos que les presta cobertura y coartada. Para eso también hace falta ser valientes, pero será la única forma de evitar que sigan muriendo héroes anónimos como Eduardo Puelles. Los políticos tienen la palabra, pero los demás debiéramos tomársela muy en serio.

[Publicado en Gaceta de los negocios]