La ley del embudo no le gusta a nadie, en teoría, pero casi todo el mundo pretende aplicarla en la práctica, especialmente sin que se note. Es normal y basta con estar advertido frente a ello para que podamos evitarlo, al menos en parte. Lo que me llama la atención es que no se perciba con claridad que tras muchas políticas no existe otra cosa que una ley del embudo, más o menos disfrazada. Muchos deberían comprenderlo al constatar, por ejemplo, que fervorosos partidarios de la enseñanza pública llevan a sus hijos a escuelas privadas, o que enormes defensores de la sanidad pública acuden a sanatorios privados para los partos y operaciones delicadas. Es hipocresía, desde luego, pero también algo más. Siempre que se proclama una obligatoriedad, se propone una limitación, o se impone una tasa, hay quienes obtienen un beneficio, y, aunque traten de disimularlo, lo ejercen a tope.
Precios y piratas
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