Bono y los nueve viajeros del tren


En su edición de ayer El Confidencial publicaba una noticia que puede parecer meramente técnica, pero que está dotada de un trasfondo político de primer rango. La noticia señalaba que Renfe suprimirá el servicio de trenes de alta velocidad entre Toledo y Albacete, pasando por Cuenca porque no pasaba de los nueve viajeros al día. No quiero entretener a los lectores calculando el precio al que ha salido cada uno de esos billetes, pero les aseguro que sería una cifra que nos produciría vértigo, un gasto que jamás debiéramos habernos permitido.
En el trasfondo de esta noticia está la política de un personaje secundario pero decisivo de la vida política española, don José Bono, Presidente de Castilla la Mancha durante varias legislaturas, ministro de Defensa en el primer gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y actual presidente del Congreso de los Diputados. Bono ejerció a tope su influencia para conseguir que todas las capitales de Castilla la Mancha tuviesen tren de alta velocidad, costara lo que costase. Así tanto Cuenca, como Toledo, Ciudad Real, Albacete y Guadalajara tienen un servicio de trenes del que carecen ciudades como Londres, Chicago,  Nueva York, Berlín o Los Ángeles.  Al tiempo que conseguía culminar esta proeza, Bono se ha presentado como un líder nacional, como alguien singularmente contrario  a las veleidades de los nacionalistas. Ahora bien, lo que Bono no estará en condiciones de contestar es si el esfuerzo presupuestario, financiero y económico que todos los españoles, también los catalanes, por cierto, han debido hacer para que en su autonomía se pudiese tomar el tren de alta velocidad ha merecido la pena.
No sé si los lectores recordarán otras dos escenas de caudillismo regional protagonizadas por Bono: su oposición a que los aviones del ejército del aire utilizasen un campo de tiro en la provincia de Toledo, en las inmediaciones de Cabañeros, y su oposición a que se cerrase la autovía entre Madrid y Valencia debido a la cercanía de las  hoces del Cabriel, un enclave ecológico de enorme importancia, según el político manchego. El empeño en que el AVE pasase por Cuenca, en particular, retrasó bastante la terminación de las obras, ha supuesto el alargamiento de la línea, un importantísimo incremento de gastos tanto en la construcción como el mantenimiento, y ha hecho que el tiempo de viaje entre Madrid y Valencia, que debiera haber sido el objetivo esencial de la nueva línea,  sea superior al que se hubiera logrado con una línea directa, por lo demás de trazado bastante obvio, y que habría permitido unir Madrid con Valencia en menos de  una hora.
En este punto, Bono tenía a quién imitar. También las capitales catalanas pueden presumir de idéntico nivel de dotaciones: Lérida, Tarragona, Barcelona, donde se convertirá la línea de AVE en una especie de ferrocarril metropolitano, en lugar de situar la estación en las afueras de la ciudad, como era la recomendación unánime de los técnicos, y Gerona disfrutarán de línea de alta distancia. Se entiende, pues, que Bono no quisiera ser menos, y a fe que lo ha conseguido, aunque los manchegos, unos desagradecidos que acaban de votar a María Dolores de Cospedal, no hayan estado a la altura de su responsabilidad, y no se dignen usar un servicio tan exquisito para atender el enorme tráfico profesional, comercial y turístico entre Toledo, Cuenca y Albacete.
Aunque ahora están un poco más atenuados los gritos contra el sistema, no vendría mal caer en la cuenta de que los supuestos vicios del sistema son, en realidad y con mínimas excepciones, vicios de quienes lo protagonizan. El sistema no funciona, se dice, los políticos no solo no resuelven nuestros problemas sino que constituyen un problema que preocupa a muchos. Ahora bien, ¿qué es exactamente lo que no funciona? Casos como el del particularismo disimulado de Bono ilustran perfectamente lo que ha estado pasando con demasiada frecuencia; no es que el sistema falle, sino que algunos se han especializado en explotar la bisoñez política de una gran mayoría de españoles barriendo para dentro, preocupándose de sus intereses particulares antes que nada, inflando las nóminas de las Autonomías mucho más allá de lo razonable, aunque se profese, como es el caso de Bono, un encendido españolismo retórico.
Que un político haya conseguido torcer la mano del interés general en beneficio de su región puede merecer ciertas simpatías, pero solo hasta cierto punto. La conducta de ese tipo de políticos suele considerarse como nacionalismo, pero pocos políticos habrán dado tantas muestras de apego a los símbolos comunes como el señor Bono, y sin embargo le ha hecho unos rotos muy considerables al interés general.
El caso del AVE manchego es una parábola sobre la supuesta modernización de España: obras de relumbrón, que han podido enriquecer a muchos contratistas, y seguramente a varios más, pero incapaces de generar esa dinámica virtuosa de las buenas inversiones, que solo se han traducido en trenes vacíos. Publicado en El Confidencial

Vengan días, caigan duros

Hay días en que la actualidad es pródiga en ejemplos de generosidad y de altruismo, lo que desmiente esa visión pesimista de la vida que siempre lleva a sospechar de los poderosos, la mayoría de las veces sin motivo. Pondré dos ejemplos que, de manera harto casual, afectan a dos amigos, a dos personajes progresistas que se profesan un afecto tierno y duradero, a Bono y a Garzón.
Un amigo, que vive en los EEUU desde hace cuarenta años, me contó una vez que un tío suyo, médico, tenía una filosofía de la vida que se resumía en “Vengan días, caigan duros”, un optimismo pegado al terreno propio de quien ocupa una posición social en que, como le ocurría a él, cabe esperar que el tiempo pase y toda vaya bien.
Esa será, supongo, la actitud de José Bono, que lleva años viendo como se engrosa discretamente su patrimonio, sin hacer nada por evitarlo. Le caen los duros, porque la gente le regala caballos, le construye cosas gratuitamente, le ofrecen permutas ventajosas, le decoran las habitaciones, o porque la administración, siempre amigable, le recalifica unos terrenillos, aunque, eso sí, sin que nada de eso tenga que ver con su condición de mandamás político en Castilla la Mancha y en el PSOE. Véase, el último ejemplo que ha salido a la luz, la recalificación de una finquilla de Bono que le permitiría ganar cerca de un millón de euros, si decidiese venderla, aunque me parece a mí que le gustan mucho las fincas, y no la venderá. Bono debe ser un hombre feliz, porque apenas se le puede pedir más a la vida, ser decente, progresista, creyente en lo que conviene, poderoso, amado de los suyos y cada día más rico, sin haber cogido nada que no le perteneciese. Es maravilloso vivir en una sociedad que se las arregla para premiar de manera tan discreta y eficaz a sus buenos políticos.
El caso de Garzón también mueve a gozo. Resulta que el Consejo ha decidido concederle la posibilidad de trasladarse a La Haya, que es un lugar apacible y discreto donde Garzón estará muy a sus anchas haciendo justicia universal, y sin que nadie lo note, pese a que ese mismo Consejo le suspendiese como juez tan solo 24 horas antes. ¡Qué admirable resulta la sutileza cuando se aplica en beneficio del perseguido! ¡Qué enorme alegría para todos los funcionarios, aun los más oscuros, que ven cómo, en adelante, se les aplicará a todos ellos esta clase de beneficios! Digo esto, porque nadie debiera suponer que el Consejo haya actuado en esta ocasión sin los ojos vendados, dejándose influir por el hecho, anecdótico e irrelevante, a todas luces, de que Garzón sea, si es que lo es, juez, como quienes le han concedido semejante oportunidad. “Justicia para todos” debiera ser, y es, el lema de esta clase de órganos, y a ver si vamos aprendiendo a distinguir la justicia de la mera igualdad, y si no nos sale, pues a leer a Orwell, que es muy instructivo.