Una curiosa cualidad de Pablo Iglesias es su vehemencia oral, la rapidez con que habla y con la que consigue dar la sensación de estar contando verdades urgentes y largas, sobre las que tendría mucho que decir. Viéndole días atrás en la tertulia de 24 horas, esa velocidad de palabra me llegó a resultar molesta.
Mi impresión es que el recurso empezará a fallar, que si, hasta ahora, podía servir para dar la sensación de sinceridad y de que no tenían nada que ocultar, está empezando a denotar precisamente lo contrario, la necesidad de no dejar hablar a nadie para que no se perciban con nitidez los trucos, las mentiras y las solemnes bobadas que pretenden vendernos con el único argumento, este sí razonablemente válido, de que hay mucho corrupto suelto.
No todo vale contra la corrupción, ni los disparates, ni las mentiras con buena intención, ni el doble lenguaje que hace que siendo los corruptos siempre los demás, los de Podemos pretendan seguir siendo tan incorruptibles como el mítico brazo de Santa Teresa que siempre acompañaba, al parecer, al viejo Caudillo.
Más de lo mismo
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