Categoría: lectores de e-book
¿Libros electrónicos o lectores?
Esto sí que es una noticia
La religión del papel
Kindle para PC
Como cliente de Amazon he recibido un correo que me brindaba la posibilidad de emplear un programa especial para leer los libros de Kindle en el PC. No he comprado un Kindle porque no me gusta el sistema cerrado que impone a sus usuarios y la exclusividad de sus fuentes, aunque ahora ya puede aliviarse usando el dispositivo para leer textos que hayan llegado a un PC por diversos procedimientos; pese a esa posibilidad todavía no me he decidido a comprar un Kindle, y uso a plena satisfacción mi lector Papyre, como saben mis lectores, escasos pero selectos.
Sin embargo, me he descargado el programa de Kindle y he bajado alguno de los libros gratuitos (por ejemplo, On the Duty of Civil disobedience de J. D. Thoreau, que es un auténtico placer) de la biblioteca digital de Amazon&Kindle y tengo que decir que el programa es estupendo, que la lectura es muy grata (siempre dentro de la molestia de las pantallas de PC) y que no descarto usarlo para leer y consultar en el PC mis libros digitales, una vez que haya sucumbido a la compra del Kindle y los haya pasado a través del PC, pero algo es algo.
Prejuicios perdurables
No hay nada menos efímero que los prejuicios; en realidad, si se cuidan un poquito, pueden llegar a ser eternos, además de conservar una enorme fertilidad. Digo esto a propósito de un comentario, reiterativo como corresponde, de Joaquín Rodríguez en su blog Los futuros del libro, que suele ser un ejemplo heroico de fidelidad a los intereses de esa tradición que confunde el papel con el texto y la impresión con la edición, todo un oficio. Fíjense lo que dice: “Casi ninguno de los libros electrónicos que se comercializan ahora mismo en el mercado […] mejora, a mi juicio, las propiedades y capacidades del libro en papel tradicional”. Lo más curioso de esta afirmación es que, por su forma, parece prometer el descubrimiento de esos libros que se ocultan tras el casi, porque, de no haberlos, hubiera debido atreverse a decir ninguno, que es, seguramente lo que piensa. Pero no, JR no quiere pasar por dogmático y se parapeta en un casique desprecia la capacidad lectora de sus adictos.
La cosa no acaba ahí: resulta que no solo hay mejoras, sino que los libros electrónicos tienen, además, un grave defecto que JR no tiene otro remedio que revelar, a fuer de sincero. Pero hay otro casi: el defecto es tan grave que se pone en boca del “hijo de un reputado colega” (que se vea que no es cosa de ser viejuno, como dirían los de Muchachada Nui), a saber (contengan el aliento): “el libro electrónico […] es un objeto” y sirve solo “para los que ya están habituados a leer en soportes tradicionales, porque no añade ni un ápice de valor adicional, a excepción, claro, de su capacidad de almacenamiento”. O sea, que los que no están habituados a leer deben seguir comprando los libros de siempre.
Hay que reconocer que el hijo del reputado colega de JR ha dado en el clavo. Ahí tenemos la gran diferencia con los libros normales; para empezar, eso de ser un objeto siempre ha estado mal visto por la mayoría moral progre; pero, además, como es obvio, los libros normales son los únicos que valen para los que no están habituados a leer, porque sirven, no es necesario insistir en ello, para decorar encimeras y para que los merluzos se hagan fotos delante de ellos, función en la que hay que reconocer que son imbatibles.
Una vez que se han desvelado los dos grandes defectos metafísicos de estos libros anormales, ya no hay razón para disimular; ya se puede enhebrar el conjunto tradicional de tópicos y defectos: no son táctiles, buscan mal, son lentos, no poseen conexiones, no sirven para anotar, no dan color, tan esencial para una lectura culta, etc. Esta enumeración es un catálogo de malas intenciones, algo así como si se describiera una biblioteca diciendo que no hay música, que no se pueden tomar cubatas, que está prohibido bailar y que además no se pueden realizar acampadas.
Lo peor, sin embargo, está por llegar y aquí JR se desmelena. Dice nuestro peculiar profeta libresco que los textos no son redimensionables y que por ello suelen (¿dependiendo del azar?) ser ilegibles e inmanejables. Como no podía ser de otra manera, JR se indigna: “un menosprecio ultrajante a cinco siglos de artes gráficas que ningún editor debería aceptar y que ningún lector debería consentir”. Esto de vejar a la tradición le parece muy mal a cualquier progre.
Como es Navidad, y cada uno escoge las tradiciones que le peten, no voy a seguir, aunque JR recomiende no comprar y esperar a que la tecnología vaya superando las pegas que a él se le ocurran. Me temo que eso no pasará nunca, de manera que sus infinitos seguidores se lo pueden tomar con calma.
[publicado en Culturas digitales]
¿Arrancan los e-readers?
Son abundantes los testimonios de que estas Navidades pueden ser el inicio de un cierto nivel de masificación de los e-reader en España. Puede ser. Yo que ya soy usuario veterano, tengo que decir dos cosas al respecto: una, como me recordaba esta mañana, Ana Nistal, no conozco a nadie que haya hecho la experiencia de uso de une-reader (con tecnología de tinta electrónica) y no haya quedado encantado; dos, que no creo que el precio, que ya está más bajo, sea ningún obstáculo; los obstáculos están en la boina, en el cierre de la mollera. Son los editores, la mayoría, los periodistas que no entienden nada (que son muchos) y los que hablan de memoria (catedráticos y gente así) los que impiden que la gente se ventile el cráneo. El otro día cenando con un grupo de amigos, un catedrático con fama de bueno entre los suyos, me empezó a decir esa chorrada tan divertida de que las pantallas no se leen y cosas así; le paré en seco y, aunque ya le tenía localizado como un merluzo importante, le he puesto en la lista de los memos irremediables. La única disculpa es que tiene más años que yo, pero eso autoriza a tener peor intención y un cierto desánimo, no da bula para las simplezas.
Algunos que se gastan mucho dinero en cualquier bobada, como un televisor más grande que el salón, se quejan del precio de los e-reader. Lo que ocurre es que leer les parece muy aburrido y así andan de pobreza de argumentos. Es verdad que faltan todavía catálogos interesantes y que, en español, apenas se pueden leer ediciones fiables y casi nada reciente, pero todo se andará, estas Navidades o cuando sea, pero se andará. Las cosas tardan en llegar porque aquí somos un poco tardos, pero la función exponencial empieza a asomarse.
El mal francés
Uno de los indudables beneficios del viajar (o del leer, que suele ser más barato aunque no menos arriesgado) es constatar que lo que en una parte se llama el mal francés, recibe en otra el nombre de mal napolitano, y en un tercer lugar el de purga española. Son cosas del multiculturalismo, diríamos.
Yo, ahora, me acojo a la expresión no para referirme a suplicios de bajos fondos, sino a la persistente manía de ver en el texto digital toda clase de defectos, ciertas carencias metafísico-fantasmales que nos acabarían condenando a la ignorancia sin dejarnos disfrutar del exquisito lenitivo de la pedantería.
Lo llamo mal francés porque me parece que aunque los niños ya no vienen de París, de allí, y de la cercana Bruselas, han salido algunas de las más memas invectivas contra la digitalización, contra Google (aunque, a veces, de tapadillo a favor de Microsoft), o contra los dispositivos electrónicos (o portalibros) dedicados a la lectura. Es claro que el mal no se limita al pentágono galo, porque los afrancesados abundan, lo mismo en Nueva York que en los madriles. La última francesada al respecto, aunque muy moderada, me ha llegado de la mano de libros&bitios, en el blog de José Antonio Millán, y acaso peque únicamente de sensacionalismo al empezar afirmando que la lectura modifica nuestros cerebros, una de esas proposiciones cuya debilidad esencial consiste en la inverosimilitud de sus contrarias (¿alguien puede pensar que la lectura no modifique el cerebro de algún modo?), a lo que suele añadirse una escasísima concreción.
Para anotar algo positivo del signo contrario, me ha llamado la atención que empiecen a menudear estudios y afirmaciones sobre algo que debiera ser obvio, a saber, que los ordenadores son, sobre todo, aparatos de lectura y de escritura y que nada hace creer que la capacidad lectora y expresiva de los nativos digitales vaya a ser menor que la de los que no lo somos. Se trata, casi, de una obviedad, pero comienza a abrirse paso entre las tinieblas que propagan los apocalípticos del tipo de Andrew Keen, gentes capaces de decir inmensas vaguedades como “E-books will make authors soulless, just like their product”, y que se dejan llevar de la funesta manía de mezclar la metafísica con el papel. Pero se hacen famosos, que, al parecer, es lo que cuenta.
[Publicado en www.adiosgutenberg.com]