La ley del embudo

La ley del embudo no le gusta a nadie, en teoría, pero casi todo el mundo pretende aplicarla en la práctica, especialmente sin que se note. Es normal y basta con estar advertido frente a ello para que podamos evitarlo, al menos en parte. Lo que me llama la atención es que no se perciba con claridad que tras muchas políticas no existe otra cosa que una ley del embudo, más o menos disfrazada. Muchos deberían comprenderlo al constatar, por ejemplo, que fervorosos partidarios de la enseñanza pública llevan a sus hijos a escuelas privadas, o que enormes defensores de la sanidad pública acuden a sanatorios privados para los partos y operaciones delicadas. Es hipocresía, desde luego, pero también algo más. Siempre que se proclama una obligatoriedad,  se propone una limitación, o se impone una tasa, hay quienes obtienen un beneficio, y, aunque  traten de disimularlo,  lo ejercen a tope.
Precios y piratas

Iniquidad, o granujas que andan sueltos

Una de las iniquidades más irritantes de nuestro sistema económico y legal es la que permite una rotunda desigualdad de trato dependiendo de en qué posición te encuentres en la escala laboral. A mi no me parecen muy defendibles las indemnizaciones por despido, y creo que el sistema de protección social debería estar articulado de otro modo, porque no entiendo que el emprendedor tenga que pagar un plus que le puede llevar a la ruina cuando se vea en la necesidad de cerrar su negocio, o de reducirlo de tamaño. Ahora bien, lo que me parece escandaloso, inadmisible, cínico y absolutamente intolerable, es que se apliquen, en este caso y en otros, pero centrémonos en éste,  reglas distintas a los directivos y a los simples trabajadores, esto es que se regateen las indemnizaciones de los trabajadores mientras se pagan jugosas  indemnizaciones a los chicos listos que mandan, simplemente para sentar precedente cuando les llegue el turno a los ejecutores momentáneos de esos ajustes millonarios.
Un caso reciente me parece literalmente inadmisible. Resulta que un tal Jaime Echegoyen, que  anunció el 22 de octubre del año pasado su salida voluntaria como consejero delegado de Bankinter, y que parece haber sido suficientemente habilidoso para cobrar una indemnización muy jugosa, es el mismo Jaime Echegoyen que está al frente de la división de Banca minorista de Barclays, sin haber respetado, por cierto, ninguna forma de cuarentena o incompatibilidad moral entre ambos empleos. Lo que es de una iniquidad realmente intolerable es que este personaje, que se ha llevado una indemnización bastante sustanciosa, oscuramente acordada entre amiguetes, y a expensas de los accionistas de Bankinter, esté tratando ahora mismo de poner en la calle a centenares de trabajadores de Barclays, que de ninguna manera pueden considerarse responsables de los malos pasos en los que se metió el Banco, sin ninguna clase de contemplaciones, y saltándose la praxis habitual de esa institución que había tenido hasta la fecha una imagen respetable. Iniquidad o ley del embudo, que toleramos a estos pajarracos financieros de los que lo único que consta con certeza es su infinita cara dura, su creencia de que el guante blanco habilita para cualquier clase de atropellos, como, desgraciadamente, suele suceder. Barclays, que es un banco que presume de principios,  debería tomar nota de que los códigos éticos no se deben aplicar solo a los débiles y a los tontos, y de que, cuando se hacen mal las cosas, no se debería acudir a personajes sin escrúpulos, sino tratar de rectificar sin tirar por la borda un patrimonio más valioso que unas pérdidas coyunturales, aunque la cultura financiera de España no sea la corriente en Inglaterra, ciertamente.

El ministro Sebastián da la nota

Si se tratase de hacer un concurso sobre cuál sería el ministro más adecuado para ejercer el muy necesario papel de bufón gubernamental, un flanco que cualquier gobierno prudente nunca deja cruelmente desatendido, nos enfrentaríamos a una tarea de cierta dificultad, pero, en cualquier caso, siempre podríamos contar con el voluntarioso esfuerzo del alegre y dicharachero ministro de industria: nunca un personaje tan liviano sirvió a menester tan pesado.
Este buen señor ha dado un altísimo nivel en casi todos los controles a que ha sido sometido. Su nepotismo está fuera de duda y queda en muy buen lugar, aunque palidezca en comparación con la más amplia familia de su colega Pajín; su capacidad de usar del cargo para lavar supuestas afrentas personales ha establecido records difíciles de superar; su sectarismo, como no podía ser menos en un tipo tan pagado de sí mismo, raya a gran altura, y eso que todavía no ha dado de sí todo lo que lleva dentro. Veamos una serie de ejemplos: el grupo Intereconomía ha sido multado sañudamente, nada menos que con 100.000 euros, por culpa de un video que, a su entender, y no es que pongamos un duda su pericia en el caso, sino su imparcialidad, resultaba ofensivo para la tropa gay con la que, en el uso de su derecho, mantiene excelentes relaciones, aunque nada se decía en ese corto que no fuese manifestar la preferencia de esta casa por opciones simplemente distintas y sin menospreciar a nadie, pero, al entender de nuestro ministro, no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, y ojo con la frase porque es de Gracián, que era jesuita. O sea que, según nuestro ministro, el orgullo gay tiene premio y derecho, mientras que el orgullo, mayoritario, de no serlo, ha de ser severamente castigado. Lo curioso del asunto es que esa sensibilidad para defender el honor inmancillable de las alegres muchachadas ha experimentado un brusco parón cuando se trata de defender el derecho de los cristianos, sin duda menos interesantes e influyentes en el gabinete del ministro, a mantener una imagen de decencia y dignidad que les ha negado el señor Buenafuente en un video tan insultante como grotesco. El señor ministro no se ha dado por enterado, seguramente por estar entretenido contemplando las joyas audiovisuales que han obtenido los generosos premios de su departamento, aprovechando que el gobierno del que forma parte anda sobrado de fondos para lo que fuere.
La serie de bodrios que han recibido dinero público del ministerio Sebastián incluye auténticos monumentos al mal gusto, la mala educación y la grosería, tales como “España vista desde el culo”, o una animación en que aparecen unos marcianos agresivos y dedicados a la zoofilia y la sodomía mientras el off exalta sus jocosas actividades, o una cinta titulada “Feto y Aborto” que ensalza el carácter surrealista de la biología reproductiva. Es de un cinismo sin precedentes pretender que esta clase de productos puedan servir de sustento a una prometedora industria, cosa que no sucedería ni en Sodoma y Gomorra, menos en un país tranquilo que no acaba de entender como un ministerio que se supone habría dedicarse a asuntos de interés general presta apoyo a semejante bazofia. ¿Quién se ocupará de aplicar a las actividades que promueve este ministro tan peculiar el mismo tipo de vigilancia que él ejerce abusivamente sobre quienes no piensan como a él le gustaría? ¿Acaso no quedan jueces en España? ¿Es que alguien piensa en serio que esta clase de vómitos promueven el interés general?

La patada a Tertsch

Tengo un grupo de amigos que, más o menos pudorosamente, ha estado discutiendo sobre la posibilidad de relacionar la broma insultante de Wyoming con la patada cobarde y por la espalda a Tertsch. Como hay mucha gente fina, se ha impuesto, con buen criterio, la idea de que es prematuro afirmar una cadena causal; me pregunto si serían igualmente finos en el caso de invertirse los signos políticos de la imitación y del pateo, pero es sólo una pregunta sin respuesta, y deseo fervientemente que no tengamos oportunidad de conocerla.

Lo que me parece delirante es la curiosa identificación que algunos hacen entre violencia y palabra. Al parecer, la violencia verbal es condenable por ser consciente, la patada, en cambio, pudo ser fruto de una enajenación pasajera. No puedo evitar acordarme de la simpática ley del embudo. Hay que recordar que, de cualquier manera, la violencia no la puso Tertsch sino la ingeniosísima performance de Wyoming: existe una abismal diferencia entre defender que las fuerzas armadas nos protejan frente a terroristas y afirmar, como hizo Wyoming-Tersch, que se tienen ganas de liquidar a pacifistas y/o a ministros de Zapatero, y eso lo mismo si lo dice Agamenón que su porquero.

Quizá fuere bueno que Wyoming ampliase su hermenéutica y así acaso pudiéremos comprobar si se incrementan las patadas; estoy casi seguro de que Wyoming cesaría en sus hábiles comparanzas, porque lo tengo por pacifista de ley, pese a estos ligeros deslices. Como pensará mucha gente de bien, a ver si Tertsch se cura pronto y deja de darnos la lata. La verdad es que parece mentira que haya gente de derechas, ¡con lo bien que se vive con una bella conciencia de progresista recauchutado!

Federico Trillo

Quienes crean que en la Justicia debe existir la presunción de inocencia, y que las responsabilidades políticas se han de sustanciar de forma homogénea y razonable, tendrán que reconocer que la saña con la que se ha perseguido a Federico Trillo ha roto todos los moldes.

En primer lugar, se quiso hacer al ministro de Defensa de Aznar responsable del accidente aéreo de un avión extranjero y contratado por la OTAN. Esto de la culpabilidad de los accidentes ya se sabe que es arma predilecta de la izquierda, y que no es de aplicación en ningún otro caso. Ya pueden morir centenares de civiles enteramente inocentes y ajenos al caso, que si el bombardeo es de Obama, como ocurrió recientemente en Afganistán, no pasa nada. Ya pueden morir  abrasados decenas de bomberos y de agentes forestales en un incendio, como pasó en Guadalajara, que si la CCAA es del PSOE, tampoco pasa nada. A cambio, ya pudimos ver la que se armó con el Prestige, o el aquelarre de los muy decentes con motivo de los atentados del 11M. La derecha es siempre culpable, aunque delinque y asesina con enorme disimulo, pero eso jamás escapa a la atenta vigilancia de los inocentes e impecables izquierdistas que solo reclaman la objetividad y la presunción de inocencia si el sospechoso es de los suyos.

Como el caso aéreo contra Trillo, que no se dedicaba a alquilar aviones, aunque Bono  se empeñase en suponerlo, no se tenía de píe, se convirtió el asunto de las identificaciones en la  prueba indirecta de su maldad. Al parecer ha sido la prisa en recoger los restos para disimular su gravísima responsabilidad la causa de los errores cometidos y la prueba de la vileza que se le achaca. Ahora un Tribunal ha condenado a unos oficiales por razones más que discutibles y los socialistas, tan decentes, han vuelto a la carga contra Trillo. Sin embargo, nadie puso en duda la inocencia de Bono cuando dos helicópteros militares aterrizaron de manera precipitada y peligrosa a causa de desconocidas razones y murieron militares españoles en Afganistán. Bono no pilotaba, pero Trillo sí recogía desordenadamente los restos. Así pasa siempre.

Felipe González presidía un gobierno en el que altísimos cargos de interior, compañeros de Rubalcaba, cometieron gravísimos delitos condenados con sentencia firme, pero Felipe se enteraba por los periódicos, no como Trillo que, al parecer, se dedicaba a desordenar los restos mortales de Trebisonda con ánimo de hacer más doloroso el trance de los familiares. Lo dicho, una derecha criminal que, a Dios gracias, no pasa inadvertida merced al celo justiciero  de nuestros decentísimos progresistas. Cuando a Lenin le recordaron que el PC ruso propugnaba el fin de la pena de muerte, y eso era contradictorio con el número de gente a la que estaban ejecutando, contesto: «¡paparruchas!» Viene de lejos esta ley del embudo.