¿Libros electrónicos o lectores?

Según parece, las Academias de la Lengua Española han acordado incluir en su próxima versión del Diccionario el término libro electrónico con dos acepciones, la primera se referirá a los dispositivos que permiten almacenar, reproducir y leer libros, y la segunda a los libros digitalizados que puedan leerse en esos dispositivos.
Me parece un desacierto, que quieren que les diga. Es posible que pueda considerarse admirable el esfuerzo de las Academias para mantener unida la lengua, pero no es tan seguro que sus trabajos rindan los frutos que se supone, ni que sus ideas sean siempre las más afortunadas. Creo que en este caso han tratado de ir más deprisa que el uso común, para eso se tienen por más sabios, imagino, y tengo la impresión de que su soluciónno ha sido demasiado brillante. No es que yo me oponga a que se llame libro a dos cosas que son muy distintas, a un contenido y a un soporte; si tal cosa fuese un error, que lo dudo, es ya demasiado viejo y común, es lo que hacemos al llamar libro al tiempo al Quijote y al volumen en que está impreso.
Lo que creo es que los académicos han tratado de que permanezca una analogía entre el mundo impreso y el digital, y esa analogía estalla por todas partes. El libro-aparato es, en realidad, un lector, mientras que los libros, en el sentido no material del término, son ideas objetivas que se pueden representar de infinitas maneras, en libros-volúmenes impresos, o en sistemas digitales que permitan su lectura. La diferencia entre el libro-volumen y el dispositivo digital que sirve para soportar miles de textos, no es demasiado relevante si se mira desde el punto de vista cuantitativo, un libro por volumen en el caso impreso, miles por lector digital en el caso del dispositivo, pero puede ser interesante desde otros puntos de vista. El dispositivo digital le devuelve al libro, a la obra que alguien ha pensado o imaginado y luego escrito, su singularidad más interesante, aquello que le hace ser él y no otra cosa. No me parece, por tanto, feliz la solución de llamar libro, como en el mundo de la imprenta, tanto al texto como al dispositivo que usamos para leerlo. Creo que portalibros o lector son mejores denominaciones que libro, pero eso ya se verá, será cosa de que pase el tiempo, el que se tome el progreso en dejar a las ediciones en papel tan fuera de juego como hoy lo están las carrozas.
Mi segunda discrepancia es con el calificativo electrónico, que huele, como mínimo, a naftalina, y que unido a libro compone una denominación, acaso correcta desde el punto de vista, digamos, científico, pero imposible de mantener en el uso popular. Lo lógico, por economía del lenguaje, es que le acabemos llamando al texto como siempre, libro, y al aparato con alguna única palabra que aún no tenemos, pero que surgirá. A mí, lector,a secas, me gusta mucho más, entre otras cosas, porque no hay ningún otro objeto al que nos refiramos con ese nombre. Contra portalibros, una buena sugerencia de Darío Villanueva, tengo que, aunque pueda parecer término más correcto, sea palabra que se aplique también a otros objetos, y que no ayude a sugerir la función de aquello que designa, lo que en un nombre nuevo puede ser de interés. Este objetivo utilitario se logra holgadamente con lector, tal es la razón de mi preferencia. De cualquier manera, todavía hay demasiado pocos lectores como para que ese uso, o cualquier otro, se imponga.

Esto sí que es una noticia

Hoy me he desayunado con una noticia realmente esperadaSegún Amazon.com, las ventas de los libros electrónicos han superado por primera vez las de los de papel. Parece que, además del crecimiento normal cuando las cosas se hacen bien, el crecimiento se ha podido deber a la bajada de precios de su lector Kindle, que ahora vale solo 189 dólares, lo que ha hecho que  en la primera mitad de 2010 se hayan vendido tres veces más Kindle que en la primera mitad de 2009. En el mes de junio Amazon ha vendido 180 libros digitales por cada cien libros impresos en papel, y eso que el precio de los digitales todavía no ha llegado a ser lo barato que podrá ser en el futuro.
Amazon tiene a la venta 630.000 libros digitales de pago y 1,8 millones de títulos gratuitos. Los libros de Amazon pueden leerse, además, en muchos otros dispositivos, además de en el PC con una aplicación que Amazon proporciona de manera gratuita. El futuro, por fin, se acerca. 

Kindle para PC

Como cliente de Amazon he recibido un correo que me brindaba la posibilidad de emplear un programa especial para leer los libros de Kindle en el PC. No he comprado un Kindle porque no me gusta el sistema cerrado que impone a sus usuarios y la exclusividad de sus fuentes, aunque ahora ya puede aliviarse usando el dispositivo para leer textos que hayan llegado a un PC por diversos procedimientos; pese a esa posibilidad todavía no me he decidido a comprar un Kindle, y uso a plena satisfacción mi lector Papyre, como saben mis lectores, escasos pero selectos.

Sin embargo, me he descargado el programa de Kindle y he bajado alguno de los libros gratuitos (por ejemplo, On the Duty of Civil disobedience de J. D. Thoreau, que es un auténtico placer) de la biblioteca digital de Amazon&Kindle y tengo que decir que el programa es estupendo, que la lectura es muy grata (siempre dentro de la molestia de las pantallas de PC) y que no descarto usarlo para leer y consultar en el PC mis libros digitales, una vez que haya sucumbido a la compra del Kindle y los haya pasado a través del PC, pero algo es algo.

Tiempo de lectura

Incluso los más reacios a este deporte tienen que reconocer que el verano es tiempo de lectura. A mi me parece tan evidente, que casi estoy dispuesto a establecer una relación inversa entre el número de llamadas telefónicas (que en verano escasean, lo que es una de sus poquísimas ventajas frente a estaciones más civilizadas), y el número de líneas leídas. Hay quienes no comprenden que leer sea una actividad, y te dicen eso de “¿por qué no dejas de leer y te pones a hacer algo?” Los vagos lectores oímos esa pregunta con cierta extrañeza, que, en mi caso, llega al pasmo cuando lo que se te propone es que dejes el libro (o el ordenador o el lector electrónico) para irte, por ejemplo, a la playa.

Bueno, todo esto es una mera divagación veraniega para recomendar a los escasos pero selectos lectores que se interesen por los libros y por lo que los libros dicen, que se den un paseo por dos breves notas de Georges Dyson sobre la catedral de Türing y sobre la Biblioteca universal. Son dos breves excursiones que merecen la pena. ¡Cuidado con el sol!

Editores y soportes

A medida que se va clareando el panorama de los dispositivos que permiten la lectura de textos con tecnología de tinta electrónica (una pantalla sin reflejos, sin titilaciones, sin molestias, tan fácil y grata de usar como el papel, pero más ligera y agradecida), se van complicando las relaciones entre las distintas entidades que soportan y organizan el mundo de la lectura y el futuro.

Los editores. Seguirán existiendo, sin duda, aunque su misión esencial no será la de articular una industria de producción y de distribución, y obtener beneficios de ella, sino la de escoger y preparar los textos para ofrecerlos con la mejor calidad, rigor y accesibilidad a los lectores. El editor será, sobre todo, el garante de una serie de criterios de calidad.

El librero. Lo tiene más complicado. El editor, o los autores, tenderán a quedarse  con parte de su negocio, si es pequeño, pero el librero siempre podrá luchar ofreciendo escaparates digitales de mucha mayor calidad y ventajas que la mayoría de editores no  podrán conseguir para sí mismos. De hecho a quien mejor le va en este negocio, por ahora, es a un librero, a Amazon.

Las bibliotecas. Tendrán que asumir una función que solo será lejanamente parecida a la de las bibliotecas clásicas. En el futuro, los libros, idealmente todos los libros, dejarán de ser ilocalizables y escasos, de manera que las bibliotecas no tendrán que prestigiarse por tener lo que otras no tengan, pues todos tendrán casi de todo. Su futuro estará en la especialización y en ser editores de lecturas, en proporcionar elementos de valoración de cualquier libro o texto que entreguen a los usuarios para tratar de aprender de ellos. El bibliotecario será un erudito acerca de las ediciones que maneja, tendrá que saber sobre ellas cuanto se pueda saber si quiere ser alguien en el futuro.

¿Qué pasará con los derechos de autor? Probablemente habrá que reducir los períodos de vigencia y habrá que adaptarlos al uso de los textos digitales. Quizá no tenga sentido que las bibliotecas presten libros digitales sin cobrar por ello, puesto que, a medio plazo,  ese será uno de los usos más frecuentes de lectura y el papel de las bibliotecas se confundirá, en cierto modo, con el de los editores. De cualquier manera, las bibliotecas deberán especializarse en libros (y en otra clase de formatos) que sean muy significativos y tratar de seguir el rastro de su lectura para que esas lecturas estén disponibles para cualquier estudioso posterior. Los textos más comerciales probablemente no podrán ser archivados en bibliotecas, porque con su servicio estarían haciendo una competencia insoportable a los editores sin ningún valor añadido.

No hay que preocuparse. Nadie sabía en 1920 cómo se iba a organizar la aviación civil y se sabía que estaba llegando. No lo hemos hecho del todo mal y tampoco lo haremos mal con la lectura y con el mundo del conocimiento. Pero es absurdo seguir pensando en que la nobleza y el valor del un libro consiste en que es un mazo de papeles cosidos.


[Publicado en adiosgutenberg.com]

Se habla de libros

Por estos días ha llegado a ser costumbre hablar de libros, especialmente en Barcelona por el peculiar colorido de su día de San Jordi. Ahora mismo hay cierta confusión en el debate, digamos, periodístico; tan pronto se nos habla de que desaparecerán los libros de papel, como de máquinas fabulosas que fabricarán cualquier libro en escasos segundos, y abundarán como los quioscos de prensa, que también están en el alero.

Lo que se demuestra es que la abundancia de información no siempre se relaciona linealmente con la sencillez para formar criterio, o para hacerse cargo de cualquier cosa. De hecho, la información siempre se mezcla con un contrario enormemente variopinto, con la desinformación, y eso produce extrañas figuras en las que lo correcto se amalgama con lo fantásticamente inverosímil.

Quizá deberíamos serenarnos y pensar que, salvo que el progreso pueda consistir en una larga y veloz caminada hacia atrás, cosa que tampoco se puede descartar a la ligera, lo que parece más probable es que nos vayamos adentrando en un mundo en el que la información (que es lo que contienen los libros) se haga mucho más abundante, accesible y barata, y que, en consecuencia, se permita una mejora continua y efectiva de su calidad. Es decir, no habrá que competir por fabricar o tener un libro, sino por conseguir el libro mejor, la edición más completa e interesante. Sabemos, además, que esa edición va a estar accesible para que pueda ser leída de muchas maneras, como también han existido muchas variantes físicas de cada libro impreso, y que escogeremos la que más nos convenga o apetezca. ¿Algún problema? Siempre han existido grupos de personas a los que molesta que los demás podamos elegir, pero deberían ir acostumbrándose a que elijamos. ¿Desaparecerán los editores?: no; habrá más y mejores editores que se tendrán que centrar, casi en exclusiva, en la calidad textual e intelectual de lo que ofrecen, sin preocuparse de cosas que, bien mirado, son enteramente ajenas a aquello por lo que los libros nos interesan. 


[Publicado en otro blog]