Lo siento por mis amigos socialistas, que los tengo, y por todos nosotros, pero lo del sabelotodo Zapatero recuerda cada vez más al camelo de la lucecita de El Pardo que le daba serenidad a Arias Navarro; según él, mientras Franco respirase, todo estaría a salvo, y eso es exactamente lo que ha dicho Bono, buena pieza, que conoce probablemente mejor que nadie las desdichadas debilidades de los españolitos de a píe.
Da igual que Zapatero anuncie que no se presentará a las próximas generales, lo que, a la hora que escribo, es probable, pero no seguro, lo decisivo es que el destino de un país, y por supuesto el de su partido, dependerá, en buena medida, de una mera decisión personal y eso no parece muy razonable.
Cuando se diseñó la democracia española, se hizo un diseño excesivamente ideológico y jurídico, lo que fue casi inevitable, porque carecíamos de experiencia al respecto y, aunque pudiésemos copiar, como se hizo, no teníamos idea de cómo funcionarían las cosas. Ahora es distinto. Ahora sabemos claramente, por ejemplo, que la partitocracia es una amenaza real y muy peligrosa, y que el caudillismo no nos ha dejado nunca del todo. Desde el más conservador al más izquierdista de nuestros líderes han pulsado a fondo la tecla caudillista por la sencilla razón de que no existe límite legal a sus mandatos, algo que debería existir. Ya que no somos una república, lo que arreglaría algunas cosas, con bastantes menos riesgos que los que presume la propaganda, deberíamos establecer una limitación de dos mandatos tanto para el presidente del Gobierno como para los presidentes de los partidos y los presidentes regionales. Esa simple medida cambiaría las reglas de juego y aumentaría la competencia, suavizaría y facilitaría las alternancias y, aunque diese lugar a algo más de jaleo, creo que sería beneficioso aprender a convivir con ello: la democracia no se debiera confundir con el ordeno y mando y eso es lo que ahora pasa con los hiperliderazgos.
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