La diferencia entre una mafia y un partido democrático es muy simple: en las primeras no hay otra ley que el silencio y la lealtad al que manda; en los segundos, hay que asomarse al mundo exterior, las leyes vigentes se toman en serio y son los electores, sus deseos, sus creencias y el contrato electoral el que puede regir la conducta del partido y de sus miembros. Vista esta pequeña pero sustancial diferencia, analícese lo que pasa y que cada cual decida lo que hay que hacer. El porvenir de la democracia no depende de lo que vaya a pasar, sino de lo que queramos hacer. La lástima es que las mafias son invenciones autóctonas, mientras que los partidos siempre han sido un poco exóticos, pero alguna vez habrá que cambiar esto, digo yo.
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