El ahorrador manirroto

Este Gobierno ha resuelto, bien es verdad que a su pesar y a ultimísima hora, apretar el bolsillo de los españoles para que las cuentas públicas mejoren de aspecto, pero no da ninguna sensación de tomarse en serio la receta en lo que se refiere a sus gastos. El mismo Gobierno que se apresta a endurecer las pensiones alargando la vida laboral, y que le ha sustraído a la mayoría de empleados públicos, excepción hecha de un selecto grupo de buenos amigos, un porcentaje de sus sueldos, continúa gastando en las cosas más absurdas y sin sentido, disfrutando con la pólvora del Rey como si esa conducta fuese razonable y ejemplar.
Es comprensible que un gobierno que vive la compra de voluntades, como acaba de verse meridianamente en el caso del pacto con el PNV, se resista a seguir aplicando el procedimiento, pero resulta obsceno que, quienes han limitado tan drásticamente los ingresos del personal, sigan viviendo alegremente y sin hacer el menor sacrificio, como si nadie se diese cuenta de su falta de vergüenza y de sensibilidad.
Gastar por gastar, es lo que muchos ministros entienden por buen gobierno, de modo que cuanto más se gaste, mejor, porque siempre quedará algún margen para la arbitrariedad y el mangoneo. Hoy mismo publicamos varias informaciones que revelan la frivolidad de esta administración con el gasto. Ante el marasmo de la administración de justicia, el gobierno se dispone a gastar a toda prisa y en no se sabe muy bien qué, la friolera de 50 millones de euros, ¡confiando en el buen criterio de los proveedores para que el gasto pueda justificarse de alguna manera! Gastando así, sin programas, sin concursos públicos, sin trasparencia, y sin control alguno, se pueden hacer muchos favores, pero raramente se consigue cumplir los objetivos de racionalidad y eficiencia a los que la administración pública está legalmente obligada. No se trata de ninguna excepción, sino de una tradición de dispendio perfectamente programada y puesta al servicio de los intereses políticos del Gobierno.
Si esta clase de defectos hubiesen sido consecuencia de alguna falta de advertencia, el Gobierno podría haber empezado a poner coto a raíz de la infinita serie de disparates que trajo consigo el desdichado plan E. Hoy mismo damos cuenta del caso de un alcalde que se gastó 200.000 euros del disparatado Plan en hacer una discoteca, pero como todo el mundo sabe, el anecdotario de picardías ha sido infinito en ese rosario de obras perfectamente prescindibles y sin sentido en las que Zapatero decidió gastarse un dinero que no tenía, pero que le venía bien para alegrarles las pajarillas a muchos de sus devotos, para animar el cotarro electoral.
La falta de austeridad en el gasto es un escándalo cuando cada euro que se gasta de más se convierte en una carga insoportable sobre las futuras generaciones, pero eso importa poco a los que ahora están en el machito, sobre todo si consiguen forrarse mientras tanto. Bono, por ejemplo, que ha doblado varias veces el presupuesto del Congreso, ha organizado las cosas para que los fastos del XXXIII Aniversario de la Constitución no se vean privados de su campaña publicitaria, un gasto perfectamente estúpido y cuyo monte debiera ser devuelto a las arcas públicas si hubiese un mínimo de decencia, y a alguno de estos personajes les importase realmente el bienestar de todos. Los millones de electores que están dando la espalda a Zapatero ya han caído en la cuenta de este descaro: se está quedando sin partidarios, y tiene que mantener a los beneficiarios gastando sin medida.

Carta de un funcionario

Un amigo verdadero, funcionario en un puesto modesto, trabajador, entregado, competente y decente, me escribe una carta quejándose de que la opinión pública les eche la culpa del despilfarro, del desastre. Me manda un escrito con el que dice solidarizarse. El escrito comienza diciendo, de manera un tanto sospechosa, “en los últimos días, la cloaca política y mediática neoliberal ha babeado de placer ante los ecos de una posible congelación salarial a los funcionarios. Sin embargo, nada sería más injusto que pasar la factura de la crisis a este colectivo. Así, en los momentos de hervor económico y ladrillazo, un encofrador podía duplicar el sueldo de un Técnico Superior de la Administración, y para conseguir que un albañil viniera a casa había, poco menos, que apuntarse en una lista de espera y cruzar los dedos”. Da la impresión de que al funcionario escribiente le cabrea más el jolgorio de los neoliberales que la reducción salarial que les ha colocado ZP. Transcribo lo que le contesté a mi amigo: Hay mucha verdad es el texto que me mandas, pero también mucha demagogia, y mucho maniqueísmo. Empecemos por lo último: resulta que las contraposiciones entre buenos y malos (los funcionarios y los neo-liberales, los que se inflaron con la construcción y los estudiosos opositores) sirven habitualmente para no analizar los problemas con algo más de finura. Lo principal que nos pasa no es que padezcamos un pésimo gobierno, que no es culpable de la crisis, pero sí es culpable de no haberla afrontado y de haberla empeorado con su gestión; no, más grave es todavía que haya tantos electores que no comprenden el mundo en el que viven, que, desde luego, no es mundo justo, pero nunca lo ha sido, aunque sea mejor que el de los años 30 o 60, por ejemplo.
No vivimos en una sociedad del mérito intelectual, de sobra es evidente. Pero los funcionarios no somos lo mejor de este país, ni siquiera los que se puedan considerar, con motivo, los mejores de su especie. Hay demasiadas pocas cosas buenas en España, y solo abunda el que quiere echarle siempre la culpa a los demás, especie en la que ZP es absolutamente ejemplar.
El aumento desmedido del gasto público es una de las razones por las que el gobierno está a punto de hacer naufragar el euro, porque en una situación de crisis el Estado debería haber dado ejemplo de contención, y es archiclaro que no lo ha hecho. Al dilapidar el dinero, se lastran las posibilidades de recuperación de la crisis porque no hay liquidez para continuar los negocios, ni hay nadie dispuesto a arriesgarse a emprenderlos nuevos. El paro no es la causa de la crisis, sino su consecuencia, y, luego, su agravante. Pretender que eso pueda arreglarse con mayor gasto público es una locura (planes E o Z o como se llamasen y cosas así).
Yo creo que es injusto cargar a los funcionarios con los costos, pero es el gobierno quien no se atreve a asumir otros recortes, porque van contra su política, y cree que los funcionarios no se volverán contra él, sino contra los neo-liberales y trampantojos similares. Es evidente que hay parar el gasto y que lo fácil, e injusto, es castigar a los pensionistas y los funcionarios, aunque no todos se merezcan lo que se ganan, como tú sabes muy bien. Sería deseable, pero es imposible, distinguir entre buenos funcionarios y una auténtica plebe de parásitos que ha crecido como plaga en estos años de democracia (imperfecta, por supuesto). A la muerte de Franco había 700.000 funcionarios; es evidente que eso habría de crecer, pero también es obvio que es absurdo suponer que se necesiten más de 3.500.000, si no me confundo de dato, sin contar con liberados sindicales y cargos políticos. Por hablar de lo que yo conozco, las universidades, los funcionarios públicos españoles, que son la mayoría de sus miembros, como yo mismo, no son capaces de hacer que ninguna de las españolas aparezca entre las 200 mejores del mundo, por ejemplo.
Son las subvenciones (que suman miles de millones) lo primero que habría que cortar, pero eso sí es incompatible con ser ZP. No sé si la gente sabrá aprender, pero discursos del corte del que me mandas hacen poco por la causa. Seguimos hablando. Un abrazo,