El octavo, no mentirás

Este papa siempre produce polémica, lo que no está mal para su oficio, porque representa a una persona que no se caracterizó, precisamente, por decir siempre lo que todo el mundo quería oír. El problema es que, además de ese carisma que es el importante, los papas llevan siglos siendo gentes poderosas, y el poder no se lleva muy allá con los que agitan. Esa es la curiosa contradicción que un papa debe asumir a su manera, y no podemos quejarnos de que las respuestas que han dado los últimos papas no hayan sido muy distintas. 
Tal vez a Francisco le guste desconcertar, no lo sé, pero cuando desconcierta por decir cosas absolutamente elementales para un cristiano, el escándalo de sus seguidores debería moderarse. 
Creo que le preguntaron hace poco por una de las miles mentiras españolas, eclesiástica esta vez, según parece. Esto es lo que contestó: “la verità è la verità. E non dobbiamo nasconderla». No soy demasiado aficionado a caracterizar a los españoles, ni siquiera a los polacos, pero me temo que la mentira sea ahora el vicio nacional por excelencia, mucho más que la envidia. Me alegro, pues, que el papa haya recordado a todos los españoles que mentir no es bueno, aunque se sea un arzobispo con fama de no tener miedo al martirio. 
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¿Qué es mentir?

Hace unos años me quedé bastante estupefacto cuando pude comprobar que una buena mayoría de mis alumnos no eran capaces de distinguir entre “no decir la verdad” y “mentir”. Cosas de la LOGSE, pensé, y les explique la distinción que yo creo recordar aprendí en el Catecismo, hace ya muchísimos años, y que nunca se me ha ocurrido poner en duda: “mentir es decir lo contrario de lo que se piensa (o se siente) con la intención de engañar”.
Bueno, pues hoy he vuelto a comprobar que abundan los que no entienden bien algo tan claro como un vaso de agua clara. Hace unos minutos, estaba viendo un programa en la TV, y el señor González Pons, que es uno de los que mandan en el PP y de los que siempre está  dando que hablar, informaba a sus atónitos espectadores, quiero decir a unos espectadores que debían quedarse atónitos, pero ya no sabe uno qué pensar, de que el señor Rubalcaba había mentido por escrito, lo que ya es peculiar, pero sobre todo que había mentido de una manera completamente consciente, fíjense si será perverso el tío. 
Me gustaría que el señor portavoz del PP hubiera estudiado el catecismo para que no dijera cosas tan tontas como la que ha dicho, cosa que imagino que es difícil de evitar a alguien que se pasa el día diciendo lo que cree que hay que decir, lo que cree que nos conviene escuchar, y me parece que ese hábito le sirve de excusa para no decir casi nunca nada interesante.  ¿Acaso cree el señor González Pons que hay mentiras inconscientes? ¿Piensa el PP proponer que se castigue la mentira consciente como una forma especialmente perversa de mendacidad?
Si quisiera hacer un comentario mordaz, pero me voy a contener, diría que los políticos se han acostumbrado a mentir con tanta frecuencia, y con tanta inocencia aparente, que ya lo hacen, incluso, de manera inconsciente. Puede que a algunos les parezca tal cosa, caso de tener sentido, un atenuante, yo lo considero un caso de alevosía, además de una muestra de evidente de tontuna, esa cualidad con la que creen que nos subyugan, y a veces es así. 


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Cómo se distinguen las supercherías

Esta es una pregunta que, aunque se pueda hacer en general, no se puede responder del mismo modo. En realidad, lo único que deberíamos aprender es a distinguir a quienes quieren engañarnos, siempre a cambio de algo, frecuentemente innoble, de quienes no lo intentan. Tampoco eso es fácil, y seguramente uno de los trucos más eficaces del diablo, como suele decirse, es convencernos de su inexistencia (lo lleva bastante bien, por cierto), esto es, de que no intenta engañarnos.

A los diablos de andar por casa los descubrimos con cierta facilidad a nada que comprobemos los efectos de haberles hecho caso. Es razonable que el tiempo nos pueda librar de muchos de ellos, por tanto, pero de diablos más sutiles es difícil protegerse, y nunca se sabe por dónde pueden acabar apareciendo. Todo esto lo digo a propósito de las dificultades que experimentan muchos de mis alumnos, chicos y chicas listos y de buen nivel, para distinguir entre que algo sea una falsedad, y que algo sea una mentira. El uso poco cuidadoso de la lengua lleva a carencias tan curiosas como esta. Lo que debiera preocuparnos no son los que dicen cosas falsas, en tal caso no podríamos vivir, sino aprender a evitar a quienes tratan de engañarnos. Entre los que dicen falsedades (sin saberlo) puede haber, y frecuentemente hay, gentes excelentes, personas de vida feliz y admirable. Está claro, pues, que hay falsedades que pudieran resultar muy nutritivas y rentables para la gente común. Los que se dedican a saber y a investigar, por el contrario, tienen que estar muy atentos para escoger bien sus buenas compañías, ya que pudieran no ser las que lo parecen; ya sé que es difícil, pero, si no lo hacen, que no se pongan las medallas, ni siquiera las que otorgan los bobos.