El Gobierno pasó ayer por el Congreso su reformita laboral. No contento con evitar encararse con los problemas del empleo, se nos sometió a una de esas sesiones parlamentarias que producen hastío y algo más que un poco de vergüenza. Los grupos parlamentarios fueron a lo suyo, y evitaron, como de costumbre, ir a lo nuestro, a discutir en serio los problemas de la economía, de la productividad y del empleo en España.
Los grupos parlamentarios han hecho suya una actitud un poco ridícula en función de la cual votan lo que les conviene a ellos, y no lo que puedan creer que nos convenga a nosotros, en el caso de que se preocupen de ello. Han confundido tanto sus intereses con los nuestros, que no caen en la cuenta de que a la mayoría de los españoles les resulta hiriente e incomprensible este permanente tacticismo, que nos aburre dejar siempre para luego los auténticos debates, la confrontación de ideas, el intento de convencer a los españoles de que hay soluciones mejores a nuestros problemas.
El Gobierno, lo decíamos ayer, ha presentado un parche a todas luces insuficiente, una prueba más de que este gabinete no da más de sí. Los grupos debieran haber dicho que no a ese remiendo, porque no resuelve nada, y nos va a traer, como advirtió claramente Rajoy, un nuevo impulso judicializador en las relaciones laborales, es decir más inseguridad, menos garantías de efectividad, ningún aliciente para invertir. ¿Por qué se atreve el Gobierno a presentar tamañas reformitas, consciente, de que no van a llevar a ninguna parte? La razón es muy simple: el gobierno juega sus bazas sabiendo que sus propuestas no van a ser tumbadas por miedo a las consecuencias, y eso le autoriza para presentar medidas de medio pelo, le evita tener que reconocer que está de más, que no le queda nada que aportar en esta legislatura largamente agonizante.
Es verdad que podría haberse producido alguna confusión si el voto negativo hubiese aunado al PP y a ERC, a Convergencia y a IU, pero también es muy negativo que la abstención facilite las dilaciones y jugarretas del gobierno. La manera menos negativa de presentar este asunto es suponer que los grupos que se han abstenido lo han hecho por una especie de responsabilidad hacia la inestable situación de la economía española, pero eso es solo media verdad. El PNV ha aprovechado, como suele, para mercadear su no rechazo y tratar de condicionar los presupuestos venideros; Convergencia y Unión sigue en su propio calendario y haciendo caso omiso, en el fondo, a las necesidades de sus electores, que desean, sin duda alguna, un cambio completo del marco laboral para conseguir abreviar el tiempo que nos queda para que la economía se recupere.
El PP ha vuelto a ponerse ligeramente de perfil y a explicar que tiene soluciones mejores y más consistentes, pero sin atreverse del todo a hacerlas nítidamente explícitas. El PP debería perder los temores a mantener en este punto una posición clara, comprensible, y comprometida, como la que mantiene en otros asuntos, por ejemplo, en su negativa a las negociaciones con ETA. El PP gusta de compararse con las virtudes de los años de Aznar, pues bien, habría de preguntarse lo siguiente: ¿Sacó algo en limpio el PP del paso atrás a consecuencia de la huelga? ¿Se benefició nuestra economía de plegarse a las amenazas sindicales? Nosotros creemos que la respuesta es que no, en ambos casos, y nos tememos que el PP no acabe de sacar las lecciones oportunas de ese error del pasado.