Los españoles deberíamos de preguntarnos si se está haciendo lo suficiente para que el servicio del Príncipe a los altos intereses de la Nación y al bienestar de todos los españoles sea tan intenso como pudiera serlo. Tal vez no sea muy lógico que los herederos de las monarquías contemporáneas tengan que soportar una larga espera sin poder participar en otra cosa que actos protocolarios. Se trata de asuntos muy delicados, es cierto, sobre los que ni existen previsiones precisas por parte de la Constitución, ni hay una tradición que pueda invocarse con perfecto sentido, puesto que los Reyes de nuestra historia solían ser coronados a edades mucho más tempranas que la que, presumiblemente, alcanzará Don Felipe a la hora de su proclamación como Rey. Es responsabilidad conjunta del Gobierno, del Parlamento y de la Casa del Rey, preguntarse por la manera más eficaz de aprovechar la experiencia y habilidad del Príncipe en beneficio de España y de lograr, al tiempo, que los años de espera que aún le quedan hasta su proclamación como Rey de todos los españoles supongan una mejora efectiva en su conocimiento de la realidad de la Nación sobre la que ha de reinar, de su historia, de sus problemas y de sus esperanzas, que han de ser también las suyas para siempre.
Un Príncipe a la espera
Los españoles deberíamos de preguntarnos si se está haciendo lo suficiente para que el servicio del Príncipe a los altos intereses de la Nación y al bienestar de todos los españoles sea tan intenso como pudiera serlo. Tal vez no sea muy lógico que los herederos de las monarquías contemporáneas tengan que soportar una larga espera sin poder participar en otra cosa que actos protocolarios. Se trata de asuntos muy delicados, es cierto, sobre los que ni existen previsiones precisas por parte de la Constitución, ni hay una tradición que pueda invocarse con perfecto sentido, puesto que los Reyes de nuestra historia solían ser coronados a edades mucho más tempranas que la que, presumiblemente, alcanzará Don Felipe a la hora de su proclamación como Rey. Es responsabilidad conjunta del Gobierno, del Parlamento y de la Casa del Rey, preguntarse por la manera más eficaz de aprovechar la experiencia y habilidad del Príncipe en beneficio de España y de lograr, al tiempo, que los años de espera que aún le quedan hasta su proclamación como Rey de todos los españoles supongan una mejora efectiva en su conocimiento de la realidad de la Nación sobre la que ha de reinar, de su historia, de sus problemas y de sus esperanzas, que han de ser también las suyas para siempre.