Categoría: moralismo
La película y la guerra
Cunde el desconcierto al enjuiciar En tierra hostil la película de Bigelow que se ha llevado una buena colección de premios en la gala de los Oscar. Vivimos tiempos duros y las almas simples sufren con estas contradicciones. Resulta que muchas noticias afirmaban que la película era antibelicista, como debe ser. Sin embargo, la directora dedicó el film a los soldados americanos, y, algo después a los soldados en general, lo que no resulta todo lo antibelicista que convendría, de manera que estábamos ante una cuestión moralmente muy peliaguda: imaginen el papelón que se puede hacer en una reunión con gente de criterio si se hace una alabanza de la película porque te ha gustado, y resultase que la película sea belicista, aunque muchos no hayan caído en la cuenta. Tremendo, oiga. Finalmente se ha sabido que los soldados en Irak consideraban que la cinta era poco realista y bastante fantasiosa, además de insustancial. Imaginen a nuestras almas bellas procesando todo este cúmulo de noticias tan difícilmente armonizables.
Pero como, a Dios gracias, la santa iglesia de la progresía tiene abundantes y piadosos doctores, pues Fernando Trueba ha dejado las cosas muy claras. La película es belicista y gravemente peligrosa para las almas sensibles, los pacifistas y las gentes de buen talante. Así que ya saben, no se den por no informados: no la vean si no quieren incurrir en grave falta. Espero que pronto nos digan lo que tenemos que hacer los que la hemos visto ya, y si habrá solución para los que hayamos podido hacer propaganda de ella antes de que se conociese la sanción moral correcta. Supongo que habrá margen para el arrepentimiento y que se nos retirarán las sanciones si, por ejemplo, hacemos algún elogio de Bosé, de Willy Toledo, de Trueba o de la SGAE. De cualquier manera, más vale tarde que nunca. Es lo que tiene el cine, que te engaña, es un invento del demonio.
¿Puede haber moralistas o sólo hay hipócritas?
Leo, una vez más, un inteligente comentario de Alejandro Gándara («En esas estamos») en su blog. Le he hecho una pequeña apostilla, y aquí amplío el asunto.
Hay una enorme dificultad en percibirse a uno mismo bajo las categorías con que calificamos a los demás. Se trata, desde luego, de una vieja advertencia. Luego está el hecho de que una supuesta mentalidad científica nos permite hablar del mundo como si no existiéramos en él. No sé si por eso puede decirse que el viejo topo, cualquier especie de viejo topo que queramos analizar, avanza a ciegas, es decir, que nos pasan cosas que no sabemos cómo comenzaron a pasarnos.
¿Cómo puede escapar a esas limitaciones el lenguaje moral? ¿Tendremos que afirmar que nada hay que decir? El problema es que no es fácil encontrar el fondo o el límite de la moralidad y que, si no creemos, de alguna manera, en una suerte de naturaleza universal, entonces estamos a merced de un mercado que, como todos los mercados, pasa de continuo por momentos de histeria.
Me refiero, claro está, al mercado de los sentimientos. Todos los mercados son secundarios respecto a los valores en trueque y con los sentimientos pasa exactamente eso: que cada cual puede creer que sabe muy bien lo que siente, pero está al albur de unas modas que pueden ser, y de hecho son, bastante tornadizas.
Creo que no es ocioso recordar a Aristóteles y recordar que nada puede sustituir al juicio de prudencia, que no hay una moral que pueda imponerse con la evidencia de la ciencia, tómese como metáfora. También es vieja la advertencia de que no poseeremos una ciencia del bien y del mal. Lo malo es que vivimos en una época en que actuamos como si el único poder espiritual legítimo, por decirlo de alguna manera, fuese el que esgrimen las muchedumbres, poco dadas al matiz y menos a la prudencia. Las muchedumbres son moralistas sin saberlo y son, por ello, totalitarias. Por eso me asombra el que se quiera defender verdades que solo se perciben en la habitación de Pascal a golpe de manifestaciones.