Un poli en la tele

El caso de los niños supuestamente quemados por su padre en Córdoba está rebasando todos los  límites concebibles en el respeto a la presunción de inocencia,  y está sirviendo para que las autoridades dejen de cumplir escrupulosamente con su función, y se dediquen a balancearse en los minutos de gloria  que provoca la marea del morbo y la indignación popular. 
Que el ministro del Interior continúe con su estela de aciertos convirtiéndose en portavoz de un caso que debería ser exclusivamente policial, era previsible, pero muy lamentable. Este ministro es una pesadilla, la verdad. Que el jefe del grupo de investigación, un comandante de la policía, vaya por las televisiones participando en programas de gran audiencia y mostrando que, en la práctica, toda suerte de cautelas, profesionales y éticas,  están para que cualquiera se las salte cuando convenga es desolador. 
Creo que es bastante verosímil que el padre cordobés sea culpable de cuanto se imagina, pero la verosimilitud no debería arrasar con la presunción de inocencia. No se ha demostrado que los restos sean de los niños, ni que él los haya dejado allí haciéndolos arder, por mucho que eso seduzca a los calenturientos y a los ayatolás del antimachismo feminista de género. Hay mil hipótesis alternativas que debieran ser descartadas con un mínimo rigor antes de condenar a un sospechoso, por antipático que parezca. Por mencionar solo un par de motivos de sospecha contrario al canónico: ¿qué razón podría tener el supuesto asesino para quemar a sus hijos en el primer lugar en que podía imaginar se investigaría?
Parece obvio que el padre haya podido quererse vengar de su mujer, y menos obvio lo contrario. Pero parecer no es probar, y menos con las chapuceras investigaciones policiales que parecen ser  corrientes en  Andalucía. Además, es bastante infrecuente y extraño que la venganza induzca al asesinato de unos hijos. 
Lo más probable, sin embargo, es que lo que se sospecha unánimemente sea bastante cierto, pero para estos casos se fabricaron las cautelas. 
El Corte Inglés

Pánico nuclear

Es realmente llamativo que de lo que más se hable al respecto del desastre natural habido en el Japón es de lo que pueda ocurrir en las centrales nucleares. Supongo que, además, del miedo a que el asunto pueda afectarnos de uno u otro modo, está el hecho de que es el único tema susceptible de politización y, de lejos, el que provoca más morbo.
Al ver hoy las informaciones de la prensa al respecto no he podido olvidarme de la definición de periodismo que dio Chesterton: “consiste, sobre todo, en informar de que Lord Jones ha muerto a personas que no sabían que Lord Jones estuviese vivo”: ¿a qué vienen tantos detalles sobre la seguridad y lo que está pasando, o no, si ni siquiera el 1 por 100.000 de los lectores está en condiciones de entender medianamente nada de lo que se informa? Si se piensa en este asunto se verá que la pregunta no es tan inoportuna como pueda parecer. Mi respuesta, en breve, es que el miedo es uno de los ingredientes necesarios de la política, y el bocado es muy suculento como para dejarlo pasar de largo. Miedo, morbo, son más verdad, me temo, que toda esa piadosa retahíla sobre el derecho de los ciudadanos a recibir información veraz, y tal y cual.
No soy especialmente antinuclear, y viendo a algunos de los que lo son, siento ganas de montar una central en el patio de la casa que me gustaría tener, pero es evidente que la energía nuclear plantea problemas que no están resueltos a satisfacción (en especial el asunto de los residuos) y que, si se pudiere, habría que preferir otras fórmulas de conseguir energía, pero resulta descorazonador que cuando un terremoto casi inaudito, y que arrasa con todo, no consigue  que las centrales salten  por los aires, la prensa y el público sientan esa necesidad de hablar de la seguridad nuclear, un tema del que nada entienden y al que nada van a aportar.
Es posible que el gobierno japonés esté mintiendo, lo hacen muchos gobiernos con menos motivos que el de ahora, pero quienes seguramente nos están mintiendo, son esas patuleas de expertos antinucleares que están tratando de asustarnos, porque eso vende periódicos, parece justificar al gobierno providente, o cualquier otra causa noble de las que persiguen, aunque nunca se dignen contarnos de qué van, no sea que nos hagamos un poco menos tontos.