Una ley abusiva

Según informa el Comisariado Europeo del Automóvil, CEA, el 91% de los automovilistas está en contra de la reforma de la ley sobre tráfico, lo que no tiene nada de particular si se cae en la cuenta de que se ha hecho una ley para perseguir a los automovilistas y sacarles toda la pasta que se pueda con unas multas tan inapelables como absurdas. CEA ha creado una plataforma web www.cea-online.es/reforma_ley.html, donde los automovilistas pueden dejar sus comentarios y opiniones. No estaría mal que el resultado pudiese ser abrumador porque hay que tratar por todos los medios de combatir lo que se nos viene encima, aparte de que puede servir de desahogo.

CEA cree que la reforma es inconstitucional, cosa que me parece cegadoramente evidente, pero cuando hay dinero de por medio este gobierno, y los políticos en general, cree que todo esto de los derechos son paparruchas. La ley pisotea el derecho a la presunción de inocencia porque su única finalidad es incrementar la recaudación mediante más y más multas de circulación, y para ello es conveniente que se pueda considerar delincuente a cualquiera que convenga. El conductor deberá pagar sin conocer con precisión qué clase de pruebas le inculpan, y perderá el derecho a que la administración haga dos intentos de notificación en su domicilio que es lo que establece con carácter general el procedimiento administrativo vigente. Se pierde también el derecho al recurso de alzada de manera que la DGT se convertirá en juez y parte a la vez, el sueño dorado de todo tirano.

Además de todo eso, que es muy grave, a la ley no le faltan detalles para amarrar al conductor o al propietario del coche multado: en fin, todo por la pasta. Lo que es increíble es que la oposición trague también con esto.

Sin multas no hay Paraíso

En Barcelona, como en casi todas partes, el tráfico disminuye pero las multas crecen. Esta relación anti-simétrica debería hacernos pensar. Los ayuntamientos son ingeniosos y desafían de continuo al buen sentido que, como ha demostrado la historia de la ciencia, conduce a muchos errores, es decir que los ayuntamientos parecen proceder conforme al método científico. Me temo, no obstante, que no sea el caso. Los ayuntamientos crecen cuando la ciudad crece, pero cuando las cosas decrecen, los ayuntamientos, que son un gran invento, tienen que seguir creciendo.  Así, por ejemplo, a menos tráfico, más multas, a menos actividad, más impuestos, a menos empleo, más funcionarios, a menos productividad, más controles. Se trata de la misma lógica perversa que explica la insensibilidad de los políticos hacia el gasto suntuario: cuando los ciudadanos se tienen que apretar el cinturón, los políticos contratan un decorador más caro o mejoran el blindaje de sus autos. Así, dan ejemplo de optimismo que ya se sabe que es la mejor manera de salir de la crisis.

Los ayuntamientos no pueden cejar en su lógica porque se acabarían derrumbando. Su misión es hacernos más felices y no van a vacilar por una dificultad pasajera en su incesante aumento del gasto. La limitación de los impuestos es que son proporcionales a lo que gravan (un fallo imperdonable en su diseño), mientras que las multas, a Dios gracias, presentan un amplísimo margen para la creatividad de los diligentes funcionarios municipales.

No conozco los datos de Madrid al respecto, pero me temo que no sean muy distintos. Sí puedo apuntar un detalle interesante: los tipos de interés que se pagan por los retrasos en las multas son realmente espectaculares, si se comparan con otros municipios menos imaginativos. Me parece lógico: no se puede cobrar a lo chico cuando se es una ciudad grande. Además, ahora que Obama nos acaba de birlar la Olimpiada para dársela a Chicago, algo habrá que inventar para no renunciar al Paraíso. 

[Publicado en Gaceta de los Negocios]