Una alemana en la corte del Rey Arturo

Mi amigo José Luis Villa, autor de una interesantísima Historia contemporánea de Renfe, acaba de publicar un librito, Una alemana en la corte de Artur Mas,  en que, en el fondo, y a través de un procedimiento literario que ayuda a reforzar la objetividad de un relato apasionado, nos cuenta su experiencia directa de trato con los nacionalistas catalanes. La obra se lee de un tirón y tiene gracia casi en cada página, no se puede dejar de sonreír. José Luis ha tenido el acierto de regalar a todo el mundo ese testimonio, y recomiendo seriamente a mis lectores amigos que no se lo pierdan, porque suministra la verdad directamente en vena, en una época en que la hipocresía y la corrección política son capaces de disfrazarlo todo, hasta la náusea.  Háganme caso y pinchen aquí, verán cómo me lo agradecen… y pasarán un buen rato. 
Control remoto del propio PC

Nacionalistos

De nuevo cito una información de El Confidencial que me parece oro molido, de ser completamente cierta, que lo parece. Resulta que el Príncipe de CiU, uno de los Pujol juniors, se dedicaba a cobrar dinero por facilitar la deslocalización de empresas en Cataluña. Hay que reconocer que son listos y no se andan con chiquitas, cobramos por entrar, por estar y por marcharse: el cuento de la lechera, pero funcionando gracias a que la bandera no destiñe ni destapa. ¡Qué asco! ¡Ya verán en cuanto se entere la Rahola como los pone en su sitio defendiendo a Cataluña!
Google arriba y Google abajo

Duran y el PER

Tengo la sensación de que Durán Lleida ha tocado un tema tabú, y que, por más que se explique, será condenado a los infiernos. Y, sin embargo, lo que Durán ha dicho tiene toda la apariencia de una gran verdad, de que habría que hablar a fondo de las razones de esa situación excepcional y, al parecer, inmodificable del paro agrícola en Andalucía. 
Hay ocasiones en que, cuando todos se unen contra alguien, cabe sospechar que ese alguien es el único que se ha atrevido a desvelar parte de la verdad, aunque lo haya hecho en un lenguaje poco adecuado. La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, pero los porqueros se cabrean cuando se dice, aunque no sea completa.  
Jobs y Jacobs

Cataluña da lecciones

Las elecciones catalanas resultan determinantes para la vida política española. Los resultados del domingo son, por tanto, enormemente importantes, y lo son de manera más profunda que en el aspecto puramente electoral. Saber leer con inteligencia lo que pasa en Cataluña es una condición indispensable para acertar a hacer bien las cosas en la política española.
Una primera lectura de las elecciones nos dice con toda claridad que los catalanes le han dado la espalda a la política que ha representado Zapatero por sí mismo y a través del PSC. Esa política tiene dos caras fundamentales: la cara puramente socialista, que ha llevado a la crisis y que nada tiene que ver con el carácter de buena parte de la sociedad catalana, emprendedora, trabajadora, competitiva, y una cara supuestamente nacionalista, pero destinada a arrinconar al PP y a consolidar el perpetuum mobile del PSOE: revender como frustración en Cataluña lo que se vende como solidaridad en otras regiones como Andalucía y Extremadura. Al servicio de esa estrategia, Zapatero se travestido de catalanismo, ha derrochado dinero en obras públicas, el mismo que ha racaneado en Madrid, y ha promovido y legitimado pretensiones estatutarias que ni siquiera un Tribunal Constitucional amigo ha podido cohonestar. Se ha sometido incluso al vasallaje del independentismo más chusco. Pues bien, el electorado catalán ha dicho claramente que no a ese partido bifronte.
Zapatero ganó las elecciones de 2008 merced al voto catalán, una circunstancia que ahora es ya irrepetible. Es el PP el que tiene que aprender en cabeza ajena. Tampoco al PP le va a ser tolerado el mantenimiento de un status fiscal muy favorable, por ejemplo, a los parados andaluces y extremeños mientras se aprieta a los electores catalanes y madrileños. El truco que ha dado vida política al PSOE no podrá servir para que el PP haga lo mismo, aunque fuere en un tono menor. La diferencia entre el nacionalismo de Convergencia, y el abierto soberanismo dependerá en buena parte de la seriedad del PP para tratar a todos los españoles de manera congruente, sin protestar ante los excesos simbólicos de unos al tiempo que se abonan los privilegios fiscales y subvencionales de otros. Es verdad que no tributan los territorios sino las personas, pero eso no da para permitir que siga habiendo sesgos sistemáticos e injustificabes en el tratamiento económico de los mismos problemas en distintas regiones. Ningún catalán, ni, por supuesto, ningún madrileño, se opondrá a que se haga un plan razonable, y con un plazo bien definido, para corregir determinadas desigualdades donde sea necesario, pero se rebelarían, con toda razón, si esos planes continuasen incontrolables, arbitrarios y sin plazo definido.
El panorama que ofrece el nuevo Parlamento de Cataluña da también bastante que pensar, y ofrece datos capaces de apoyar interpretaciones contrapuestas. No deberíamos olvidar nunca que la participación, aunque mejor de lo esperado, es relativamente baja, es decir, que los electores no han imaginado que se estuviesen jugando opciones dramáticas, por importantes que fuesen las elecciones. Si lo vemos desde la óptica de las relaciones entre soberanismo y constitucionalismo los resultados pueden verse de manera dispar: por una parte, los escaños nacionalistas pasan de 69 (CiU+ERC) en el 2006 a 76 ahora (CIU+ERC+SI), pero el independentismo explícito tenía 21 escaños en 2006 mientras que ahora ha descendido a 14. Como se sabe, buena parte del voto nacionalista de las autonómicas deja de serlo en las generales y, además, la suma de CiU y los independentistas fue de 81 escaños en 1992, de modo que el independentismo catalán cambia de caras pero no crece: de hecho, este Parlamento tiene un record de 21 diputados, digamos, españolistas (los 18 del PP, más los 3 de Ciudadanos).
Hay datos, como se ve, para favorecer todas las perspectivas. Ello hace que el gobierno de Artur Mas vaya a tener una significación decisiva en nuestro futuro político. Mas se tendrá que mover, forzosamente, en el filo de una navaja, y ello por varias razones. Primero porque su responsabilidad será la de gobernar para todos los catalanes y no para solo los suyos, menos aún para una facción de ellos. Hay que suponer que habrá aprendido con lo que ha sucedido a Zapatero. En segundo lugar porque sabe, mejor que nadie, que la sociedad catalana está profunda y artificialmente dividida, y que cualquier intento de sanar su crisis económica exige una estabilidad y serenidad política incompatible con cualquier clase de aventurerismo a lo Laporta, personaje destinado a ser flor de un día si sus andanzas no terminan antes de otro modo. Por último, porque gran parte de sus electores más influyentes, y, entre otros, el empresariado, le van a recordar que no tiene otro remedio, si no quiere aventuras, que reencarnarse en el alma positiva de Convergencia y no en su deriva enloquecida e independentista.
[Publicado en El Confidencial]

Cataluña se parece a sí misma

Si los resultados se confirman, será evidente que el nacionalismo catalán tiene mayoría política en el Parlamento, una mayoría más amplia que la de las últimas elecciones (76 escaños de CiU+ERC+SI) frente a 69 del 2006 (CiU+ERC). No conozco todavía el resultado en términos absolutos, y es pronto para hacer interpretaciones simples de una realidad bastante compleja. El PSC, al hacerse más nacionalista que CiU es el gran culpable, a mi entender, de esta situación, tal vez un poco menos que el presidente Zapatero, pero han sido y son uña y carne a efectos de esta maniobra absurda y miope. En lugar de robarle votos al contrario utilizando su mercancía ha favorecido la impresión de que todo lo que no sea ser nacionalista es un error inútil.
Artur mas va a gobernar Cataluña en una situación explosiva del conjunto de la sociedad española. Como se equivoque puede provocar un cataclismo, y no estoy seguro de que vaya a acertar.

El negocio socialista

Como tantas otras cosas, tras estos años de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, el negocio socialista amenaza bancarrota, y a muy corto plazo. Me refiero a la habilidad de los socialistas para vender una cierta imagen de unidad política cuando, en realidad, sus programas de gobierno son profundamente distintos en cada comunidad.
Para entenderlo hay que considerar unos datos muy elementales. El PSOE puede gobernar en España gracias a los diputados que obtiene en Cataluña. La habilidad de ZP ha consistido, sobre todo, en convencer a muchos votantes catalanes de que catalanismo y socialismo eran ideas no ya coherentes sino prácticamente idénticas. En las elecciones de 2008, la diferencia entre el PSOE y el PP, en el conjunto de España, fue, como se sabe, de tan solo 15 diputados, y esa diferencia se nutrió, sobre todo, del hecho de que, solo en Cataluña, el PSOE obtuviese 17 diputados más que el PP.
Lo más notable es que, con toda probabilidad, la causa de esa diferencia tan enorme en el voto catalán esté en el hecho de que el PSOE sabe vender, y el PP no sabe evitarlo, la idea de que el PP no entiende a Cataluña, lo que una buena mayoría de catalanes interpreta en el sentido de que Cataluña está siendo esquilmada económicamente y que la culpa de ese desastre debe ser atribuida al españolismo del PP. Esta idea es tan importante que el agonizante Montilla, y sus capitanes, no dejan de repetirla, estarían dispuestos a gobernar con CiU o con ERC, como hasta ahora, pero nunca con los populares: todo menos el PP, porque Cataluña es lo primero.
Ahora bien, ¿qué hay de real en el despojo fiscal de los catalanes y quién lo causa y lo explota? Aunque el asunto de las llamadas balanzas fiscales sea muy complejo desde el punto de vista técnico, apenas puede dudarse de que, efectivamente, Cataluña es una comunidad que aporta al presupuesto del Estado más de lo que el Estado invierte en ella. Esta es una situación que no afecta solo a Cataluña, y que es relativamente normal en cualquier Estado con una geografía económica muy diversa, como sucede en España. La cuestión está no tanto en esa diferencia sino en si el montante de esta diferencia es razonable, y en si existen políticas, como la que sostuvo la UE en relación con España, sin ir más lejos, que procuren atenuarla o evitarla en el futuro.
Según el Informe del Consejo Económico y Social de la Comunidad de Madrid, que acaba de publicarse, Madrid es la Comunidad que más dinero aporta, pero, en realidad, el tinglado del gasto público se sostiene, sobre todo, gracias a las aportaciones fiscales de Madrid, Catalunya y, en menor medida, de Baleares y Valencia. Pues bien ese dinero de más, por decirlo así que se obtiene de las regiones prósperas lo administra el PSOE, gracias a su mayoría política generada en Cataluña, pero no en beneficio de los catalanes o de los madrileños, sino de otras comunidades en que, casualmente, gobierna el PSOE sin haber hecho nada en más de treinta años para que la situación de desequilibrio regional deje de producirse.
El cabreo del catalán medio deriva de que, mientras se dedica a esforzarse y a trabajar, contempla como hay regiones en las que la gente vive de manera bastante grata sin un gran nivel de esfuerzo laboral, a base de subsidios públicos que el catalán interpreta, y no le falta razón, que le roban de su cartera, aunque, como ya queda dicho, no sea el único que se ve despojado para financiar gandulerías varias.
Pues bien, contra lo que pueda imaginarse el catalán emprenyat, esos dineros no vienen a Madrid, sino que van a regiones como Extremadura, Castilla la Mancha, Asturias y Andalucía que han sido, tradicionalmente, feudos socialistas. Dicho con la mayor simplicidad posible: los socialistas gobiernan España sacándole dinero a los catalanes, y haciéndoles creer que están contra esa extorsión porque le prestan una gran atención a sus símbolos, mientras se olvidan de que son sus correligionarios extremeños y andaluces los que compran los votos de muchos ciudadanos con subsidios insostenibles que se obtienen sangrando a catalanes, aunque también a madrileños.
Este negocio político es, sin duda, muy ingenioso, pero es injusto e insostenible. Los catalanes protestan más que los madrileños, pero el Gobierno madrileño de Esperanza Aguirre no cesa de proclamar que el Estado le adeuda más de 16.000 millones de euros, entre cantidades directamente no ingresadas y trucos del más variado tipo para negar el hecho de que en Madrid vivan más de 1.000.000 de personas que hace nueve años. No es extraño que los madrileños, en su conjunto, se lo piensen dos veces antes de votar a los socialistas, y no es fácil averiguar qué vacuna podrían inventarse Trinidad Jiménez, o el corajudo Gómez, en su caso, para curarnos de este mal, pero lo que es asombroso es que sea tan abundante el voto socialista de los catalanes, una situación que seguramente vaya a cambiar a partir del 28 de noviembre.
[Publicado en El Confidencial]

Perlas catalanas

Tengo la costumbre de seguir, con alguna frecuencia, los comentarios de los lectores en catalán cuando le echo un vistazo a la prensa de por allí, casi todos los días. Hay columnistas que no perdono nunca, el más destacado, a mi gusto, Enric Juliana, pero también leo con fruición a otros, en La Vanguardia o fuera, además del Sostres y el Espada, un género especial de catalanes que escriben para el exterior.
Me atrevo a decir que, entre los lectores que ponen la mano en el arado para decir lo que les pete, predomina un cierto energumenismo antiespañol, que, piénsese lo que se piense del asunto, no es leve, ni gracioso, pero ahora me interesan más otros aspectos de esa cosecha. De vez en cuando, se asoman a la pantalla comentarios y noticias que testimonian esa vieja costumbre catalana de tomarse las cosas a chacota, un humor como enjaulado y terrible que me alegra las mañanas. Sostres, en El Mundo, es un representante genuino y magnífico de ese tremendismo tan elegante.
A mi me divierte mucho, por ejemplo, que muchos barço-separatistas sigan despotricando contra el Real Madrid como equipo representativo de lo que creen España, sin caer en la cuenta, de cerca que lo tienen, de que el Barça es la columna vertebral y el cerebro, como mínimo, de la selección española, bicampeona de Europa y del Mundo. ¡Que mal han debido pasarlo este verano!
Hoy, aunque no sean textos anónimos, quiero dejar testimonio de dos catalanadas realmente notables. Curiosamente, ambas están unidas al Barça; una es la declaración de Joan Laporta sobre sus relaciones con Joan Carretero, otro que aspira a ser la personificación de la Cataluña independiente; Laporta ha asegurado que sus formaciones, que como decía Joaquín Garrigues de la suya, seguro que caben en un taxi, exploran formas de colaboración para encontrar «estrategias paralelas confluyentes«: debe ser consecuencia de la geometría variable que ha hecho genial el fútbol del Barça, pero ¡pobre Euclides!

Otra genialidad, esta vez admirable, ha sido la de uno de los ex vicepresidentes del Barça, el economista Sala i Martí, el de las chaquetas de colores insólitos, que, como todo el mundo debiera saber, es una auténtica eminencia, y que se ha negado a someterse al examen de catalán que ha establecido el tripartito de Montilla, pretendiendo ser más papista que el Papa. Un ¡olé!, por Sala, aunque probablemente no sea taurino, yo tampoco. Es insólito, y euforizante, que en una sociedad tan aborregada como la nuestra, tan mansurrona y poseída por una buena conciencia de consumo, esclava de verdades muy memas, un tipo como Sala, que es un millón de veces más catalán y catalanista que Montilla, se niegue a hacer ese estúpido y pueblerino examen, y amenace con quedarse en Columbia, donde hablará catalán siempre que pueda, pues es su lengua materna. Se agradecen, a finales de un verano largo y de espera tensa, estas muestras de genio, de culta barbarie, y de insumisión al designio universal y tiránico del zapaterismo, montillil en Cataluña, que nos ordena, manda y arruina.

Entre unos miles y más del millón

En la manifestación contra la sentencia del Tribunal Constitucional hubo mucha gente, desde luego, pero temo que la óptica catalana, en este punto tan española como cualquiera, sea levemente tendente a la hipérbole. Al fin y al cabo una manifestación es siempre algo en sí mismo exagerado: para precisiones ya están las urnas.
Dicen los nacionalistas que en el futuro ya nada será lo mismo, que es, de nuevo, un “entre 50.000 y más del millón”, algo levemente inconcreto. Los demócratas españoles tenemos que impulsar una contabilidad sensiblemente más precisa, y eso se debería llamar, me parece, algo así como ley de claridad. Hay que establecer condiciones claras para que la independencia de los catalanes, y de los vascos, sea posible sin ser una permanente amenaza que nunca se concreta. Creo que sería la manera más efectiva de acabar con el matonismo nacionalista. Naturalmente, al tiempo, hay que establecer un marco estable para los temas conflictivos, la lengua y el dinero, por resumir. Pero ahí no puede ser que unos se impongan y otros aguantemos: de nuevo hay que aplicar terapias de claridad y de enfriamiento. Y, por último, cesar en las campañas puramente reactivas que sólo sirven para alimentar aquello que rechazamos. Como en el matrimonio: números claros y buenas maneras.

¿Abolimos la rumbita?

Supongo que los lectores recordarán el chiste de hace ya muchos años, es decir, políticamente incorrecto, como casi cualquier buen chiste, que contaba cómo un presidente, supongo que socialdemócrata, de una república bananera proponía a su parlamento la tesis de que los males de la patria se debían a la excesiva afición a la rumbita del conjunto de la población; en consecuencia para proponer su abolición, se dirigió a la cámara preguntando con un tono musical indisimulable: “¿Abolimos la rumbita?”, a lo que los diputados, siempre bien dispuestos al baile, le respondieron de manera coral: ¡”Que sí señor!”: se acabó el debate y, con el debido jolgorio, se entregaron todos a la rumba.
He recordado el chiste, de manera inevitable, al conocer la solución del Tribunal Constitucional al asunto de la nación catalana. Se trata de una solución, por llamarla de alguna manera, literalmente de chiste. Creo que ese es el punto en el que más se percibe el sometimiento de algunos de los jueces del Tribunal a los más recónditos deseos de nuestro presidente, cuyo pensamiento político está repleto de intuiciones surrealistas. Lo terrible no es que tengamos un presidente que bien pudiera haber hecho un papel extraordinario en una velada dadá, sino que haya jueces que crean prestarle un servicio riendo sus gracias, peor aún, que crean que servir a su país, a su patria, a la nación, supone, indefectiblemente bailarle el agua a un presidente tan delicuescente. Estos jueces pertenecen, sin duda, a ese grupo tan numerosos de españoles que, encabezados por ZP, creen que la política y la lógica no tienen nada que ver, y que donde este un buen amigo que se quiten todos los razonamientos, los teoremas y las evidencias. Ya saben de aquellos que, si llegare el caso, aplicarían la legislación vigente sólo al indiferente.
La política española tiende al esperpento, lo que es muy normal en un medio cultural en el que la lógica produce sarpullidos, o parece de mala educación. La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán ha necesitado cuatro largos años de gestación y, pese a parto tan tardío, reúne únicamente las condiciones necesarias para salir del paso, para hacer lo que algunos piensan que es la esencia de la política, desaparecer frente a los problemas en lugar de afrontarlos con un mínimo de gallardía. Políticamente es el último de los legados de la pesada herencia de Zapatero, un muerto todavía cuasi-viviente, pero ya con un balance muy oneroso. Sin su sombra inconcreta y absurda hubiera sido imposible el Estatuto y, desde luego, nos habríamos ahorrado el espectáculo de una sentencia tan inútil, tan equívoca y tan necia.
A la hora de escribir estas líneas no se conoce todavía el texto, y tampoco tengo autoridad profesional para juzgar sobre los detalles técnicos de la sentencia. Sin embargo creo que es de auténtica vergüenza intelectual la chapuza perpetrada con el preámbulo del texto, un discurso en el que los redactores catalanes quisieron, seguramente, dejar muestras de sutileza, pero que tan solo muestra una impotencia condescendiente y farisea. Pues bien, frente a tamaña muestra de pobreza de espíritu, los magistrados constitucionales han decidido llevar a cabo un apaño memorable. Sin el menor atisbo de autocrítica, se han decidido a elevar a doctrina constitucional una chapuza digna de los diálogos para besugos que traía el TBO, que por cierto se editaba en Barcelona. Que se hayan atrevido a tolerar el uso político, pues de lo jurídico no merece la pena ni hablar, de un término tan claramente inconstitucional como el de nación, muestra hasta qué punto carecen de autoestima intelectual. Se trata de un texto que producirá carcajadas a cualquiera que lo lea sin conocer sus claves, que no son otras que el servilismo al poder de ZP, a la necesidad de mantener, al menos de aquella manera, su palabra. Siempre he pensado que fue un error diseñar un TC en el que solo hubiese juristas y careciese de lógicos y de lingüistas, gentes que, en alguna ocasión, al menos, tienen la elegancia de rendirse a la evidencia, lo que no es el caso de los abogados, con perdón si el término pareciere despectivo. Pero no quisiera contradecirme, porque dada la contextura moral de algunos, seguramente ZP hubiera podido encontrar algún lógico dispuesto a reconocer que la razón la tiene siempre quien manda, aunque mande tan poco y tan mal.
No dejar contento a nadie viene siendo la marca de fábrica de este gobierno obligado a hacer cosas razonables pero estrictamente contrarias a su dogma y a su moral. El TC ha querido sumarse a ese panorama de general descontento, aunque haya sido al precio de renunciar a su misión, a defender la Constitución y la nación en que se funda. Para disimular, han inundado su texto de jaculatorias hipócritas, han repetido lo de la indisolubilidad de la nación española a ver si alguien se lo cree. ¿Se imaginan ustedes lo que estos sujetos podrán hacer con el término indisolubilidad visto lo que han perpetrado con nación?
[Publicado en La Gaceta]

El parto de los montes

La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán ha necesitado cuatro largos años de gestación y, pese a parto tan tardío, parece haber decepcionado a todo el mundo. Políticamente es el último de los legados de la pesada herencia de Zapatero, un muerto todavía cuasi-viviente, pero ya con un balance muy oneroso. Sin su sombra inconcreta y absurda hubiera sido imposible el Estatuto y, desde luego, nos habríamos ahorrado el espectáculo de una sentencia, que seguramente resultará tan inútil como equívoca.

No conozco el texto ni tengo autoridad constitucional para juzgar sobre los detalles técnicos de la sentencia. Sí me parece memorable el que haya que interpretar un término tan claramente inconstitucional como el de nación, pero eso se debe a que el TC está poblado de juristas y carece de lógicos y de lingüistas, gentes que, en alguna ocasión, al menos, tienen la elegancia de rendirse a la evidencia, lo que no es el caso de los abogados, con perdón si el término pareciere despectivo.

Por lo demás asistiremos a un genuino espectáculo español: el de oír largamente cosas absolutamente contrarias sobre un texto supuestamente preciso: imagino que esa ha podido ser la intención de alguno de nuestros imaginativos y dóciles jueces.