El parto de los montes

La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán ha necesitado cuatro largos años de gestación y, pese a parto tan tardío, parece haber decepcionado a todo el mundo. Políticamente es el último de los legados de la pesada herencia de Zapatero, un muerto todavía cuasi-viviente, pero ya con un balance muy oneroso. Sin su sombra inconcreta y absurda hubiera sido imposible el Estatuto y, desde luego, nos habríamos ahorrado el espectáculo de una sentencia, que seguramente resultará tan inútil como equívoca.

No conozco el texto ni tengo autoridad constitucional para juzgar sobre los detalles técnicos de la sentencia. Sí me parece memorable el que haya que interpretar un término tan claramente inconstitucional como el de nación, pero eso se debe a que el TC está poblado de juristas y carece de lógicos y de lingüistas, gentes que, en alguna ocasión, al menos, tienen la elegancia de rendirse a la evidencia, lo que no es el caso de los abogados, con perdón si el término pareciere despectivo.

Por lo demás asistiremos a un genuino espectáculo español: el de oír largamente cosas absolutamente contrarias sobre un texto supuestamente preciso: imagino que esa ha podido ser la intención de alguno de nuestros imaginativos y dóciles jueces.

Factual devuelve el dinero

Factual es el nombre de un nuevo periódico, si se puede llamar así, de un informativo digital. Se lanzó a la red mediante una campaña muy llamativa. Su principal novedad fue que iba a ser un periódico de pago, un curioso experimento. Su mayor atractivo, el que estuviese dirigido por Arcadi Espada, un periodista y escritor (aunque la conjunción me parezca innecesaria, es muy usual) cuyos textos sigo con asiduidad, provecho y gusto. Fui de los que pagaron sin vacilar lo que se pedía para acceder a un invento tan atrevido y original.

Hace tan solo unos día Arcadi ha dimitido, y ha explicado a sus lectores que no estaba en condiciones de garantizar la continuidad del proyecto en el que se había y nos había embarcado; luego vinieron más cambios, y pronto se anunció que el medio iba a dejar de ser de pago, es decir, un experimento abortado con gran prontitud.

No puedo decir que Factual me gustase, en realidad me parecía, sobre todo, un intento inmaduro y muy alejado de lo que se suele entender por un diario, pero el aprecio de Arcadi por una objetividad esforzada, y su calidad literaria, me compensaron del gasto y fueron capaces de mantener la motivación para el ojeo diario. Aunque el nuevo director, Juan Carlos Girauta, es también un escritor estimable y al que he seguido, con menos asiduidad que a Arcadi, pero con alguna frecuencia, no pensaba seguir leyendo Factual, porque había perdido uno de sus mayores atractivos.

Ha habido una noticia sorprendente que, sin embargo, me ha hecho cambiar de actitud. Factual va a devolver el dinero a los que pagamos por una suscripción a algo que ahora va a ser gratuito. El hecho me parece tan asombroso, en especial si se lleva efectivamente a cabo, que volveré a dar al digital una oportunidad. Les deseo suerte y que acierten a hacer algo que me guste más de lo que me gustaba.

La crisis de la prensa

En medio de una crisis económica universal, la situación de los medios de comunicación, muestra rasgos que parecen tener un significado que va más allá de las variables del entorno. 

Lo primero que hay que destacar, es que la gente joven está dejando de leer prensa, y que esta tendencia, que parece sólidamente motivada, se confirma año tras año. No es difícil sacar las consecuencias, aunque el futuro sea siempre conjetural. Es interesante preguntarse por las causas de esta desafección. Pueden aducirse decenas de razones, desde las apocalípticas (“los jóvenes están perdiendo el hábito de leer”), hasta las más pegadas al terreno (“la noticia llega siempre antes, y el periódico parece siempre viejo”). Me parece interesante detenerse brevemente  en un elemento común a muy diversas situaciones. 

En su empeño por cultivar un determinado nicho de mercado, muchos medios de comunicación han podido ir más allá de lo razonable para perder, en consecuencia, su mínimo de objetividad. Es muy difícil definir la objetividad, pero, a estos efectos, me quedaría con dos rasgos esenciales. En primer lugar, es imposible ser objetivo si se ocultan datos relevantes y, en segundo lugar, se pierde completamente la credibilidad si se pretende imponer una construcción de la realidad que impida la libertad del lector. 

La proliferación de mensajes y la rapidez con que se expanden hace que sea cada vez más difícil ocultar nada. También es difícil, desde luego, dar a conocer con precisión cualquier cosa, porque una nube impenetrable de interpretaciones impide que se abra paso la buena información. Sin embargo, nuestros cerebros se acostumbran con rapidez a esta situación, porque su gran virtud es la capacidad de entregarnos una imagen coherente de la realidad a partir de una fuente casi infinita de datos. Esto significa que, si es muy difícil conocer algo con precisión, es también cada vez más difícil manipular deliberadamente, sin pagar por ello un coste muy alto. Los fieles se mantienen, pero tampoco son tontos y pronto advierten que están siendo engañados. 

Los periódicos pierden su interés en la medida en que renuncien a investigar y se conviertan exclusivamente en altavoces ideológicos.   Interés informativo y credibilidad son cualidades que marchan a la par. En España, en particular, es una auténtica plaga la prensa de partido, y produce sonrojo ver a tanto periodista  convertido en ideólogo y apologeta de posiciones perfectamente discutibles, mientras ignoran absolutamente su obligación de informar, es decir, de no ocultar lo que saben perfectamente. El episodio del supuesto espionaje madrileño es un espejo vergonzoso de esa desviación ridícula y letal para la prensa. Mientras esto no cambie por completo será inútil preguntarse por otras causas de la crisis. 

[publicado en Gaceta de los negocios]