[Jesús Sánchez Lambás, Javier Zamora y José Luis González Quirós en la mesa inaugural del Simposio]
Categoría: Ortega y Gasset
Kurzweil
Me parece que ninguno de los libros de Ray Kurzweil se han traducido al español, y que lo que pueda saber el gran público acerca de sus teorías se reducirá, probablemente, a alguna entrevista en relación con su propensión a ingerir una abundantísima clase de pastillas, y a relacionar ese hábito con el logro de la longevidad, o a la entrevista que le hizo Eduardo Punset en 2008. Kurzweil no es ningún chalado, desde luego. Sus empresas han tenido que ver con la invención de los OCR o programas de reconocimiento de textos, los scaneres y los sintetizadores, y es uno de los pensadores más prestigiosose influyentes en el mundo de las tecnologías de la información.
Lo traigo aquí a colación porque, leyendo sus obras, me he encontrado con que, en el fondo de su pensamiento, hay una inspiración muy cercana a una idea orteguiana referente a la relación entre la naturaleza humana y la tecnología. Dice Kurzweil que nuestra especie está inherentemente empeñada en extender sus capacidades físicas y mentales más allá de sus limitaciones corrientes, una afirmación que está en la base de la meditación orteguiana de la técnica.
Naturalmente, Kurzweil no se limita a constatar esto, sino que, y aquí está lo más característico de su obra, apuesta de manera decidida por la idea de que la tecnología y la naturaleza humana se fusionaran para trascender lo que hasta ahora hemos sido. Los más jóvenes podrán ver hasta qué punto acierta el bueno de Ray, porque se fija como horizonte la primera mitad de este siglo, que ya va para la decena de años. Otros podremos permitirnos el lujo de discutirle porque seguramente no llegaremos a la cita, que, como de costumbre, traerá algún retraso. Ray arriesga mucho, y el que arriesga adquiere una propensión a equivocarse. Yo casi me conformo con comprobar si resulta cierto el pronóstico que atribuye a Watson de que, antes de diez años, la FDA autorizará una sustancia que permita comer sin límites y sin miedo a la obesidad: no sería un mal comienzo para una serie de profecías muy llamativas.
No hay democracia sin respeto a la ley
La democracia liberal se funda en dos principios que, en cierto modo, tienen un sentido contrario. Como explicó brillantemente Ortega, la democracia establece quién debe mandar, mientras que el liberalismo impone unos límites precisos al poder legítimo. La ley es, precisamente, el conjunto de esos límites, porque establece con nitidez qué puede hacer el Gobierno y qué no puede hacer de ninguna manera.
Entre nosotros, el respeto a la ley no es una costumbre sólida. La ley está ahí, pero eso no suele ser equivalente a que la ley se cumpla. España está inundada de leyes que no se aplican, tal vez porque, en parte, se hayan hecho precisamente para eso. Me parece que esa idea de que puedan existir y existan leyes que no se aplican resultará intraducible, por lo menos, al alemán y al inglés. Si eso se complementa con el abundante conjunto de leyes cuya aplicación resulta imposible o, incluso, absurda, tendremos una primera aproximación a lo que los españoles entienden por ley y al respeto que le profesan.
Hay que aclarar urgentemente, sin embargo, un equívoco muy común. No es que no cumplamos la ley debido a nuestro supuesto carácter anarquista, a la peculiar manera en que entendemos lo de la soberanía popular. No. La razón de la general falta de respeto que los españoles suelen sentir por la ley se funda en una de las más recias y sólidas tradiciones políticas de nuestra historia, a saber, en que el primero que la incumple es el Gobierno. Siendo el Gobierno el principal insumiso, no tiene nada de particular que los españoles apliquen habitualmente esa sabiduría popular que establece dar la vida por el amigo, negársela al enemigo, y aplicar la legislación vigente al indiferente, lo que suele tenerse por castigo nada pequeño.
Estos días que hemos estado con especulaciones sobre el cambio de Gobierno, se ha podido comprobar la ligereza con la que el Presidente se toma la propia estructura del Consejo de Ministros. No es que esa estructura sea inviolable, pero todos sabemos que su cambio no ha producido nunca otra cosa que gasto inútil y confusión añadida. Aquí se añaden Ministerios de Igualdad o de Diferencia por razones tan fútiles que resultan ridículas y lo sorprendente es que el respetable pierde el tiempo indagando el sentido profundo de unas alteraciones que no significan nada. ¿Alguien recuerda algún cambio en la estructura de gobierno de los Estados Unidos? Tal vez se deba a que los americanos no saben hacer política como es debido. Este asunto sirve para mostrar que lo que los gobiernos españoles suelen querer es poder hacer su real gana, sin limitación alguna. En esto siguen siendo franquistas y considerando que el poder y la legitimidad residen en una misma persona, antes en El Pardo, ahora en
Ya he dicho que la falta de respeto a la ley por parte del Gobierno se remonta en España, al menos, hasta Fernando VII, pero, por razones de eficacia, me concentraré en ejemplos del presente. ZP ha dado muestras de que la legalidad le importa casi tan poco como la economía, y que ambas realidades le parecen un campo apropiado al ejercicio de la más desenfrenada y creativa imaginación. Al llegar al Gobierno, dio la orden de retirada de Irak sin reunir al Consejo de Ministros, esto es, actúo como si fuese el Presidente de los Estados Unidos y no el de un órgano colegiado en una monarquía parlamentaria. Minucias, pensaría él, si es que alguien se atrevió a insinuarle que no era claro que pudiera hacerlo de ese modo. Ya puestos, anuló una ley orgánica, la de educación, con un simple decreto y anunció que la ley del Plan Hidrológico nacional era papel mojado, aunque la metáfora no haga justicia a la sequía.
Así las cosas, no tiene nada de extraño que
No es extraño que, en esta atmósfera alegal, muchos españoles se sientan muy libres. Ahí es nada poder hacer lo que a uno le da la gana. Es lo que hacen muchos profesores al poner nota, muchos guardias al poner multas, muchos funcionarios al tramitar expedientes. Actúan como soberanos porque nadie les va a discutir a ellos sus atribuciones. España está llena de Ínsulas Baratarias en las que, desgraciadamente, suele faltar el buen sentido y la humildad de Sancho, que algo había aprendido junto a su integro y enloquecido maestro.
[publicado en El Confidencial]
El fallo de gmail
El martes 24 de febrero por la mañana, de modo absolutamente inusual, el correo de Google, que tengo por una de las ocho maravillas del mundo, ha dejado de funcionar.El servicio es tan bueno que hasta ha sido fácil darse cuenta de que era él quien estaba fallando y no cualquiera de las múltiples cosas, (programas, conexiones, virus, navegadores, sistema, etc.) que lo hacen con no tan rara frecuencia. Decía Gelertner, uno de los grandes del software, que el estado habitual de los usuarios de informática era el de frustración, cosa que me parece que ha cambiado mucho desde la aparición de Google. Eppur si muove..
Las tecnologías digitales se están encontrando con fallos que se deben, precisamente, a su éxito, al hecho de que, con su enorme crecimiento, penetran en escenarios en los que todo cálculo es bastante imprevisible hasta que no pasa lo que, por ejemplo, ha pasado la mañana del martes. Confiamos en ellas, sin embargo, porque, se diga lo que se diga, no tenemos nada lejanamente igual de bueno. No pueden, sin embargo, librarse de los efectos de su adopción masiva, del mismo modo que es imposible que aumente el bienestar del público y no se vean cada vez más turistas en lugares antaño solitarios y exquisitos.
El fallo de Google muestra que las tecnologías digitales son una empresa con futuro, un terreno en el que queda muchísimo por hacer y en el que la imaginación nunca va a estar, al menos en principio, reñida con el éxito. Habrá quienes vean en el fallo del correo de Google un símbolo más de que todo se viene abajo, de que no hay que separar a las empresas tecnológicas del sector de las diversas clases de burbujas que se han venido abajo y nos han empobrecido. Nunca se sabe lo que puede pasar en el futuro, pero me parece que sería muy precipitado sacar conclusiones de este tipo.
Como supo ver muy bien Ortega, la técnica existe porque los seres humanos necesitamos y sabemos hacer un mundo a nuestro gusto. Como no somos dioses, nos equivocamos con frecuencia y, en ocasiones, las diversas Torres de Babel se derrumban sobre nuestras débiles espaldas. Pero si algo nos enseña la tecnología es a distinguir la realidad, que siempre se conquista con esfuerzo, de la mera fantasía en la que todo es gratis, blando e indiferente. En algún lugar del mundo, tal vez en el Bombay que ha retratado magistralmente Danny Boyle, seguramente que en muchos sitios a la vez, unos adolescentes están pensando en cosas que los mayores no nos atrevemos a imaginar y, por todas partes, la gente, también los seniors de Google, procuran hacer su trabajo a conciencia, con perfección. Un fallo es un regalo de los cielos para que no nos confundamos, una oportunidad de aprender y, en el fondo, un motivo de orgullo.