Si se escuchan las quejas de los jueces respecto a la situación de las oficinas judiciales, se oye muy comúnmente la queja de que sus ordenadores, por llamarles algo, no se hablan entre sí. Es corriente en España el cultivo de esta rara especie de sistemas cerrados, de manera que, al parecer, tampoco se hablan los sistemas públicos de las distintas Comunidades Autónomas, seguramente por aquello de la identidad y tal y cual. No cabe negar que sea una rara habilidad la que han mostrado las distintas autoridades que han consentido, o promovido, este aislacionismo tan distante del ideal.
Por contraste, las tecnologías disponibles nos ofrecen cada vez mayores posibilidades para que nuestros libros se hablen, para poder buscar de manera sistemática y casi en paralelo cosas en que coincidan u opiniones enfrentadas. Hace un par de días me contó un amigo, con toda sencillez, cómo había podido hacer un trabajo de historia relacionando cuestiones literarias con avances industriales por el simple procedimiento de buscar en las ediciones digitales de los autores que le interesaban un cierto número de palabras clave. La facilidad para encontrar textos, y las ideas que van con ellos, le servirá de poco al que no sepa todo lo que sabe mi amigo, pero, cuando se sabe, evita el tedioso trabajo de buscar en decenas de libros y en miles de páginas lo que ese rimero de papeles oculta. La búsqueda digital reduce las horas de trabajo rutinario y tedioso y nos deja más tiempo libre para lo que realmente importa, investigar y aprender.
Las pegas que supuestos expertos ponen a la lectura de textos digitales son, en la mayoría de los casos, un mero trasunto de intereses o una prueba de la incapacidad para adaptarse a nuevas formas de trabajar. La lectura es más fácil y más eficaz en los dispositivos digitales que en el viejo papel. Si se trata de investigar, no hay color, aunque eso suponga el esfuerzo de leer en una pantalla que es un tanto molesta para la vista, pero tampoco lo hay si se trata del ocio, de leer por puro placer, y se ha tomado la precaución de adquirir un lector de e-books, un aparato cuya pantalla usa la tecnología llamada de tinta de imprenta. Yo he leído así mis cincuenta últimas novelas, deliciosamente tumbado y con un aparato más ligero que la mayoría de los libros de papel, tan legible como cualquiera de ellos y que, además, siempre se encuentra en la página en la que he dejado la última lectura. ¿Problemas de compatibilidad, de formato, de escasez de oferta? ¡Venga ya! Nada de nada, pero del mismo modo que algunos se empeñan en que los jueces no puedan hablarse hay quienes creen que se les tendrá por más cultos si desdeñan las mejores y más fáciles formas de lectura.
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