El bueno de San José

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La mayoría de los que nos llamamos José o José Algo tenemos ya una edad, porque un José de menos de 40 es mucho más raro que un Kevin cualquiera. Sospecho que el hecho de llevar el nombre de un santo tan peculiar como lo es, sin duda, el carpintero de Nazareth, nos hace miembros de una cofradía rara. Muchos de los Pepes que van quedando son probablemente agnósticos o ateos, otros no, pero creo que para todo puede tener algo de admirable este santo que nos pusieron en épocas ya muy lejanas. Era un tipo discreto y crédulo que trató con respeto y cariño a una mujer mucho más importante que él, un perfecto segundón, como lo somos todos, en algún aspecto, al menos. Debemos llevar con gallardía y dignidad un nombre que dentro de poco puede ser tan estrafalario como Austresigildo,.. aunque siempre nos quedarán los valencianos, si eso le consuela a alguien.

Desde hace unos años, al llegar la fiesta de San José, me pongo especialmente pensativo. Paso con mucha menos impresión por festividades de mayor tronío, pero está dedicada a un hombre sacrificado, y bastante desconocido pese a su nombradía, me conmueve de manera especial. Yo no sé si es cierta la atribución del Pepe hipocorístico, con el que se conoce a ciertos Josés, a una generalización del P.P., por Pater Putativus, el que hace de padre, pero no lo es, que acompañaba a muchas imágenes antiguas del santo; no lo sé, pero creo que ese apelativo subraya de manera magistral el papel de poco gloriosa apariencia que le cupo al admirable santo.

Me parece a mí, que no tengo en esto ninguna autoridad y hablo de oídas y por costumbre, que la figura de San José es esencial en la concepción cristiana de la vida, es el que está dispuesto a servir a algo más grande que él, de una manera discreta, oscura, incluso un tanto amarga. Creo que hay auténtica grandeza en este santo sin apenas obras conocidas, en un hombre que supo desempeñar una misión equívoca con valor y con humildad. Creo que su figura está muy bien escogida para celebrar el “día del padre”, aunque esta fiesta sea más comercial que litúrgica o teológica. Los padres, como tales, siempre están llamados a desaparecer, a servir de escabel de sus hijos. San José tuvo la suerte de que su Hijo fuese inmensamente merecedor de cualquier sacrificio, pero eso no hace menos duro el papel del padre, de quienes han de apartarse, tan discretamente como puedan, para que otros crezcan.

Es un signo de estos tiempos raros el que la gente joven atrase la paternidad, y, con ello, su madurez. La paternidad es un sacrificio, pero todos los sacrificios pueden conducir a la gloria y, que yo sepa, no hay mejor cosa que escoger.

Conducir por tí

Veo en el Washington Post que algunos padres en los EEEU están instalando cámaras en los coches de sus hijos para poder controlarlos en el caso del que el coche haga algo raro, acelerar bruscamente, girar más deprisa de lo debido etc. La aplicación puede ser sorprendente, pero el uso parece un poco espantoso. 
El amor filial, como todos los amores si se desmiden, puede producir sus monstruos. El afán de control de lo ajeno es siempre un poco patológico, aunque ese ajeno sea nada menos que carne de nuestra carne. Yo recuerdo con inmensa gratitud la libertad que supieron darme mis padres en un momento en el que la libertad estaba escasamente de moda. A mi manera, he procurado hacer lo mismo, pero podría resultar que eso fuese una irresponsabilidad. No lo creo. Me temo, más bien, que las posibilidades que nos brinda la tecnología se pervierten cuando en lugar de servir para hacer el mundo más interesante y nuestro conocimiento más ágil y sencillo se convierten en garlitos, en trampas. Desgraciadamente hay situaciones en que los controles parecen necesarios, pero nada hay más absurdo que el exceso en estas materias. Aunque sea con los mejores propósitos.