A vueltas con la India

Cualquiera que haya leído alguno de los numerosos relatos, novelas o libros de viaje que ha escrito Paul Theroux, estará de acuerdo en que se trata de un escritor que reúne dos cualidades que no tienden a darse con facilidad en el mismo autor: es fácil de leer, por eso es un autor conocido en el mundo entero, y es realmente bueno, una lectura que raramente deja indiferente.

En sus libros de viajes sorprende su capacidad de descripción de escenas y situaciones y, a la vez, la enorme finura de sus comentarios, lo que produce esa rara impresión de haber hecho realmente ese viaje a cualquiera de los numerosos lugares en los que Theroux ha puesto los píes. En sus obras de ficción, el paisaje sirve para hacer explícito el estado de ánimo de sus personajes, sus perplejidades, sus miedos. Las situaciones que recrea hermanan a la perfección lo cotidiano con lo terrible, configuran una atmósfera inquietante que resalta la angustia, los yerros y las decepciones de unos protagonistas perdidos en sus propias vidas sin saber muy bien porque ocurre nada de lo que ocurre. El narrador emplea un humor corrosivo y es capaz de crear una intriga, que solo son capaces de ofrecer los mejores.

Ahora termino de leer una traducción de su Elefanta suite, una trilogía de relatos en los que los protagonistas norteamericanos se enfrentan de una u otra manera con la India, para descubrir, ellos y/o el lector, que tal vez podrían haberse ahorrado el viaje. Theroux no es nada complaciente con los tópicos, es despiadado al desmontarlos y, uno tras otro, los negativos y los positivos, aunque más estos, van sucumbiendo ante el destino dramático de los protagonistas. La India de Theroux altera a sus personajes, lo que era de esperar, pero los trastorna de una manera que seguramente no tenía nada que ver con sus propósitos, con sus deseos al irse a la India. La relación con los hindúes es siempre problemática porque hay una auténtica barrera entre ellos y las criaturas de Theroux que fracasan estrepitosamente, ¿o no?, en su viaje a la India, aunque tal vez habrían fracasado igual quedándose en casa. Elefanta suite se lee de un tirón y deja magistralmente en nosotros ese regusto amargo del que está hecha una gran parte de la vida.

El país hipócrita

Una de las claves de la situación española es el excelente nivel de aceptación que tiene la hipocresía. Aquí ya no se considera como el homenaje que el vicio le rinde a la virtud, sino como la virtud misma. Preferimos olvidarnos de la realidad para venerar sus máscaras.

Los ejemplos son infinitos. El presidente declara ante millones de españoles que él puede equivocarse pero no puede mentir (¡nada menos que no poder mentir!) y se supone que millones de españoles se deleitan con la sublimidad presidencial. Afirma que las armas vendidas a Israel no son para matar palestinos, y muchos dejan escapar una lágrima furtiva de la emoción que les embarga por tan previsora limitación al vil comercio de las armas.

Estos días algunos periódicos andan a la greña con supuestas revelaciones sobre las actividades de algunos políticos y la información da a entender que algunos pudieran haberse interesado en ayudar al éxito de los negocios de sus amigos. ¡Crimen horrible!, ¡eso aquí no lo hace nadie! Tan no lo hace nadie, que el lobby está expresamente prohibido y ya se sabe que aquí todos cumplimos las leyes a rajatabla.

Los españoles se han acostumbrado a seguir a la letra los mínimos mandatos de toda una industria de la buena conciencia (una afortunada expresión de Paul Theroux para definir el papel de las ONG en África, con sus Toyotas de un blanco inmaculado y su ropa de moda) destinada no a que las cosas vayan bien, sino a que lo parezca, no a promover buenas conductas sino a blanquear y consolidar las famas. Por eso nuestros soldados no están en guerra sino en misiones de paz y si un helicóptero es derribado es cosa del viento.

Los mayores escándalos nacionales se reservan apara los grandes delitos: vehículos a 200 por hora o prebostes que se fuman un puro en el despacho haciéndole una higa a la legislación vigente. Uno de los casos recientemente atribuidos al ex presidente del Real Madrid es que una empresa sacaba a la venta (con facturas que se mostraban a los telespectadores como prueba de la ilicitud del caso) entradas que “no se podían vender” y se quedaba con el 10% de comisión. ¡Qué escándalo, por Dios! ¡Aquí que nadie paga por nada, ni se cobra nunca una  success fee!

A cambio de esa especie de rijosidad hipócrita, miramos para otro lado cuando los asuntos son de verdad gordos o cuando los protagonizan ese raro plantel de personajes que tienen bula, esos seres excepcionales, Zapatero es el modelo, que nadie jamás podría ni siquiera imaginar que pudieran hacer algo que no sea perfecto.

Necesitamos un empape de realidad y dejarnos de escándalos farisaicos,  de estrecheces mojigatas, aunque la mojigatería tenga ahora que ver no con las faldas y las blusas sino con los nuevos mandamientos de la hipocresía imperante. 
[Publicado en Gaceta de los negocios]