Pep Guardiola: un gesto ejemplar

Hay pocas cosas más agradables que poder cambiar el juicio propio, cuando hay motivos para hacerlo.  Me acaba de pasar con Pep Guardiola, el entrenador del Barça. Como madridista, el tipo me caía mal, qué se le va a hacer. Pero el madridismo no lo es todo, en especial en este trámite, al parecer irremediable, de tránsito al florentinismo, una antigua religión milagrera a base de pasta y de “usted no sabe con quién está hablando”.  Dejemos a Florentino, que ya tendrá bastante con lo suyo, y vayamos con Guardiola.

Pues resulta que Pep se ha atrevido a hacer algo que me parece muy fuera de lo común. Enterado de que se le iba a proponer para el próximo Príncipe de Asturias, ha salido al paso de la iniciativa rogando que de ninguna manera se considere su candidatura, y afirmando que si, dentro de treinta años, lo sigue mereciendo, estará encantado de figurar entre los candidatos. Admirable, memorable,  magnífico y ejemplar.

Que una persona de enorme éxito, como lo está siendo el entrenador del Barça, sepa poner en su sitio a unos oportunistas desorejados es realmente maravilloso. Los premios están, o deberían estar, para exaltar lo ejemplar, pero los Príncipe de Asturias, en ocasiones muy lejos de esa obligación de excelencia, parecen dejarse llevar por el oportunismo más burdo. La aristocracia, si quiere conservar alguna justificación, no debería confundirse nunca con el populismo.

Guardiola ha demostrado ser un aristócrata, y los que han pretendido lucrarse con su momento de gloria unos desaprensivos, ya reincidentes, por cierto.