No puede haber democracia sin reglamentos, pero los leguleyos pueden conseguir la más ridícula caricatura de la democracia, y, con frecuencia, lo logran. De esta manera, los electores pierden el interés en las elecciones, creen que la democracia es mera ilusión, y acaba sucediendo. Para evitarlo hacen falta políticos, pero es preocupante que también los políticos decidan disfrazarse de leguleyos, sea por aquello del buen gobierno, sea por evitarse disgustos, y en esas estamos. De todas maneras, también hay leguleyos que van de poetas, y de esa especie de mezcolanza suele salir lo peor, sin que sea necesario mirar a nadie para comprobarlo, no vayan a decir aquello de «a rey muerto gran lanzada».
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