La última cima

El “boca a boca” de los amigos me ha llevado a ver una película inusual, tanto por el tema, la vida y el testimonio cristiano de un cura madrileño fallecido recientemente, como por el tratamiento documental. La sala estaba casi llena, y el público aplaudió al final, cosa cada vez más infrecuente, sobre todo en una peli española. La película es un acierto. Muestra una vida desde su intimidad, no desde fuera, y esa vida resulta ser un caso admirable de vocación religiosa. No es fácil retratar la religiosidad, tan habitualmente confundida con una serie de tópicos y de prejuicios, tan ajena a las vidas de la mayoría, incluso de las de los creyentes. La personalidad del cura retratado, Pablo Domínguez, ayuda mucho a huir de buena parte de esos tópicos porque era un hombre de una personalidad arrolladora, activo, simpático, encantador y excepcional en casi todo.
Que la gente hable, como lo hacen muchos de los testigos de su vida, con naturalidad de sus sentimientos, de sus problemas, de su esperanza, y que lo haga con palabras corrientes, sin “tologías”, como diría Sancho, ayuda mucho a entender lo que movía a Pablo. El sentimiento religioso es un elemento esencial de una vida humana cuando se vive de manera inteligente y reflexiva, cuando se supera el cuadro ideológico y cultural en el que la religión se confunde necesariamente con una superchería.
Lo que nos muestra La última cima es que ser cristiano debiera ser un modo de vivir en el que nada humano pueda resultar ajeno, una esperanza que nada pueda defraudar, y menos que nada el mal ejemplo que podamos dar los que nos tenemos por cristianos. Pablo Domínguez era un sacerdote con una excepcional formación intelectual cuyo ejemplo luminoso debió ser fácil de seguir porque no hablaba desde ninguna cátedra, desde ninguna tribuna, desde ningún poder, sino que daba testimonio de una verdad simple, sencilla y admirable, de cómo es posible amar a Dios y seguir el ejemplo y la doctrina de Jesús sin rarezas, sin dramatismos barrocos, sin confundir la vida con ninguna liturgia incomprensible.
Me temo que esta película la verán más, quienes no necesitarían verla, y menos los que más podrían aprender de ella, tan severa es la censura intelectual y moral con la que muchos se distancian de la religión, del cristianismo; el director se dirige, sobre todo a estos últimos, a quienes creen a píes juntillas las leyendas antirreligiosas y los mitos que presentan a los sacerdotes como gentes amargadas y cobardes, ávidos de prohibir y de mandar, a quienes han dejado de ser cristianos, o eso creen; muchos no la verán, y se perderán con ello una estupenda oportunidad para poner en cuestión sus propias vidas, pero tampoco es magro el beneficio que obtendrán los que estén cansados del camino y sepan ver en Pablo un ejemplo convincente y atractivo sobre qué es lo único importante.