El fútbol no es lo que cree Florentino

¿Cuáles son las razones del estrepitoso fracaso del Madrid al ser eliminado, por sexta vez consecutiva, en los octavos de la Champions y por un equipo apenas normalito? El fútbol no es una ciencia exacta, y en eso consiste parte de su atractivo y su grandeza, en que siempre se puede perder, en que no siempre puedan ganar los mejores. Eso es lo que hubiese habido que decir si la eliminación del Madrid hubiera respondido a alguna de esas cosas que pasan en el fútbol y que no son evitables, pero no es ese el problema. El Madrid pudo haber ganado ayer de casualidad, por ejemplo, si hubiese entrado alguno de los balones de Higuaín o alguna de las faltas de Ronaldo, pero no fue así, de manera que, al no ganar por casualidad, perdió la eliminatoria por necesidad. ¿Cuál es la causa? El Madrid actual, pese al espejismo del partido contra el Sevilla, ni es un equipo sólido y fiable, ni tiene un entrenador que lo potencie: los jugadores lo saben, y se vinieron abajo al comienzo de la segunda parte porque estuvieron ciertos de su impotencia.

La razón de ese fracaso hay que ponerla en una plantilla no bien configurada (las ausencias de Xavi Alonso y de Marcelo debilitaron al primer equipo), en la que se han invertido cantidades millonarias, en jugadores de discutible utilidad (Benzema o Kaká, por ejemplo), en la que se han fichado a jugadores medianos (como Arbeloa) sin que se sepan bien las razones, en la que se ha prescindido por razones presumiblemente mezquinas de jugadores de calidad (como Robben o Sneijder), y en la que han permanecido jugadores que, por unas u otras razones, no aportan nada (como Raúl o Drenthe, incluso Guti que no es capaz de jugar con el nivel físico exigible en este equipo).

La filosofía que ha inspirado estas contrataciones es la de Florentino, aunque levemente escaldada por el anterior fracaso galáctico, y empeorada por las vaciedades de un charlatán oportunista a quien no nombro para que el lector se ejercite en las artes adivinatorias.

No se puede negar el madridismo de Florentino, ni su ambición. Pero su filosofía ya ha demostrado ser desastrosa en la anterior ocasión que presidió el club y es la verdadera responsable de estos años en que el Madrid solo ha conseguido dos ligas, bajo la presidencia, por cierto, de Calderón, una de sus bestias negras, pero una de sus criaturas. Quienquiera enterarse de lo que piensa Florentino hará bien en leer Los ángeles blancos, un excelente libro de John Carlin en el que, pese a su manifiesta intención de loar la etapa dorada del florentinismo, quedan expuestas de manera muy obvia las limitaciones de su concepción del fútbol.

Florentino piensa que el fútbol consiste en contratar a los mejores, y en jugar al ataque. En ambos casos se equivoca. Por los mejores se acaba entendiendo a los más caros (cree de hecho que los más caros son los más baratos), y el Madrid de Florentino (lo que heredaron Fernando Martín y Calderón ha sido siempre el Madrid de Florentino que ahora acaba de recuperar tras un paseo militar sin elecciones) lleva años gastando dinero inútilmente sin salir de la mediocridad europea en la que se ha instalado. En seis años ha tenido siete entrenadores y ha contratado a más de treinta jugadores con el resultado que está a la vista de todos.

Parodiando a Shakespeare, y mal que le pese a Florentino, hay entre el cielo y la tierra del fútbol más cosas de las que sospecha su filosofía. Hay que hacer un equipo y eso sólo se puede hacer desde abajo, apostando a largo plazo por un entrenador de categoría, justo esos que no quieren venir para que Florentino los ningunee, al que hay que dejar que diseñe un equipo en el que se pueden incrustar figuras de relumbrón, jugadores espectaculares, pero no puede hacerse un equipo a base de talonario y supuesto señorío. Eso es muy antiguo y se ha demostrado absolutamente estéril.

Hay que echar a la calle al charlatán para que vuelva a largar sus ingeniosidades y su sabiduría progre por las radios. Hay que buscar un entrenador serio y prometerle con garantías una década de trabajo, como poco. Tiene que terminar esa situación que hace que entrenadores de verdadera categoría (con un valor demostrado) no quieran venir al Real Madrid, al reino del capricho presidencial. Hay que dejar que un nuevo entrenador con auténtica categoría reajuste esta plantilla, en la que hay elementos muy valiosos, de antes y de ahora, y hay que ser más humildes, más exigentes con los jugadores, y más profesionales y serios. Y hay que hacerlo ya, sin consolarnos con una Liga que no está claro que este equipo pueda ganar, aunque en el fútbol todo sea posible, incluso que le metamos una paliza en el Bernabéu al Barcelona. Pero no se puede vivir del azar cuando se quiere ser el mejor equipo del mundo, lo que ha sido el Madrid y lo que Florentino tiene que intentar en serio… o marcharse cuanto antes para no volver jamás.

Su majestad el gol: a propósito de Higuaín

Llevo unos meses leyendo cosas sobre fútbol; me refiero a libros, a ensayos, a novelas, porque estoy tratando de cuadrar una cierta explicación de las razones de su éxito; de momento, sigo donde estaba, pero no renuncio a encontrar alguna cosa interesante, aunque solo sea para compensar el haberme tropezado con muchas de las abundantes tonterías que se han escrito sobre el fenómeno.

Vayamos al gol. Algunos lo han comparado con el orgasmo, lo que seguramente dice más sobre los comparadores que sobre lo comparado; hay quienes han llegado a especular sobre la analogía entre al portería y el himen, a otorgarle un papel femenino y matriarcal al portero. En fin, no cabe duda de que en nombre de Freud, y de Marx, se han escrito unas cuantas memeces, casi siempre pretenciosas, por otra parte.

Voy a bajar unos cuantos escalones especulativos y a preguntar simplemente si todos los goles tienen idéntico valor. La respuesta es, por supuesto, que no. Es evidente que los goles se distinguen mucho por su belleza, o por su perfección técnica, pero además se distinguen por su valor, por su oportunidad. No es lo mismo el gol que consigue la victoria, que el gol que se suma a una victoria ya cómoda, por ejemplo.

A lo que iba, en caso de victoria clara, los goles más meritorios son siempre los primeros, no los últimos. El jugador que inaugura el marcador hace lo más difícil, y por eso su acción debiera considerarse más valiosa; por ejemplo, los dos goles de Higuaín ayer al Tenerife, goles extraordinarios y de una simplicidad engañosa, son muy importantes porque encarrilaron una victoria del Real Madrid que, a la postre, pareció fácil. Ardo en deseos de escuchar cómo sus enemigos, que los tiene, por increíble que sea, se las arreglan para tratar de quitar mérito al asunto. Esta es otra de las cosas que enseña el fútbol, cómo la vileza y la mentira se hermanan para oscurecer la evidencia, para justificar el despropósito.

Higuaín

Ser aficionado al fútbol tiene sus inconvenientes. Uno de ellos es el riesgo permanente de oír tonterías, un género en el que muchos incluyen al fútbol, sin más. Me parece que la tontería, así, en general, juega un cierto papel muy de fondo en este asunto, pero me quiero referir ahora a un concepto, digamos, más técnico de tontería, a aquello que dicen, en ocasiones, algunos periodistas del ramo, a pesar de saber perfectamente que están diciendo algo que no dirían de no mediar intereses ajenos a lo que dicen estar comentando.

Dicen tonterías y, además, mienten, pero prefiero no llamar mentira a algo que tiene muy pocas posibilidades de engañar. En manos de los profesionales de la comunicación, el fútbol adquiere un nuevo poder, funda un nuevo negocio que, lógicamente, se apoya en el principal. Deben de alimentar a la opinión y a la pasión para que se les siga atendiendo en aquellos largos momentos en el que el fútbol está ausente. Es lógico, pues, que digan tonterías, que inventen cosas, que pretendan descubrir el Mediterráneo y reescribir a cada minuto la historia. El fútbol es tan potente que los sostiene y los resiste, pero ellos inventan tonterías y las siguen alimentando como si fueran realidades, temas genuinos de conversación inteligente, más o menos.

Una de las más notables que se vienen promocionando, sobre todo entre profesionales de una determinada cadena de medios, más entusiasta que juiciosa, es la del supuesto error del entrenador del Real Madrid por no alinear lo que llaman el tridente florentiniano, es decir, por no hacer que juegue Benzemá en lugar de Gonzalo Higuaín. Es una tontería que tropieza con el hecho evidente de que Higuaín es un futbolista excepcional, un personaje que ha aguantado, a muy corta edad, la postergación frente a nombres más poderosos, y que ha dado tardes gloriosas a la afición, además de goles bellísimos y decisivos. Naturalmente que a veces falla, pero también fallaba don Alfredo o el propio Zidane.

No estoy seguro de cuál pueda ser la causa para tratar de postergar, de nuevo, a Higuaín, pero me resisto a creer que sea cosa distinta del interés. El interés puede tener varias fuentes, aunque hay una que me parece especialmente innoble, la del halago a Florentino, como si el presidente del Real Madrid solo pudiera engrandecerse por el rendimiento de sus fichajes y no por el de los jugadores heredados. De ser así, se trataría de una tontería especialmente malévola que no traerá otra cosa que disgustos, en el caso improbable de que alguien les hiciese caso. No creo que suceda. Cuando alguien se coloca, o deja que le coloquen, por encima de lo que representa, siempre aparecen diversas faunas aduladoras, pero lo que suele pasar está perfectamente descrito en la literatura clásica, y no digo más.

Me supongo, por tanto, que la razón resida en alguno de los otros dos posibles motivos: el primero de ellos, que hay que vender, que hay que hablar de algo, pero preferiría que encontrasen mejores cebos; el segundo, que tengan algo que ganar a través de intermediaciones o contratos, lo que, desgraciadamente, está muy cerca de uno de los males del periodismo que se lleva entre nosotros, no solo en lo deportivo.

Yo, ni quito ni pongo rey, pero creo que prescindir de Higuaín es, hoy por hoy, un verdadero desatino, haya costado lo que haya costado el bueno de Benzemá, que, sin duda, tiene sus forofos.

El fútbol y el efecto Mateo

Robert K. Merton ha sido uno de esos grandes académicos que solo parecen existir hoy en día las grandes universidades americanas. Su obra está llena de interés, se mire por donde se mire, aunque yo prefiera, por encima de todo, uno de los libros que más me han hecho admirar y reverenciar el oficio académico, A hombros de gigantes, un trabajo magistral, lleno de buen humor, de sabiduría y de conocimientos de lo más variado. Cualquier buen lector pasará con él uno de los períodos más agradables de su vida intelectual.

El caso es que me acordé de Merton al ver ayer, el partido del Barça y el Real Madrid. La razón es muy simple; Merton bautizó como efecto Mateo al hecho de que, conforme al dicho evangélico (capítulo XXV del Evangelio de San Mateo, versículo 29), de que “a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene”, se produce una muy frecuente acumulación de fama y premios en quien previamente los tiene, fenómeno muy conocido, por ejemplo, en la sociología de la ciencia, y que hace que los laureados tiendan a multiplicar sus laureles, muchas veces sin otro mérito que el haberlos recibido previamente. Pues bien, a mi me pareció que el efecto Mateo explicaba muy bien cómo los forofos del Madrid han disculpado un clamoroso fallo de Cristiano Ronaldo, mientras que crucificaron el año pasado a Drenthe por un fallo muy similar, pero en el fondo mucho más disculpable. La lógica es muy simple: si Cristiano Ronaldo es un crack no puede cometer un fallo tan clamoroso, luego el fallo no es lo que parece; en cambio, como Drenthe no es ningún crack, se vio castigado con un descenso a los infiernos del aprecio madridista, pese a que su fallo fue mucho menos grave y más disculpable que el del astro portugués. Moraleja, no falles ante la portería del Barça, salvo que seas Cristiano Ronaldo.

Editorial y partidos

Es posible que al leer estas líneas, los ecos del Barça/Real Madrid hayan eclipsado la gresca política por el editorial de la prensa catalana. Sobre este último se ha dicho ya todo lo que se pueda imaginar. Es seguro que los dimes y diretes del fútbol van a llegar más lejos, y que su variedad será mayor, entre otras cosas porque habrá quien trate de juzgar con ecuanimidad. ¿No sería posible encontrar unas reglas políticas de juego limpio para que la disputa histórica, por llamarla de algún modo, se encauce de manera razonable? El Madrid y el Barça siempre quieren ganar, pero, al menos, admiten que juegan a lo mismo, y tratan de hacerlo lo mejor que pueden, de manera que, aunque a veces se demonice a Guruceta o al que toque, la sangre no llega al río, porque saben que el juego es cosa de dos,.. y del árbitro.

Podemos ver el editorial catalán como el intento de forzar una solución, arbitraria e imposible para los no nacionalistas, o como un problema, lo que no puede negarse, ni por unos ni por otros, por nadie.

El fútbol nos ilumina a la hora de lidiar con problemas de este tipo. ¿No ocurrirá que lo que hace que una liga se pueda mantener, pese a las pasiones desatadas, es que los intereses comunes (y los sentimientos, las ambiciones, las tradiciones, y mil cosas más), son mayores que las diferencias, aunque éstas sean las que le dan sabor a la refriega?

La política es también un juego desde el punto de vista lógico, y uno de esos juegos que no siempre tienen solución precisa, por lo que hay que recurrir al árbitro y a su autoridad para decidir en las trifulcas que, de otro modo, acabarían con él. Al juez se le puede intimidar, hasta cierto punto, pero tiene la sartén por el mango, y el buen sentido de los contendientes suele saber cómo no pasarse de la raya.

¿Podríamos dejar de denostar al árbitro constitucional? Tras su sentencia, habrá pitos y aplausos, pero la pugna seguirá, porque nada acaba, que es de lo que se trata.

El Barça

Una de las cosas más molestas que tiene la afición futbolística, tal como se vive entre nosotros, es que no le deja a uno admirar debidamente el juego de los rivales, aunque sean extraordinarios. Hablando en plata, que los que somos madridistas tenemos un permanente conflicto de conciencia a cuenta de lo bien que está jugando el Barça.

Nuestro madridismo nos lleva a desear la derrota de los azulgranas, pero como nos gusta el fútbol, no tenemos más remedio que admitir que, a día de hoy, el fútbol del Barça es infinitamente superior al del equipo de nuestros amores. Lo que ocurre es que los culés nos acosan inmediatamente con el recuerdo del reciente y doloroso 2-6 y el de otras humillantes derrotas (aquel 5-0 del dream team y otras vejaciones de las que prefiero no acordarme), y eso nos impide ejercer la grandeza de espíritu necesaria para reconocer que lo de Iniesta y Xavi es un auténtico portento.

Yo soñaba secretamente con que el Inter de Etoo eliminase al Barça de la Champions, pero ahora que no me oye nadie, tengo que decir que me alegro infinitamente de que ese fútbol maravilloso haya puesto en su sitio al fútbol rácano y marrullero que se hace en el país trasalpino. Naturalmente espero que el Madrid le gane al Barça el próximo domingo, pero porque me gusta creer en los milagros. Lo que me aterra, sin embargo, es la sospecha de que podamos estar entrando en una etapa en que la estadística ya no nos sirva de consuelo.

Suficiente y demasiado


El poeta William Blake dijo alguna vez que nunca se sabe lo que es suficiente sin que se sepa previamente qué es demasiado. El criterio viene a ser una versión moral y poética de una verdad empírica bien establecida, a saber, que sólo la experiencia y el paso del tiempo nos pueden iluminar acerca de muchas decisiones que no pueden reducirse a un cálculo exacto, como la mayoría de las medidas que se toman en economía.

Se discute mucho sobre los contratos de Florentino Pérez para el Real Madrid, y está claro que se trata de una de esas cuestiones en las que la línea de demarcación entre lo admisible y lo escandaloso es borrosa. La cosa se puede aclarar un poco si se hacen algunos números; tal vez lo escandaloso no sea que un jugador cueste noventa millones de euros, sino que muchísimos jugadores enteramente normales, por no decir abiertamente mediocres, cuesten también unos cuantos millones. Dicho de otro modo, lo que nos produce escándalo es nuestra propia imagen un tanto distorsionada por el dinero del fútbol, que estemos dispuestos a gastarnos con cualquiera que se ponga una camiseta bastante más de lo que invertimos para que una universidad cualquiera pueda investigar, por ejemplo. Los ejemplos podrían multiplicarse al infinito y siempre obtendríamos la misma imagen monstruosa de nuestros sacrificios en el altar de la diversión y del espectáculo.

Hay otro aspecto de este asunto que merece también una cierta atención. El fútbol, como cualquier otro deporte, está alcanzando unos niveles de profesionalización y de tecnificación que tal vez sean incompatibles con esa clase de dispendios; es posible que el dinero no baste para lograr la excelencia de juego que reclaman los aficionados, y que ahora admiran en un club como el Barça. Por eso hay en la estrategia de Florentino algo que recuerda a la despedida del Titanic, un barco que puede naufragar sin llegar al puerto de la final de la Champions 2010, nada menos que en el Bernabeu. Ahí se verá si tirar de crédito sin límite ha sido una conducta razonable o absurda.

A propósito de Florentino

Aunque no esté claro si el Real Madrid es mes que un club, como sin duda pasa con el Barça, la segunda venida de Florentino Pérez a su presidencia es noticia que merece algún comentario, más allá del ámbito del fútbol. Es evidente que todo lo que tiene que ver con el Real Madrid ocupa un lugar importante en la vida de muchas personas, y que la sensación de derrota y de impotencia frente a la pujanza de su gran rival, ha servido para facilitar enormemente la segunda época del ex-presidente. Sus partidarios se fijan en el desorden institucional, que ha sido evidente, pero lo que espera la gran mayoría de los aficionados es que el Madrid  recupere altura en Europa, donde lleva cuatro años sin pasar de octavos de final.

La crisis institucional del Real Madrid no es ajena, de ninguna manera, al propio Florentino, que, pese a un comienzo fulgurante, abandonó el club tras tres años sin conseguir ni una sola victoria. Los que han venido luego estaban, sin excepción, en su directiva, y se han quejado, repetidamente, de que la sombra de Florentino les ha impedido  dirigir el club con la debida calma. Tal vez lo más atinado que se pueda decir sobre esto es que sólo Dios lo sabe, pero no está mal recordar, al comienzo de la segunda andadura de Florentino, que su responsabilidad, al menos indirecta, en el desastre institucional es algo más que una sospecha mal intencionada.

Todos los madridistas deseamos que el éxito acompañe a Florentino, porque amamos al Real Madrid, pero hay que recordar que, también en fútbol, conviene ser más amigos de la verdad que de Platón.   

Hay dos cosas en la vuelta de Florentino que son muy preocupantes. La primera es el asombro, y la pena, que causa el ver que en la sociedad madrileña no parece haber la energía necesaria como para que surjan candidaturas alternativas a la florentiniana. Lo que ha habido ha bordeado el ridículo, cuando no el bochorno. Si se compara nuestra situación con la del Barça en este punto, la cosa es para echarse a llorar. Los socios del Real Madrid parecen abandonados a esa especie de providencialismo provinciano que no ve otra salida que la milagrera: más dinero y más poder, a costa de lo que sea. Es lamentable esta situación que, en parte, se debe a la abusiva exigencia de inalcanzables avales financieros, para la mayoría de los mortales. En esta época, un Bernabeu no podría presentarse y eso no es bueno. El Madrid pasa a ser cosa de super-ricos, y eso tampoco es bueno, aunque peor es que se siga diciendo eso tan demagógico de que el Madrid es de sus socios.

La segunda preocupación es la siguiente: ¿qué pasará si Florentino vuelve a fracasar como lo hizo la primera vez? ¿qué pasará   si el Barça gana su segunda copa de Europa en el Bernabeu y el Madrid no llega, como estos últimos años, ni a cuartos?

Florentino es una solución de alto riesgo, aunque sea evidente que, hoy por hoy, ha sido la única. Los que amamos al fútbol, la democracia y al Real Madrid deberíamos ir pensando en lo que vendrá luego. Nuestro club ha llegado a ser lo que es gracias a una afortunadísima cadena de aciertos. Hay que desear que Florentino no incremente la cadena de desaciertos en la que llevamos años. Pero pudiera pasar, y entonces estaríamos todavía  peor que ahora. 

Madrid, tras los pasos de Barcelona

No me refiero al 2-6, del que diré alguna cosa luego. Madrid sigue a Barcelona en su empeño por ser sede olímpica en 2016, un cuarto de siglo más tarde del éxito global de la Ciudad Condal.  Me parece que los madrileños aguardan la noticia definitiva más que con una corazonada, como dice el anuncio oficial de la candidatura, con una mezcla de esperanza y de escepticismo que es muy propia de los habitantes de esta ciudad escasa de auténticas raíces, lo que muchos tienen por una de sus ventajas.

Madrid envidia, como es lógico, el empujón de imagen internacional que fueron los Juegos del 92 para Barcelona, y lleva años preparándose para ser digna de unos Juegos igualmente memorables. Sin embargo, todos sabemos que los Juegos se adjudican de un modo relativamente tangencial a cualquier justicia, a cualquier relación entre mérito y esfuerzo, porque, al fin y al cabo, estamos en la esfera del deporte, de la emoción, de la sorpresa y de los intereses no siempre evidentes.

Pero Barcelona, lo mismo que Madrid, no es conocida únicamente por sus Olimpiadas, sino por ser la ciudad en la que juega al fútbol el Barça, mes que un club, un equipo que con frecuencia ha practicado el fútbol más exquisito y sofisticado que se juega en el mundo, como ahora, por ejemplo. Cuando, hace ya cincuenta años, viajaba por España de niño madridista, me sorprendía encontrar en todas partes muchos núcleos de admiradores del Barça. A veces se dice que eso es, simplemente, un reflejo anti-centralista, pero se equivoca quien piense así. Lo que refleja es un símbolo de calidad, de ambición y de buen juego que la gente ha sabido reconocer desde hace muchísimos años, y que el Barça ha sabido mantener y renovar. Total, que lo menos que puede hacer el COI es dar a Madrid los Juegos del 2016, a ver si así nos olvidamos cuanto antes de la herida más dura y más reciente. Nuestra rivalidad es una de las mayores y mejores peculiaridades españolas y será siempre un factor de estímulo, de progreso y de perpetuo relevo en la cabeza.  

El Real Madrid en la encrucijada

Tras una temporada institucionalmente convulsa, el Real Madrid ha sufrido dos graves descalabros deportivos que han supuesto una durísima demostración de cuál es su realidad futbolística. El Liverpool derrotó al Real Madrid de forma contundente e inapelable: parecían niños de colegio luchando contra profesionales, pero lo peor llegó el pasado dos de mayo con la paliza azulgrana a domicilio: un contundente 2 a 6. Hay que remontarse a las derrotas frente al Milán de Gullit y compañía para recordar un trance tan amargo para la hinchada blanca. 

Ahora se aproximan elecciones y es muy de temer que una parte importante del público sienta deseos de arrojarse en manos del recuerdo para entregar  el Club a Florentino Pérez. La memoria es selectiva y tiende a olvidar lo que más duele, pero la verdad es que, independientemente de lo que Florentino pudiera hacer en el futuro, lo que ha hecho en el pasado difícilmente serviría para recomendar una segunda vuelta. Que segundas partes nunca son buenas es una lección demasiado nítida de la experiencia más común como para echarla en saco roto. Pero es que, además, Florentino dejó al Real Madrid tras tres años de sequía de trofeos que son los que han servido para cimentar la supremacía blaugrana de las últimas temporadas.   

Los presidentes sucesivos no han tenido una gestión brillante, pero son muchos los que afirman que la larga sombra de Florentino y los poderes que dejó instalados en la sede social no han permitido que  los presidentes interinos pudieran hacerse con el control de la sociedad. La prensa, deportiva y política, no ha cesado de aplaudir los supuestos milagros del futuro mandatario, bien engrasada, imagino, por el potente aparato del magnate de la construcción. Así se pueden ganar elecciones, que habrá que verlo, pero no se ganan partidos, y más dura será la caída. 

Los socios del Real Madrid deberían pensar que se encuentran ante una coyuntura histórica: o sacan fuerzas de flaqueza y se hacen con el control real del club, o vuelven a caer en manos de quienes no han sabido mantener la categoría que la institución se merece, ni con los zidanes ni con los pavones. Florentino practicó un presidencialismo sin flexibilidad en el que se escogía a los futbolistas por su fotogenia, antes que por su capacidad de sufrir por todos nosotros.  Si eso es lo que nos espera, que Dios nos ampare y, los que tengan estómago, que se hagan del Barça.