Día de la Constitución

Sus enemigos han conseguido que este día no sea un día de unidad. Algunos tontos han caído en esa trampa y dicen que no celebrar la Constitución es una manera de no desunir. Hay que hacerse a la idea de que tenemos que seguir juntos soportando a los del negocio de la desunión, pero ya no podemos seguir mirándolos como una curiosidad, a ver qué pasa con ellos. Ya está claro que tendremos que enfrentarnos, y que la primera de todas las batallas es la de la opinión, una batalla que ni el Gobierno da ni el PP sabe dar, porque se han reducido a ser un tinglado de abogados y legistas, sin sentimientos, sin tener la menor idea de lo que es la política, creyendo que con arreglar la crisis les vale, cuando no son capaces de arreglar ni una chincheta. Habrá que reformar la Constitución hasta que sea evidente que no vamos a dejarles que se salgan con la suya, pero esa operación es política, no puede ser una chapuza como la de Estrasburgo, el Gobierno y la ETA.  

Gear es muy feo

La insólita alianza


El episodio de la apurada reforma de la Constitución está lleno de enseñanzas políticas. No es la menor de ellas el que se haya producido una alianza objetiva, como podría decir un marxista que creyese en este tipo de epítetos,  entre los partidos nacionalistas, de extracción típicamente burguesa, y los sindicatos de clase en contra de la reforma. No se pueden ocultar con facilidad los defectos que afean tanto a la reforma misma como a su trámite, pero vista la clase de enemigos que ha concitado habría que acabar reconociéndole alguna virtud, al menos de carácter hermenéutico. ¿Qué pueden tener en común los aplicados políticos de CiU, los coriáceos sindicalistas españoles, y muchos de los energúmenos del 15M que hace no mucho impedían la entrada en el Parlamento catalán a los atribulados convergentes? Y luego dicen que la política española escasea en sorpresas.
Hay razones de primer plano y motivos menos obvios en esta curiosa amalgama. Las primeras se refieren al factor oportunidad. Los sindicatos deberán agradecer a Zapatero, su íntimo hasta hace muy poco, el haberles dado una plataforma de desenganche tan bien mullida como la de una reforma de la Constitución a pachas con el PP. Poder decir, sin demasiado sonrojo, tontadas contra que se cuelen en la Constitución principios neoliberales, constituye un favor insigne que les permite ir tomando carrerilla para la ardua tarea de oposición que les aguarda. Por el lado de los nacionalistas catalanes, el don tampoco es chico, porque les autoriza a un buen número de baladronadas contra el PP en vísperas electorales. Los nacionalistas catalanes se quedan en nada sin su retórica y sus lamentos, aunque es posible que se estén administrando una sobredosis al unir las protestas contra la ruptura del pacto con las indignadas manifestaciones contra la  incomprensión que, al parecer, refleja el auto del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña sobre la enseñanza. Esto de que cualquiera que lo quisiere pueda ejercitar su derecho a ser educado en español en la red pública de la enseñanza en Cataluña, es cosa que, al parecer, sobrepasa lo admisible. 
He aquí, pues, que una medida indudablemente precipitada y traumática, pero seguramente inevitable, ha permitido la afloración de efectos colaterales beneficiosos para sujetos políticos tan distintos, que cualquiera reputaría antagónicos. Pero hay más.
Independientemente de su alcance técnico, lo que indica la reforma constitucional es que, en adelante, se habrá de estar mucho más atento a las cuentas públicas, y eso es algo que quienes han hecho virtud de su habilidad para ir arrancando, en un inagotable saqueo, apetitosos bocados del presupuesto no pueden tomarse sin sofoco. Esto es lo que los sindicatos llaman neoliberalismo, que alguien les pida cuentas de cuanto se llevan, lo que, como es lógico, solivianta a cualquiera que pretenda que no le controlen, pero es que los perversos mercados están hasta el colodrillo de tener que acudir en aval de los gastos que se hacen sin ninguna clase de consulta, sin ninguna especie de límite, ese tipo de gastos sociales que entusiasman a los avezados cazadores de rentas en que han venido a parar los sindicatos españoles. ¿Ha oído alguien  que vayan a pedir ayuda a sus hermanos de clase de Alemania o Finlandia para que les amparen ante una agresión tan violenta? 
Por razones muy similares, los nacionalistas, tampoco ven con buenos ojos que se ponga límite a lo que puedan gastar ellos, aunque seguramente son muy partidarios de que se ponga coto a lo que gasten todos los demás. Hubiera sido muy notable ver a los nacionalistas enfrentarse de manera directa y rotunda con una exigencia que se deriva  de la necesidad de mantener el proyecto europeo, así que han sido discretos, y se han concentrado en los agravios interiores, en que se les haya apartado del pacto constitucional de manera tan brusca, lo que, de paso, tiende una espesa cortina de humo sobre que han hecho mangas y capirotes con el consenso constitucional siempre que les ha convenido. 
Tanto en el caso sindical, como en el de los nacionalistas, y no digamos del 15M, se trata, por lo tanto, de protestas rituales, oportunistas y previsibles. Ahora bien, en el caso del PSOE, la cosa es más interesante y grave. La gran cuestión que se cierne sobre nuestro inmediato futuro es relativamente simple: ¿será capaz Rubalcaba de contener las ansias de derribar al PP que anidarán en el corazón de los derrotados socialistas? ¿será el PSOE lo suficientemente sólido como para controlar sus deseos de revancha en aras de una reconstrucción de amplio aliento de la economía española, gestionada por el PP? El PSOE que ha acatado disciplinadamente la decisión impuesta a su líder desde el corazón de la Unión Europea, una vez liberado del peso del poder,  ¿será capaz de mantener el tipo en los duros tiempos que se avecinan, o se dejará llevar por su carácter, como el escorpión del cuento inmemorial?
        
         

Una situación rara

Hace ya bastante tiempo que la situación política española viene pareciendo lamentable a una buena parte de los ciudadanos. Es casi un tópico referirse a que  el PSOE ha fracasado estrepitosamente en el tratamiento de la crisis económica, al tiempo que en su intento de crear un nuevo marco político, lo que Zapatero ha pretendido repetidas veces, y con pocos disimulos. Los frenos constitucionales, con lentitud, con dudas, con infinitas presiones, han evitado la total consumación de lo peor, pero se han desgastado mucho. Al tiempo que todo esto sucedía, se ha insistido también en que el PP parecía incapaz de suscitar grandes esperanzas, lo que refleja, al menos en parte, un cierto éxito del intento de crear un cordón sanitario en torno a este partido. En medio de esa situación pantanosa, surgió el movimiento del 15M que suscitó una serie de esperanzas que el tiempo, y los malos modales de quienes se han hecho con el invento, se han encargado rápidamente de enterrar. La economía, por su parte, no ha dejado de dar malas noticias y abundantes sobresaltos, lo que ha llevado al Presidente a adelantar las elecciones generales, a su modo, porque todavía faltan tres meses y nadie sabe lo que puedan dar de sí estos largos noventa días.
La gran sorpresa surgió poco después de la visita del Papa: como si Zapatero sintiese  una irresistible tendencia a hacerse notar, propuso, nada menos, que una reforma de la Constitución en las semanas que quedaban. Se han publicado informaciones bastante verosímiles acerca del proceso deliberativo que el presidente ha llevado con asunto tan notable, pero, como es lógico, las interpretaciones sobre su soliloquio son enormemente variadas. Un preclaro comentarista barcelonés ha atribuido al presidente nada menos que una especie de conversión penúltima a las posiciones de Aznar con el que, al parecer, habría mantenido conversaciones tan insólitas como fértiles, si  el análisis resultara ser certero. Está claro, en todo caso, que Zapatero habrá de ser estudiado a la manera como se hace con los pintores, con sus épocas, azul, rosa.. etc.
El PP se encontró ante una propuesta que, al menos aparentemente, no podía rechazar, pues es algo que había propuesto previamente, aunque, sin duda, con la certeza de que no tendría acogida. Tras una primera valoración positiva de la propuesta, la lectura de diversos análisis me ha hecho ver que la idea tiene muchos inconvenientes, nada pequeños, en casi todos los terrenos. La reforma saldrá seguramente adelante, aunque ha tenido numerosos objetores, y desde casi todas las esquinas.
¿Cómo hay que entender esta iniciativa en un contexto tan peculiar? Para empezar, nuestra tradición constitucional no escasea en declaraciones rimbombantes, ya desde 1812, como la afirmación gaditana de que los españoles debieran ser píos y benéficos.  Tenemos una recia costumbre que tiende a confundir la política con el derecho, y el derecho con la mera legislación. Somos tan proclives a confundir las cosas que nos alegramos incluso de que los Ministros de Fomento hagan planes en lugar de hacer caminos. Por aquí, me parece, está el primer defecto de esta reforma por sorpresa: no basta con decir que se va a hacer algo para que eso resulte efectivo. Frente a este argumento puede objetarse que la verdadera buena noticia reside en el hecho de que los dos grandes partidos se pongan de acuerdo, pero ¿lo han hecho? La situación del PSOE es particularmente curiosa porque acaba apadrinando in extremis lo que ha evitado con efectividad a lo largo de estos últimos años. ¿Alguien cree que el PSOE se vaya a tomar en serio este asunto en cuanto se sienta libre  de los agobios presentes? Es muy difícil hacer profecías, pero la política está más constreñida por la necesidad de lo que parece, y es poco verosímil un PSOE dedicado a aplaudir los recortes de gasto que deba hacer el próximo gobierno, si el PP deja alguna vez de dedicarse a decir que no va a hacer ninguno.
Algunos malpensados, que no han tocado bola en el asunto, se temen que esto pueda significar un giro de 180 grados en las políticas de reparto presupuestario, que esto suponga, para decirlo de una vez, poner freno al crecimiento exuberante de las administraciones autónomas y municipales, aunque de estas últimas se habla sospechosamente poco. Lo notable es que esta es una de las cosas que repiten más a menudo los críticos de la situación española, de manera que pudiera estar pasando que los políticos, en lugar de decirlo de manera directa, se hayan puesto de acuerdo en dar este rodeo por la Constitución para disimular un poco. Si esto fuese así, en lugar de mayor consenso tendríamos, simplemente, mayor confusión. El hábito, muy común en todas partes, de disimular lo que se piensa es, además de bastante necio, enteramente inútil y muestra lo muy poco que se cree en la democracia, y en las propias ideas, caso de tenerlas.  La rareza deriva de que resulta extraño que pueda ser verdad tanta belleza.
Publicado en El Confidencial
         

El 15M y la Constitución

Los que se han manifestado contra la reforma constitucional ejercen un derecho legítimo y defienden, aparentemente, una causa razonable. Sin embargo, la música que suena detrás de los argumentos es cada vez más horrísona, es el ruido de una generación defraudada, desde luego, pero que hace mal en fijarse solo en lo que está mal sin decir lo que cree. No se puede combatir la hipocresía con la mentira, ni la inutilidad con la pereza, al menos eso me parece. De cualquier manera, el deporte de tomar la calle es adictivo pero está sujeto a modas, climas y bandazos. Que alguien cometa un error no quiere decir que sus críticos acierten, casi nunca. 
¿Pelahustán?

Me equivoqué

Equivocarse es humano, pero esa es una declaración fácil de hacer en abstracto. A mi me parece muy sano ejercitarse en reconocer errores concretos, como el que no tengo otra opción que atribuirme. Me refiero a que había pensado que la reforma de la Constitución que ha propuesto Zapatero y ha aceptado Rajoy era un acierto, pero es que había pensado poco en ella. Me ha bastado leer un texto de Miguel Ángel Quintanilla Navarro para darme cuenta de mi error. El argumento esencial es que la Constitución no debe ser un programa político, y la medida propuesta lo es, efectivamente. La Constitución debe admitir que hay opciones enfrentadas, y la política económica y fiscal que se deriva de la propuesta de déficit cero es la que creo más acertada y oportuna, especialmente en estos momentos, pero no hay razón para constitucionalizarla, y menos de manera tan rara. Hay que defenderla y tratar de implantarla, pero sin ponerla en el lugar en el que debe haber reserva para principios comunes, porque esta medida no es, claramente, un principio que deba asumir la izquierda, aunque tampoco estaría mal que se acercase lo más posible a ella. Como me he equivocado, admito también que puedo equivocarme ahora, de manera que tal vez vuelva sobre mis pasos. De todas maneras pido disculpas por presumir de una cualidad que creo conservo, a Dios gracias, la de cambiar de opinión si se me ofrecen argumentos mejores que los que tenía por míos.
Ver de nuevo E.T.

Descartes y la máquina del mundo

Cuando Descartes concibió su sistema del mundo cayó en la cuenta de que el universo, como si fuese una vieja motocicleta, tendería a desvencijarse y a perder el equilibrio, a derrumbarse, de manera que se le ocurrió pensar que resultaba necesario  que el Buen Dios le diese, de vez en cuando, un papirotazo a la máquina del mundo para que siguiese girando sin mayores problemas, es decir, como aparentemente lo hace. 

Las máquinas de la economía y de la política  también tienden a desvencijarse, pero como no estamos en el siglo XVII, a casi nadie se le ocurre que haga falta un papirotazo divinal para que la cosa se encarrile. Muchos, sin embargo, rezan en silencio, aunque, como la mecánica es ahora más compleja que la de Descartes, no hay forma de saber si Dios nos echa o no una mano. 

La máquina económica parece tener un roto descomunal y, mientras  los expertos discuten sobre galgos y podencos, la prosperidad se ahúma en una gigantesca pira, de manera que nadie sabe a ciencia cierta, bueno, tal vez lo sepa Zapatero, cómo y cuándo habrá que empezar a reconstruir un mundo medianamente razonable. 

En España el desvencijamiento del tinglado es cuádruple del común, porque, además de nuestro peor diagnóstico económico, nos encontramos ante una crisis política realmente grave. También en este terreno necesitaríamos un auténtico papirotazo y no habría que esperarlo de las alturas sino del buen sentido de los ciudadanos.  No nos merecemos espectáculos como los que ofrece el circo político y mediático. 

La desfachatez se adueña del escenario y todo lo contagia. El director de pista está muy lejos de poseer el buen sentido necesario y se dedica a apagar el fuego con sustancias etéreas y explosivas. Ahora afirma que no está dispuesto a que se amenace a jueces, fiscales y policías, aunque también podría haber dicho que no va a tolerar que se dude de la buena intención de un ministro que es un calco de las caricaturas del franquismo, de la chulería más repulsiva que se ve  insólitamente jaleada desde la bancada socialista. 

Se necesita de una amplia mayoría para lograr un cambio del sistema, para acabar con tanta desfachatez y con tan evidente falta de buen sentido en las instituciones básicas del Estado. Es obvio que  hace falta una reforma constitucional, devolver su absoluta independencia y autonomía al poder judicial, revisar el marco competencial del sistema autonómico, propiciar un auténtico sistema de libertades que permita a la sociedad civil dialogar con los partidos sin necesidad de someterse a ellos, reformar a fondo la educación y la universidad, disminuir de manera eficaz el peso de las administraciones públicas, los únicos que no parecen haberse enterado de que la economía no aguanta, y un largo etcétera. 

En mi opinión esa es la tarea histórica que debiera plantarse el PP, sin pretender fagocitar a UP y D,  que será necesaria para forzar el consenso con lo que pueda quedar del PSOE si se acierta a hacer  una política valiente y se deja de seguir, por una vez,   con la inercia de un sistema que está a pocas jornadas del colapso, sin un Descartes que lo diagnostique y sin que hagamos nada de lo que hay que hacer para merecer la discreta providencia del Buen Dios.