La penuria intelectual de la izquierda que ha aflorado con Zapatero, y a la que éste ha dado alas con sus disparates y lirismos, anda a la búsqueda de nuevas causas, visto que lo suyo no es arreglar los problemas de los españoles. En realidad se ocupa, cuando gobierna, de que haya cada vez más españoles con problemas, y en eso sí que ha demostrado no poca eficacia. Claro está que esa ejecutoria no es como para andar presumiendo, así que se comprende con facilidad sus intentos de buscar una coartada ideológica, de fabricarse un enemigo, y, como esta izquierda siempre mira hacia el futuro, ha retrocedido unos cien años para descubrir que la Iglesia ¡Dios mío! puede servir de excusa fácil.
Estos tipos, siempre tan ayunos de ideas, andan sobrados de afeites para disimular sus carencias, de modo que en vez de resucitar un clericalismo absolutamente rancio, han decidido vestirlo tan a la moda como puedan. Para ello han acudido a cierto feminismo tan travestido como les ha sido posible: política de género lo llaman. El caso es que la acusación de que la Iglesia persigue a las mujeres, ocupa en su pobre imaginario el mismo papel que las acusaciones a los frailes del XIX por regalar caramelos envenenados a los hijos de los obreros. Lo malo que tiene esta clase de tonterías es que siempre hay, entre la infinita multitud de los idiotas, un suficiente número de personas deseosas de fama y de pasar a la acción, buscando guerra. Es en este imaginario escenario, llamarlo surrealista sería hacerle un gran favor, en el que se comprenden dos acciones que no parecen casuales, la profanación de una capilla universitaria en Madrid y la quema de las puertas de una iglesia barcelonesa. Detrás de ambas iniciativas, que solo buscan la notoriedad y que prenda una llama que les diera algún protagonismo a quienes las promueven, aparecen colectivos de lesbianas y/o de feministas de extrema izquierda que han florecido al amparo de las bobadas del futuro ex rector Berzosa, en Madrid, o del tripartito catalán, en Barcelona, tal para cual.
Es necesario ser muy necio para no comprender que esta clase de agresiones son realmente peligrosas, además de injustas, absurdas y gravemente ofensivas para la conciencia de los creyentes, pero también para cualquier persona con capacidad de respetar las creencias ajenas. En este país deberíamos de tener hacia esta clase de acciones la misma prevención, como mínimo, que tienen los economistas alemanes hacia la inflación. Nuestra guerra civil, que debería estar olvidada bajo tantas losas, al menos, como décadas nos separan de ella, tuvo un preludio muy similar. No parece razonable que haya ahora el riesgo de repetir una debacle colectiva de aquella magnitud, pero eso mismo hace realmente intolerable que unos colectivos de jovencitas con poco seso se permitan tocarnos las narices a las personas civilizadas, tratando de ver si hay alguien que se dedica a repeler esas agresiones de una manera similar para que ellas puedan pasar un rato agradable con esa clase de salvajadas que, al parecer, les resultan tan entretenidas.
Es realmente portentoso que haya quienes no se conformen con los problemas que tenemos y dediquen su escasa inventiva a complicar más, si cabe, nuestra convivencia en libertad. Los cristianos sabemos perdonar y no caeremos en esas burdas provocaciones, pero sería muy importante que las autoridades civiles corten de raíz estas insensatas tentativas de resucitar una guerra que carecería completamente de sentido.