La conciencia y los ministros

Dentro del programa veraniego del gobierno le ha tocado al ministro de justicia hacer de ministro de jornada. Ha dicho cosas curiosas y sorprendentes, aunque la sorpresa es menor si se tiene en cuenta la elevada conciencia de superioridad que muestran estos ministros de un gobierno desvencijado pero siempre impertinente. El ministro ha dicho que no ha lugar a la objeción para los médicos en el caso del aborto. Al parecer esto le parece una cosa religiosa enteramente fuera de lugar en el ámbito civil, que es en el que él manda, aunque por delegación.

Esto me recuerda a una estupenda anécdota de Lenin que cuenta Martin Amis en su excelente libro sobre Stalin y el comunismo. El partido de Lenin siempre se había opuesto a la pena de muerte en tiempos de los zares y, como ya en el poder, habían ejecutado a unos miles, un dirigente le hizo notar a Lenin la contradicción y Lenin le contesto: “¡Bah, paparruchas!”, aunque no recuerdo si hizo algo más. Pues bien, a nuestra izquierda le parece que son paparruchas los principios que defendieron para llegar al poder, y entre ellos, la objeción de conciencia. Con ello denotan una enorme desvergüenza, pero también algo más profundo, a saber, que les importa una higa lo que puedan pensar los demás, que no respetan la ni la conciencia ni la libertad ajena, y no lo hacen porque tienen una idea meramente instrumental de la libertad y de la conciencia.

Puede decir el ministro lo que quiera, que para eso es ministro, pero cualquier persona con un mínimo de conciencia de su dignidad sabe con claramente que uno de los rasgos de la democracia liberal es el respeto inherente a la conciencia individual, respeto del que nacen todas las libertades que, de otro modo, pierden completamente su sentido. No hay en esto ni el más mínimo atisbo de religiosidad, es un asunto puramente civil, pero es una cuestión decisiva. En ello reside, precisamente, la diferencia entre una democracia liberal y un régimen absolutista, aunque el ministro aparente ignorarlo porque se lo manden.

España es una fiesta

La reciente celebración del día del orgullo gay me recuerda que los españoles somos los mejores organizadores de eventos del mundo, especialmente de eventos que consistan en su mera existencia. Da mucho que pensar que en menos de 50 años las calles de Madrid hayan dejado de ser el escenario de grandes concentraciones para, por ejemplo, rezar el Rosario con el padre Peyton, y se hayan convertido, sobre todo, en soporte de manifestaciones muy de otro tipo. Ha cambiado mucho el panorama, pero hay una cosa que no ha cambiado y debería cambiar: definir con cierta precisión las diferencias entre el escenario público y el ámbito de lo privado. No creo que nadie se pueda oponer a que las conductas sexuales sean como fueren en el ámbito de lo privado, pero tengo muchas dudas de que tenga sentido alguno la promoción pública del orgullo gay, como tampoco lo tendría su contraria. Lo que subyace detrás de una fiesta como la de los gays es la evidente intención de imponer de manera pública una determinada cultura moral que está muy lejos de la de una amplia mayoría de los ciudadanos, como lo pone de manifiesto el lema de “abrir los armarios en la escuela” que fue utilizado, y sostenido por la ministra del ramo, en la última fiesta. Los españoles nos hemos hecho democráticos, pero todavía no hemos aprendido a respetar la libertad ajena, a distinguir adecuadamente lo privado de lo público. El gobierno de ZP tiene una insaciable necesidad de confundir las cosas porque se sabe ayuno, y contradictorio, en su propio campo. España se ha convertido plenamente en una sociedad del espectáculo y son muchos los poderes que se empeñan en que la cosa sea así. Desde las inauditas presentaciones de madridistas, hasta la fiesta del español, promovida por el Instituto Cervantes, todo es concentración, algarabía, tumulto, con lo que implica de intimidación, irreflexión y falta de seso. Para esto no hay crisis, pero cabe dudar que de tal modo se arregle nada, al margen del gustito que le de la cosa a los organizadores.

[Publicado en Gaceta de los negocios]