Internet para todos y sus tarifas
Adelanto electoral
Internet para todos y sus tarifas
Página web y blog realizados con WordPress
Que la política supone un alto número de factores irracionales es algo que nadie que haya pensado seriamente en estos asuntos ha puesto nunca en duda; casi por las mismas razones, hay unanimidad en la recomendación de que en las sociedades democráticas se ha de propiciar un debate racional sobre las distintas opciones, más allá de dogmatismos y de cualquier clase de exclusiones. Esta forma de debate público requiere un conjunto de instituciones entre las que no pueden faltar ni una prensa independiente y crítica, ni una praxis política que castigue de manera rigurosa la demagogia y el populismo. Se trata, desde luego, de un ideal, cuya realización determina fuertemente el grado de eficiencia de las distintas instituciones democráticas para enfrentarse a los problemas de la realidad política.
Cuando las cosas son así, un alto número de electores está siempre dispuesto a modificar su voto en virtud de razones puramente pragmáticas, lo que supone un sistema de vigilancia rigurosa del comportamiento político de líderes y partidos. Como se sabe, y para nuestra desgracia, el electorado español no se comporta generalmente de esta manera, sino que, por el contrario, permanece fiel a sus opciones ideológicas más allá de lo razonable. Esta forma de actuación no favorece precisamente la flexibilidad política y consolida un bipartidismo ideológico que, aunque sea común en la mayoría de las democracias, alcanza entre nosotros unos perfiles excesivamente dramáticos.
En virtud de ese atavismo, los debates parlamentarios sobre política general son perfectamente previsibles. En el último de los celebrados sobre la naturaleza y los remedios de la crisis económica que nos afecta, y en sus secuelas de toda la semana, se han podido observar dos conductas diametralmente opuestas cuyo análisis puede apuntar alguna novedad de interés.
El presidente ha intentado, seguramente sin mucho éxito, cargar sobre las espaldas del PP los costos de una demora en superar una situación claramente insoportable. La música de fondo ha sido que no se le pide al PP una ayuda al gobierno sino una ayuda a España. Se trata de una música inhabitual en la izquierda clásica, aunque ZP ha recurrido a ella ya en otras ocasiones, una cantinela cuya intención sería legitimar la pretensión de que haya que ayudar al Gobierno por patriotismo, y que, en consecuencia, quienes no lo hicieren se convertirían en responsables de cualquier desastre.
La pretensión es tan absurda que solo puede compararse apropiadamente con el vudú. En lugar de analizar los problemas en sus propios términos se busca un monigote al que se le clavan los alfileres a la espera de que la magia opere sus milagros. Ahora bien, lo que efectivamente sucede no tiene nada que ver con esa superchería política. Es el Gobierno el que dirige la política del país y no puede descargar en nadie la responsabilidad de sus actos. Cualquier oposición sería responsable si impidiese que el Gobierno sacase adelante proyectos legislativos y políticas que beneficien al país, pero es evidente que el PP no puede hacer eso porque no tiene la mayoría en el Parlamento. Si el Gobierno ha podido aprobar leyes como la de la memoria histórica o la del aborto sin ningún apoyo del PP, también podría sacar adelante las medidas de política económica, fiscal y presupuestaria que considerase oportunas. El PP no podría hacer nada para impedirlo y, por su propio interés, no haría absolutamente nada cuando estimase que las medidas eran razonables y positivas para el conjunto de los españoles. ¿Qué pretende el vudú de ZP? Reforzar en el imaginario de sus fieles la imagen básica de su política, la idea de que el PP es el mal, el peligro, la irresponsabilidad y el egoísmo llevado hasta el punto de no querer apoyar a un Gobierno que pretende sacarnos de esta crisis que, conforme a las ideas de ZP, se debe precisamente a errores gravísimos de los gobiernos del PP.
¿Conseguirá esta magia repetida aumentar la clientela del PSOE? No parece razonable y es alarmante que al presidente no se le ocurran soluciones algo más creativas.
Pues bien, frente a este recurso al vudú, el señor Rajoy sorprendió al respetable con una afirmación tan inhabitual como plena de buen sentido, que, aunque seguramente esté destinada a la esterilidad de un modo inmediato, será recordada en el futuro porque apunta a uno de los defectos radicales de nuestro sistema político. ¿Qué dijo Rajoy? Algo que debiera ser obvio, aunque muchos han considerado una inconveniencia. Mirando a los bancos del PSOE, recordó a esos diputados que la responsabilidad de la política de Zapatero es suya, y que, visto lo visto, la única posibilidad de cambio de política y de protagonista, o de ambos, está únicamente en sus manos. Rajoy pretendió agitar unas aguas, estancadas pero íntimamente inquietas, la conciencia crítica de aquellos socialistas que no creen en el vudú, y que saben que estamos a escasos metros de un abismo peligroso.
[Publicado en El Confidencial]
La extraordinaria pieza retórica de Zapatero en Copenhague me ha estado rondando por la cabeza sin que supiese decir por qué. Me reconcomía como un enigma. La repasé sin encontrar motivo alguno para que ese breve texto me golpease las meninges. Tenía la impresión de que algunos de sus conceptos eran chirriantes como, por ejemplo, la idea de que pueda haber una “democratización de la producción de energía”, o la corajuda suposición de que la cumbre de Copenhague responda a una convocatoria conjunta de la ONU y la ciencia (sic), pero todo eso me parecía relativamente normal dentro del ideario zapatético.
Rebeca me sacó del apuro al hacerme ver que, en el archifamoso final de texto (“Pero la Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”), había un error gramatical que me había pasado inadvertido, y era chirriante.
El error consiste en que la palabra salvo está mal empleada porque, en su lugar, debería haber otra palabra, la conjunción adversativa sino. Zapatero debería haber dicho: “Pero la Tierra no pertenece a nadie, sino al viento”. Para verlo con claridad, haré una ligera corrección en la profunda sentencia zapateril. Veamos: “Pero la tierra no pertenece a ninguno de nosotros, salvo al viento”; en esta forma queda más claro el absurdo de considerar que el viento sea uno de nosotros (no creo que ni Zapatero ni ninguno de sus asesores hayan llegado a este extremo, eso puede esperar a otra legislatura), que es lo que daría sentido al uso de salvo, como, por ejemplo, cuando decimos alguna frase del tipo de “ninguno de nosotros ha estado en Finlandia, salvo Federico” (que sí es uno de nosotros).
Al decir “Pero la Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”, el Presidente ha dado pie gramatical al absurdo de que el viento sea uno de los nuestros, lo que no es el caso, ni lo sería incluso si fuésemos pieles rojas, como el jefe Seattle, del que según varios exégetas ha extraído la vena poética el gabinete monclovita.
En resumen: pasable en literatura, insuficiente en gramática. No es extraño, porque el presidente es de los que cree que la gramática está al servicio del pueblo, es decir que no cree en ninguna gramática que pueda estar por encima de sus caprichos.
[El gran jefe Seattle, según aparece en
Nuestro simpático presidente ha dado la nota en la cumbre copenhaguesca. Se ha sentido aventado, le ha dado un aire, aunque no se ha airado, porque el viento no ha podido con su talante. Como resulta imposible no repetir cualquiera de las cosas que se han dicho sobre su chusca intervención, gastaré unas líneas en trazar una interpretación más benigna. Me parece que ZP creía estar comentando al indio Seattle; da igual, porque, aunque yo encuentre más concomitancias con una historia de Orwell, es muy probable que no conociese directamente ninguna de las dos posibles fuentes.
Nuestro líder es una especie de letraferit, aunque me temo que en versión de usuario de servicios de un Speechwriter, una especie de poeta de guardia convencido de que, como decía José Antonio Primo de Rivera, aunque seguramente ni ZP ni su Speechwriter lo sepan, a los pueblos los mueven los poetas. En estas estábamos cuando nuestro presidente se sentía agobiado con el egoísmo universal y necesitado de decir algo; estaba como sin aire, y resolvió subir a por aire, como en el título de la novela de George Orwell que, aunque denunció el totalitarismo, todavía puede ser citado sin desdoro por un progre.
Algunos desalmados han dicho sentir vergüenza por esta salida lírica del dirigente de izquierdas, como si la izquierda hubiere de renunciar al dulce consuelo de la sensibilidad herida para ser, simplemente, una especie de ciencia. ZP ha superado hace mucho esa falsa disyuntiva, y practica una especie de marxismo-ecologismo-literario y cañí que no le está dando malos resultados.
Hay una tercera referencia literaria implícita en el discurso zapateresco, un eco que nos remite, nada menos, que a Shakespeare y a Marx, a esa frase sapientísima, que se insinúa en La tempestad de Shakespeare, y que califica al capitalismo en el Manifiesto comunista de Marx, según la cual, “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Este Zapatero, erudito por cuenta ajena y gesticulante por virtud propia, que es capaz de mezclar en apenas cinco palabras parejo caudal de sabiduría, es también capaz de transformar el viento de la locura en una suave brisa poética, ese es su carisma más envidiado, y, por ello, es una voz única que hay que saber escuchar con silencio reverencial porque, de lo contrario, vuelve a recordarnos a Fray Gerundio.
Hay que saber leer a Zapatero. Es una especie de Quijote resabiado que no se enfrenta con los leones (lo prohíbe su religión de la tierra y el viento), pero no porque le asusten, sino porque cree más educativo salir corriendo. Es una lección que el mundo entero debiera aprender, y, además, deprisa. Tal vez no salgamos de la recesión, pero no se podrá negar que vamos mejor que nadie en retórica barroca.
Ésta, pese a que les duela a algunos, es mercancía que les gusta mucho a todos los que piensan que, si son ignorantes, lo son a su pesar. Es una retórica que tiene su público, así que no se olvide que el presi es un cuco que no da puntada sin hilo.
Con este irónico título, Schopenhauer describió 38 técnicas para derrotar al oponente, no para convencerle. Una de las reglas más innovadoras del catálogo del filósofo, es la que indica la necesidad de convencer a la audiencia antes que al oponente. El libro, que todavía se lee con provecho, nos puede parecer hoy bastante ingenuo porque las estratagemas dialécticas se han sofisticado mucho. Otro alemán las perfeccionó para aplicarlas a las masas: se llamaba Goebbels y, no sin cierto disimulo, es considerado un profeta en muchas escuelas de negocios.
Muchos políticos se dejan llevar por la perversidad haciendo de la mentira verdad, y de la verdad mentira. Algunos alcanzan grados sublimes de perfección: el caso que se me viene a la memoria es el de la Vicepresidenta primera presentando la ley del aborto como un texto que garantiza los derechos de los no nacidos.
Schopenhauer, y desde luego Goebbels, sabían que la trampa es posible por la enorme credulidad del público, que, para mayor escarnio, se apoya muchas veces en una bondad genérica, porque son mayoría los que no pueden ni imaginar siquiera que se les esté utilizando constantemente, que se les esté engañando. Otros viven del engaño, porque todos los que engañan se saben en precario y tienen que comprar adhesiones a precios normalmente muy altos. El caso es que entre crédulos e interesados se va formando un clima social favorable a que el mentiroso sea convertido en héroe, a que sus engaños se presenten como profecías, a que sus traiciones a cuantos debiera servir se publiciten como pasos inequívocos hacia un futuro mejor para todos, o hacia cualquier simpleza semejante. En castellano hay un dicho que reza que no hay disputa si dos no quieren; por idénticas razones se podría decir que no hay engaño sin voluntad de ser engañado. Quien quiera romper con esta situación insana deberá alejarse mucho del lenguaje común, ese brebaje en el que se han diluido las mentiras básicas y que impide reconocer con facilidad que dos y dos siguen siendo cuatro.
[Publicado en Gaceta de los negocios]