Mubarak se ha ido


Y nadie sabe cómo ha sido. Los acontecimientos del norte de África tienen todas las características necesarias para dar píe a teorías absolutamente contrarias, para que alabemos el papel de la juventud, ese viejo prejuicio tan caro a los nazis, la importancia de Internet y de las redes sociales, lo dicen los periodistas y lo repetimos todos, pero también para que si nos ponemos en serio a pensar en ello no sepamos a qué atenernos. ¿Ha cedido el régimen egipcio, del que es probable que Mubarak fuese ya solo una máscara, o ha pasado por una crisis cíclica y pasajera de la que saldrá más robustecido? Se trata de acontecimientos que apenas podemos juzgar, desde la distancia y todavía. No hay que llegar a lo que se atribuye a Mao (“es un poco pronto para opinar sobre la revolución francesa”), pero es algo frívolo juzgar a base de crónicas y retazos de telediario lo que vaya a pasar en un lugar tan enorme y complejo como Egipto. Ni siquiera es seguro que vayamos a vivir grandes acontecimientos, salvo que la dirección de cuanto ha ocurrido esté en manos de otros, americanas, por ejemplo, pero ni yo lo sé ni, caso de ser cierto, apostaría por que estuviese claro lo que eso pudiera significar.  


Nokia y Microsoft se conciertan

Google y Mubarak

El hecho de que uno de los líderes de la revolución que se está desarrollando en Egipto sea un directivo de Google es algo más que una casualidad. El presidente egipcio, miembro de ese selecto club que es la Internacional Socialista, que ahora se apresurará a echarle, imagino, para que la cosa no trascienda, es uno de esos millones de seres humanos que siguen pensando que todo puede ser como siempre, y eso en Egipto ya se sabe lo que significa. 
No hace falta ser especialmente agudo para comprender que el mundo en el que Google actúa no se atiene a esa regla tan vieja, y que la explosión de información, y de contacto, que trae consigo le pone las cosas muy difíciles a gobiernos sin apenas otra forma de legitimidad que las bayonetas, los años y la ignorancia. No creo que el progreso tecnológico implique automáticamente un progreso político, pero está claro que determinadas formas de gobierno no aguantan el efecto corrosivo de los smartphones. Ya pasó con la televisión en la caída del muro, y esto que ahora está pasando es un ejemplo más de una verdad que debiera considerarse obvia: las sociedades que pueden comparar, eligen las democracias, y detestan las dictaduras, sea cual sea el disfraz que luzcan, lo que no quiere decir, desgraciadamente, que movimientos como el de Túnez o Egipto tengan el éxito asegurado en su camino hacia una fórmula política que, en el fondo, seguramente le deba más a la tradición que a la tecnología.

Los editores siguen subidos al guindo y no acaban de caerse