Se trata de un caso tan extraordinario que es inevitable la polémica. No es fácil encontrar a un político que haya sido capaz de destrozar en un breve lapso de tiempo una economía relativamente sólida, que rompa completamente con la cultura política y la tradición de la democracia que le elige, que haya causado tantos estragos innecesarios en casi todo lo que ha tocado. Mi juicio sobre él no es benévolo, pero no estoy conforme en considerar que todo se deba a alguna deficiencia personal, a un oportunismo desorejado, o a un tacticismo llevado al extremo.
A mi modo de ver, ZP es el producto de una desafortunada indigestión intelectual. No siendo hombre de grandes lecturas (como lo muestra su ignorancia de lenguas), ha tenido la mala fortuna de caer en las manos de ciertos filósofos posmodernos y postmarxistas críados en la cultura norteamericana. De ahí han venido la mayoría de las monsergas zapaterescas, esa izquierda sin tradición ni arraigo, pero capaz de desconcertar. Inspirado en tales doctrinas, ha ignorado algo esencial, a saber, que la izquierda americana se puede permitir el lujo de sostener tales jeribeques porque no hay ningún riesgo de que tengan una influencia decisiva en el país, en una cultura troquelada por el amor a la libertad, el respeto a la conciencia personal, el sentido del deber, las virtudes cívicas (el patriotismo, por ejemplo), la laboriosidad, la responsabilidad personal, cierto puritanismo, etc., es decir, el tipo de cultura política que ha florecido en las naciones de predominio protestante.
Ahora trasládese frívolamente esa clase de agenda política a un país sin ninguna de esas bases culturales, sin aprecio a la libertad, sin espíritu cívico, sin tradición de iniciativa y responsabilidad económica, y se comprenderá el desbarajuste que está originando el zapaterismo. Nuestra cultura es, sobre todo, barroca, artificiosa, retórica; nos provee de cuanto se necesita para ocultar la picaresca, la corrupción, al amiguismo, la hipocresía y la anomia práctica en que nos movemos como el pez en el agua. No pretendo que eso sea todo, pero sí me parece que es lo más específico en la actitud de ZP, lo que acaso pueda ayudar a explicar el disparatado desastre en que nos ha sumido, entre sonrisa y sonrisa, como quien no quiere la cosa.