Evidencias y confusiones

El mundo de la cultura impresa está atemorizado y confuso, y no le faltan razones para estarlo. Es muy frecuente que sus protagonistas se acojan al piadoso mantra de que algo va a cambiar, pero será lento. Creo que lo contrario es más cierto: aunque no esté claro qué y cómo va a cambiar, los cambios serán imparables y están ya en marcha.

Vayamos por partes. Se confunde frecuentemente la cuestión del acceso y la de la legibilidad. Lo probable es que, a medio plazo, el acceso sea universal y de costo muy bajo. Los que pretenden un monopolio, un acceso propio como Kindle, obtendrán alguna ventaja, pero, a la larga, el monopolio es impensable, salvo catástrofe política y tecnológica. Los textos que ya no generan derechos de autor, que son casi infinitos, se seguirán editando en el mundo digital y serán ofrecidos por nuevas editoras que, en parte, serán herencia directa de las editoras de papel impreso, en parte no. Los precios serán muy bajos y la competencia muy dura, lo que traerá la mejora y la renovación en las ediciones de autores clásicos, cosa que hoy casi no existe, o es muy lenta. Con una oferta de calidad y bajo precio, desaparecerá el problema de la copia porque, además, copiar será más engorroso que no hacerlo. Ante este panorama, lo que será difícil es distinguir una biblioteca digital de una editora, porque las últimas no podrán hacer negocio, ni, por tanto, trabajar, si sus obras (por ejemplo, una buena edición de Unamuno) pudiesen ser ofrecidas de manera gratuita por diversas bibliotecas que las comprasen al mismo precio que un lector común. Este probablemente vaya  a ser uno de los más importantes problemas que tengamos que resolver.

El acceso digital de las nuevas obras y de los libros con derechos de autor en vigor deberá resolverse también con una bajada de precios decisiva para que se pueda evitar la tentación del copiado. Se trata, en todo caso, de un problema importante respecto al que también hay que pensar cómo va a ser la relación entre editoras, bibliotecas y usuarios.

Un par de ideas sobre la legibilidad. Para la lectura por placer, los dispositivos de tinta electrónica son imbatibles, ya hoy, pero lo serán más a medida que se resuelva una dificultad de tipo menor que es el de la adaptación de los distintos formatos al tamaño de cada pantalla y la fácil elección de un tipo de letra que sea ideal para el lector. No parece un problema grave y, una vez resuelto, los apologistas del papel van a  tener que estrujarse mucho las meninges para encontrar argumentos atendibles. Supongo que algunos sugerirán la simple prohibición de los e-readers.

La experiencia de leer las Historias de Herodoto, Guerra y paz o Los hermanos Karamazov en un e-reader es fantástica, y hablo por experiencia, contra lo que dicen muchos bibliófilos ignaros. Nadie, o casi nadie, porque hay gente para todo,  que haya pasado por eso volverá a desear jamás manejar un volumen de 700 páginas, ¡qué se le va a hacer!

[Publicado en otro blog]

Tonterías electrónicas

Lo malo de haber asistido a numerosas conferencias es que uno se acostumbra a la trivialidad, que es casi lo único que puede ocurrir cuando se juntan auditorios diversos  ante un reclamo equívoco.  Días atrás, soportaba educadamente un simposio, digamos, comercial, con la esperanza de salir del sopor en la anunciada intervención de  un representante de Google. Y así fue, en efecto, pero para pasar de la trivialidad al disparate. El ponente, Luis Collado, iba a hablar de los libros electrónicos, pero lo que hizo fue, más bien, hablar contra los dispositivos  diseñados para la lectura de libros con tinta electrónica.  Su intervención consistió en una exhaustiva recolección de tópicos sobre el tema con la guinda añadida de que el señor Collado consiguió, incluso, sostener al tiempo tópicos incompatibles, lo que no deja de ser sorprendente en un orador tecnológico. Al llegar a casa estuve a punto de desenchufarme de Chrome, gmail y de esa infinitud de excelentes servicios que me presta la empresa del señor Collado, pero me contuve, aunque todavía no me he curado del asombro que me produjo oírle hablar de “inconvenientes de la abundancia”, “pirateo”, “lectura dispersa”, “deslealtad con el autor”, “microlectura”, “riesgo de escasa perdurabilidad del soporte”, “consumo de energía”, etc. Hube de frotarme los ojos para comprobar que no estaba oyendo, por ejemplo, al presidente del gremio de libreros.     

Frente a ello hay que decir con toda claridad que los dispositivos lectores de e-book, como mi Papyre son excelentes; que no conozco a nadie que los haya probado y los deseche; que se convierten en un soporte adictivo de lectura, especialmente si uno se pone a leer a autores de larga andadura, como Dostoievski, Herodoto o Pérez Galdós; que no cansan la vista en absoluto, porque la e-ink no titila en la pantalla; que su consumo de energía es mínimo (hay que recargar la batería menos de una vez al mes, aún usándolo todos los días durante horas); que hay infinidad de textos digitales que se pueden leer gratuitamente sin atentar contra derechos de nadie;  que su costo se justifica sobradamente en el ahorro futuro, y un sinfín de ventas más, como su leve peso, su facilísimo manejo y su casi infinita capacidad para almacenar  libros, muchos más de los que la mayoría de lectores pueda leer en su vida. 

En el colmo de la filigrana, el señor Collado, reprocho a estos dispositivos el carecer de hipervínculos (lo que es verdad), sin reparar en que había asegurado previamente que la lectura con ellos nos expone a los problemas (“dispersión de la atención”, “lectura transversal” y bobadas similares) que muchos achacan, precisamente a los tales  hipervínculos. No creo que sea noticia que el señor Collado no tenga un portador o lector de libros electrónicos, pero me ha parecido notable que el celo  por acercarse a los editores pueda estar llevando a gentes de Google a sostener esta clase de medias verdades, es decir, de mentiras.

[Publicado en adiosgutenberg]