Buena noticia

Estamos tan escasos de buenas noticias que hay tendencia a considerar como si lo fuese la de los auditores internacionales sobre el maltrecho estado de nuestro peculiar y dualista sistema financiero (políticos y banqueros en comandita). 
Una sociedad tan acostumbrada a la mentira tiene que soportar estas buenas nuevas con cierta calma, pero es cada vez más urgente que corrijamos el estilo y que no se diga, por ejemplo, que el señor Divar ha hecho un gran sacrificio. Mientras sigamos siendo siervos y adoradores de la hipocresía, no nos saldrán las cuentas y nadie nos comprará nada. 
Fides ex auditu

La mentira como sistema


Las revelaciones que ahora están poniendo de manifiesto, con toda clase de detalles, las persistentes y groseras mentiras con las que Zapatero y su Gobierno pretendieron ocultar a la opinión pública los detalles más vergonzosos de su negociación con los etarras, e incluso la mera existencia de cualquier clase de contactos, subrayan también  el cinismo hipócrita con el que se atrevían a acusar al PP de no apoyar un proceso que no consistía en otra cosa que en una  incomprensible, vergonzosa e insostenible claudicación ante los terroristas.
La verdad se ha acabado sabiendo con todo lujo de detalles, tal vez porque se estima que ya no puede hacer más daño a los intereses      electorales del PSOE; esta es, sin embargo una pretensión con muy escaso fundamento, porque va a ser muy difícil que los españoles olviden hasta qué punto Zapatero y sus adláteres, desde Jesús Eguiguren hasta Alfredo Pérez Rubalcaba, han pretendido engañarnos a todos, tomándonos el pelo de manera miserable al representar una mala comedia de enredo haciendo ver sus supuestas discrepancias y distintas sensibilidades.
La única pretensión de ese burdo teatro era  hacer más tolerable lo que nadie medianamente digno podría consentir, la supuesta conversión de criminales en ciudadanos falsamente pacíficos, la continuación del terror mediante otros procedimientos, en fin,  nada que se parezca en absoluto a lo único que una democracia que se respete debiera perseguir, y  había perseguido en efecto hasta que Zapatero traicionó el pacto antiterrorista al reunirse con los etarras al mismo tiempo que lo firmaba con Aznar, la derrota de los terroristas y el establecimiento de una auténtica libertad política en el País Vasco. Los resultados de esa traición a los principios de la democracia y a los intereses nacionales están bien a la vista, sin que el PSOE, por cierto, haya podido conseguir el menor rédito electoral de tan enorme error político, de algo que no se aparta mucho de lo que pueda considerarse una traición a los más altos intereses de la patria y del estado.
También en esto el legado que el PSOE le entrega al Partido Popular constituye una herencia envenenada. Nunca es tarde, sin embargo, para volver a hacer las cosas bien, especialmente porque los españoles no dejan de expresar tanto en las encuestas como en su voto, y en toda suerte de manifestaciones,  su rechazo mayoritario  a las falsas soluciones del terrorismo, su desconfianza completa en los apaños con una ETA tan mentirosa como criminal, y su oposición a las medidas de gracia inmerecidas con terroristas que ni se arrepienten de sus fechorías, ni entregan las armas, ni están dispuestos a ninguna forma de democracia que pueda significar que no se haga exacta y minuciosamente cuanto ellos quieren.
La mentira obtiene siempre frutos amargos. Es bastante sarcástico que quienes llegaron al gobierno acusando a sus rivales de mentirosos se despidan de su mandato en medio de una prueba tan resonante y espectacular de sus propias mentiras sistemáticas. La explicación es, por desgracia, bastante simple. Zapatero y los suyos han creído que podrían engañar a todos y siempre, que podrían salir indemnes de tanto embuste. No ha sido así. Los electores  los han despedido en buena hora, pero ahora tendremos que administrar con pulso firme y claridad de ideas las nefastas consecuencias de una política no solo mentirosa sino estúpida, supuestamente inspirada en esas pretenciosas buenas intenciones con las que están pavimentados todos los infiernos. 
El reino de las apps

Rubalcaba y el olvido

La larga carrera política de Rubalcaba parecía haber llegado a su culmen al convertirse en el sol naciente, no por tardío poco brillante,  en el declinar del zapaterismo. Pero una súbita inestabilidad, propiciada por la emergencia de una memoria que parecía amortizada por el ritmo trepidante de los tiempos, le coloca ahora a un paso de la extenuación, a punto de caer muerto ante la inminencia de lo inalcanzable de la meta. La revelación del contenido de las Actas de ETA no solo muestra de manera cegadora todo lo que el PSOE es capaz de arrojar por la borda cuando su navío se ve en un aprieto, sino que dibuja un Rubalcaba dispuesto a cargar con cualquier herencia con tal de seguir en esa carrera que ahora le lleva al abismo.  
El recuerdo de lo que hizo lo convierte en un guiñapo, en la caricatura de un líder. No hay que olvidar sus palabras. “ETA será criminal, pero nunca mentirosa”. Ahora no sabe qué decir ante la revelación de sus andanzas en una negociación necia y abocada a fracasar. Es posible que intente balbucir algo  parecido a “los españoles se merecen una ETA que no les mienta”, pero una muestra de su ingenio a destiempo podría ser la gota que colmare el vaso de la condena inapelable. No le valdrá, tampoco, refugiarse en el silencio porque los españoles saben bien que los políticos lenguaraces son tanto más elocuentes cuando nos dicen que nada tienen que decir.
Sobre su destino político se ha vertido un producto altamente tóxico, una verdad tan verosímil como inconveniente, que muestra su falta de escrúpulos, su posibilismo  rayano en la absoluta amoralidad. Con esa carga ha de afrontar, además, los falsos enigmas que rodean al caso Faisán, un asunto que también heredó pero en el que no quiso poner ni un gramo de decencia, confiando, como siempre, en la benevolencia de los fiscales, en la lentitud de la justicia, en el apoyo inequívoco y persistente de la prensa adicta, en la infinita credulidad de sus adictos. Nada bastará, porque lo que finalmente se evidencia es que los socialistas, con Zapatero a la cabeza y con Rubalcaba de especialista en simulaciones, estuvieron dispuestos a lo que fuere con tal de conseguir la apariencia de una rendición de la banda, la fotografía de un final feliz para el desdichadamente llamado proceso de paz. No les importó nada, Navarra tampoco, porque estimaban que el botín a conseguir merecía cualquier clase de dispendios, pero los errores acaban pasando siempre una factura tanto más dolorosa cuanto más a destiempo aparece al cobro.
Rubalcaba es un alquimista de la información, un hombre, sin duda habilidoso, capaz de disimular y de desinformar con la mejor de sus sonrisas, con una sinceridad tan apabullante como falsa. Ha jugado con fuego al imputar a sus adversarios conductas mentirosas porque ha hecho recaer sobre él una demanda especial de credibilidad y cuando, como ahora sucede, se le viene abajo todo el tenderete de sus artimañas, su auténtica condición aparece de manera especialmente obscena y sus mentiras se convierten en insoportables. Por si fuese poca carga tener que soportar las recomendaciones de Botín, ha caído sobre el PSOE la evidencia de lo que tan persistentemente negaron: su arreglo con ETA, su necia convicción de que podrían convertir a criminales avezados en sumisos concejales de izquierda dispuestos a apoyarles en cualquier tripartito. Ha caído sobre Rubalcaba todo el artificio de una legislatura lamentable, y pronto deseará que todo se disuelva en el olvido, pero ya es tarde también para esa salida piadosa. 
[Editorial de La Gaceta]

La España disparatada


Al menos desde el Goya de los sueños de la razón existe una tradición crítica que subraya la condición disparatada de buen número de fenómenos típicos de la vida española. Tengo para mi que la razón es que España, como Italia, y a pesar de todos los pesares, es un viejo país que las ha visto de todos los colores y que está sobradamente curado de espanto como para pretender que nuestros males se arreglen conforme a alguna especie de canon; de este modo, parece que preferimos que las cosas sigan como están, por absurdas que sean, porque, nunca se sabe que ocurriría si tratásemos de conducirlas al redil de lo razonable.  No en vano uno de nuestros héroes literarios es un loco ilustre y risible que siempre acaba peor parado que el prudente Sancho, alguien que jamás se metería dónde no le llamaran  y que, además, cuando lo hace, en la Ínsula Barataria, queda curado para siempre de cualquier ambición, de la menor tentación de inmiscuirse en lo que no le importa. Lo que me parece más sorprendente es que los años de democracia no hayan mejorado apenas este aspecto de nuestra vida colectiva, de manera que seguimos tolerando disparates con tanta resignación y mansedumbre como en los mejores tiempos, como si los costos del disparate lo pagase el Rey o alguien tan exento de responsabilidades como el monarca. Nos limitamos a ser, tras treinta años de democracia formal, disciplinados espectadores de lo que otros decidan y apenas se nos alcanza que tengamos alguna vela en este entierro.
Decía Azaña que, entre españoles, la mejor manera de ocultar cualquier cosa era escribirla en un libro, pero ahora podrían ponerse ejemplos todavía más sabrosos. A propósito del 23F, el Rey, sin ir más lejos, ha declarado públicamente con apenas semanas de intervalo, que él todavía no sabe lo qué pasó, para afirmar luego que ya se sabe todo y que lo que no se sabe se inventa.  Es obvio que Don Juan Carlos no trataba de sentar plaza de historiador, pero no deja de ser estupefaciente que dos afirmaciones como esas puedan hacerse de manera tan seguida, tal vez dependiendo del auditorio. El caso es que los españoles seguimos sin prestarle gran atención a las ideas, a esos asuntos de que se ocupan gentes generalmente ridículas y de aspecto miserable. Nosotros al negocio, que es lo nuestro.
Para que no se crea que hablo a humo de pajas me limitaré a proponer algunos ejemplos recientes, sacados de la prensa de esta semana, cosas que pasan y son absolutamente disparatadas pero a las que nadie parece prestar la menor atención. Según noticia de hoy mismo, los grandes directivos del Ibex se suben un 20% de media el sueldo, lo que es seguro que tendrá unos efectos muy positivos en una sociedad que se encuentra necesitada de noticias optimistas como la que acabo de recordarles, y a la espera de que en breve les ocurra lo propio. Imagino que muchos lectores estarán pensando que a qué me meto en lo que cada cual hace con su dinero, pero me parece que la cosa no es tan simple. El día que vea a Telefónica, a Telecinco, o a Iberdrola competir en un mercado verdaderamente libre, apenas tendré algo que decir, pero mientras sus actividades, sus tarifas, y sus suculentos beneficios, sigan dependiendo de favores y privilegios me parece que esa ostentación está ligeramente de más. Al tiempo, el Gobierno se pone ahorrativo y nos recorta diez kilometritos en la velocidad máxima, algo que a Zapatero le parece nimio, como le parecerá ocioso interesarse por el incremento de las retribuciones a los barandas de nuestras multinacionales.
Hoy también se ha sabido lo que va a pasar con los controladores, esos individuos que según Pepiño y Rubalcaba pusieron en riesgo al país y merecieron la declaración de un estado de alarma, pues bien el laudo les deja con unos 200.000 euros anuales, un salario digno, como se ve, mientras hay cirujanos, ingenieros, profesores o investigadores que apenas llegan a la centésima parte de ese sueldecito, para que no se niegue que estamos en una sociedad en la que, como dice la Constitución, se premia la competencia y el mérito.
Hay partidos que se dedican a proteger a sus corruptos para que no se piense mal del conjunto de los políticos, sindicatos que no reconocen los derechos laborales de sus contratados, subvenciones y premios a películas que nunca verá nadie, dinero a troche y moche para las cosas más absurdas y rescindibles mientras se estruja el bolsillo de los que trabajan por cuenta ajena, que son personas de bien y de natural solidario y que, además, no suelen caer en la cuenta de que esas chirigotas se pagan con sus dineros. Hace poco hemos celebrado un episodio grotesco, el 23F como si se tratase de una gran hazaña, de un motivo de gloria, claro que Bono también quiso ponerse una medalla por lo rápidamente que había salido corriendo de Irak. Esta España del disparate debería desaparecer, pero los que podrían lograrlo prefieren seguir gozando del espectáculo, sin ahorrar gastos.
[Publicado en El Confidencial]

Maneras de mentir

Por décima vez en más de cincuenta años ETA ha anunciado una especie de tregua. La experiencia y el sentido común indican que, como en otras ocasiones, tras el anuncio se ocultará alguna especie de trampa para osos, o para gobiernos mentirosos.
ETA es criminal, pero no tonta, y ha sabido colocar este ambiguo anuncio de manera estratégica. Para un observador imparcial no dejará de ser sorprendente la manera en la que ETA se hace cargo de la conveniencia del Gobierno de Zapatero, que es el gobierno de Rubalcaba en estas cuestiones. Resulta que Rubalcaba, con un Zapatero silente, dada la monumentalidad de sus errores en este enredo, ha venido haciendo unas tareas de aliño para facilitar la tregüita de ETA, y ETA no ha querido dejarle en mal lugar, ni causarle más cuitas a un ministro tan cuidadoso.
Incluso una organización tan autista como ETA ha entendido que no le convenía rechazar indefinidamente las muestras de consideración que le ha prodigado nuestro gobierno. Que si unos traslados por aquí, que si unos arrepentimientos por allá, que si unos milloncetes para Egunkaria…, los gestos han sido tan abundantes y delicados que hasta un ciego acabaría por ver en ellos un manifiesto deseo de agradar al que no sería cortés dejar en evidencia. De este modo, las equívocas medidas del gobierno acaban siendo engañosamente justificadas por una ETA más comprensiva que la del pasado, y lo que debiera ser considerado una traición a la democracia se convierte mágicamente en una especie de acierto preventivo.
El enredo se advierte muy bien cuando se analiza el tono del Gobierno en torno a la tregüita. Ahora resulta que se sienten escépticos ante el comunicado de ETA. Se ve que quieren dejar claro que ellos no tienen nada que ver, puesto que cuando admitieron, solemnemente, que sí tenían que ver, la ETA los puso a los píes de los caballos con el atentado/accidente de Barajas. Los que sigan creyendo que este gobierno es incapaz de aprender, harán bien en meditar sobre la política de prudentes y escaldados comentarios que ahora nos administran.
Este gobierno es constitutivamente incapaz de atenerse a cualquier régimen de principios, y, además, no sabe estarse quieto, de manera que se ha especializado en actividades escasamente confesables; no deberíamos extrañarnos, es un heredero posmoderno y retórico de la sabiduría chino-felipista sobre la indiferencia del color del gato cuando caza ratones. Su problema es que está por ver que las mentiras, muy gordas, barrocas y disfrazadas de entereza, de este gobierno sirvan para algo, es decir, para algo más que para salir del paso, que es la especialidad indiscutible de los alevines de Zapatero.

¿Nos gusta que nos mientan?

Una de las características que hacen interesantes, y peligrosas, a las personas es nuestra capacidad de disimulo, de mentir. Se trata de una amenaza que pende siempre sobre las relaciones humanas que, a medida que se hacen íntimas, tienden a consagrar un ambiente de confianza, de sinceridad, una atmósfera que, como todos sabemos, resulta arduo mantener. Curiosamente, lo que es válido en la vida común, no se puede aplicar inmediatamente a la política, por la sencilla razón de que el poder, por muy democrático que sea, tiende siempre a ocultarse y, con frecuencia, a mentir descaradamente. Revel decía, acaso con un punto de exageración, que la mentira es la primera de las fuerzas que rigen el mundo.
Una vieja canción infantil, ensartaba con humor unos embustes increíbles: “Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, tralará”. Al evocarla, pienso con frecuencia que podía verse como una poetización de la vida política en la que las mentiras se dicen con idéntico desparpajo. La mentira en política es un hecho tan cotidiano que nos obliga a preguntarnos si nos gusta que nos engañen.
Los amantes del cine recordarán el título de una excelente película de Steven Soderbergh, Sex, lies and videotapes; en ella, una memorable Andy McDowell descubría un chantaje emocional y el negocio que sus próximos hacían a costa de su engaño y, pese a estar enamorada, castigaba con el abandono a su pareja. Pues bien, lo notable es que esta conducta tan normal en la vida común no rige en la vida pública, seguramente porque es muy difícil ser independiente y comportarse de manera racional cuando se tiene interés por la política. Algo más fácil es ser indiferente y abstenerse, como lo prueba el alto número de ciudadanos que prescinden de su voto por unas u otras razones.
Este verano está siendo un vivero inagotable de mentiras de primer orden, de aquellas que casi no evitan el parecerlo. Por ejemplo, todo el proceso desencadenado en Madrid para desmontar a un tal Tomás, y no digo más, puede considerarse como un legítimo intento de presentar un rival de fuste a la presidenta Aguirre, pero se ha ofrecido como prueba de vitalidad del socialismo madrileño, como garantía de democracia interna, hasta el punto de que Trinidad Jiménez haya dicho, sin inmutarse, que Zapatero no había tenido nada que ver con todo esto, que su candidatura responde a un largo proceso de maduración y debate en el seno del partido, y nosotros sin enterarnos.
¿Es que de repente la bella Trini se ha vuelto mentirosa? En ningún caso: lleva un largo proceso de aprendizaje, como corresponde a una política que, pese a su juventud, ya ha gastado largos años al servicio de la propaganda. Basta con echar un vistazo a sus servicios en Sanidad. Vacuna Jiménez no ha tenido la más mínima duda en exagerar la importancia de la gripe A con el discutible propósito de hacer más relevante el cargo que desempeña, una cartera prácticamente virtual porque la sanidad está completamente transferida. Un político de su talla no puede conformarse con un marbete sin contenido, de manera que la gigantesca empresa de vacunación que concibió ha sido seguramente la más cara y más necia de las campañas de imagen.
Si lo pensásemos bien, deberíamos estar profundamente irritados ante tanta evidencia de que los políticos nos toman por tontos, de manera que debe haber una explicación para tanta complacencia boba con mentiras tan de bulto como las de Vacuna Jiménez. Los políticos no mentirían si no les resultase conveniente, si no supiesen que sigue existiendo un número suficiente de personas dispuestas a creerlos. Se trata, pues, de nuestra credulidad, de una candidez interesada y fingida, que funciona aunque esos creyentes sepan, y lo saben con frecuencia, que la verdad es que el rey está desnudo.
La mentira política es una manera de colocarse más allá del bien y del mal, de sustraerse a cualquier control. Son muchos los que piensan que ellos también se benefician de ese privilegio del poder absoluto, aunque solo unos pocos saquen alguna ventaja tangible del embuste. La mentira es un instrumento de discriminación, una manera de reconocer a los fieles, a los incondicionales. La tolerancia de los ciudadanos hace que los políticos tiendan a pensar que todo consiste en salir del paso, y que en política no se cumple aquello de que se atrapa antes a un mentiroso que a un cojo. Mentir, por si acaso, se convierte en norma de prudencia elemental: no vaya a ser que la gente se entere y lo pasemos mal.
Rubalcaba aumentó su bien merecida fama el día que, en plena jornada de reflexión, aseguró que merecíamos un Gobierno que no mintiese. Rubalcaba no estaba dando una lección de ética, sino que le convenía llamar mentiroso al PP para derrotarle con mayor facilidad, y no hubo más. Como Rubalcaba, los políticos mentirán mientras calculen que la mentira es rentable y que todavía les queda algún crédito para emplearla a fondo. Eso es todo.
[Publicado en El Confidencial]