Hay palabras que se ponen tan de moda que se convierten en una especie de talismanes, pero, en lugar de librarnos de algún peligro, lo que hacen es obligarnos a incurrir en todos los tópicos concebibles, convertirnos en esclavos de alguna supuesta sabiduría, rehenes de todos los malentendidos. He pensado en esto al ver unas declaraciones de Ferrán Adriá, según las cuales, «el sistema no aceptaba más el triunfo de El Bulli«. El sistema. Hay es nada. Una palabra que lo mismo se encuentra con Mario Conde, que ha escrito libros sobre el asunto, que en un indignado con cierta tendencia a la retórica comprensible, que en un editorialista de periódico progre.
Un sistema que no es sistema de nada, es más un síntoma que un sistema, es un indicio cierto de que el hablante cree poder pensar algo que no sabe decir, o que cree poder decir algo que no sabe pensar, que me da lo mismo. Es curioso que una palabra que en su intención inicial apuntaba a la claridad se haya convertido en una sima tan oscura, tan hosca. Pero parece haber premio para quien presume de conocerla al dedillo, de los que se han atrevido a mirar a los ojos de la bestia y saben actuar como si no fuera nada más que un tigre de papel.