Tengo la costumbre de seguir, con alguna frecuencia, los comentarios de los lectores en catalán cuando le echo un vistazo a la prensa de por allí, casi todos los días. Hay columnistas que no perdono nunca, el más destacado, a mi gusto, Enric Juliana, pero también leo con fruición a otros, en La Vanguardia o fuera, además del Sostres y el Espada, un género especial de catalanes que escriben para el exterior.
Me atrevo a decir que, entre los lectores que ponen la mano en el arado para decir lo que les pete, predomina un cierto energumenismo antiespañol, que, piénsese lo que se piense del asunto, no es leve, ni gracioso, pero ahora me interesan más otros aspectos de esa cosecha. De vez en cuando, se asoman a la pantalla comentarios y noticias que testimonian esa vieja costumbre catalana de tomarse las cosas a chacota, un humor como enjaulado y terrible que me alegra las mañanas. Sostres, en El Mundo, es un representante genuino y magnífico de ese tremendismo tan elegante.
A mi me divierte mucho, por ejemplo, que muchos barço-separatistas sigan despotricando contra el Real Madrid como equipo representativo de lo que creen España, sin caer en la cuenta, de cerca que lo tienen, de que el Barça es la columna vertebral y el cerebro, como mínimo, de la selección española, bicampeona de Europa y del Mundo. ¡Que mal han debido pasarlo este verano!
Hoy, aunque no sean textos anónimos, quiero dejar testimonio de dos catalanadas realmente notables. Curiosamente, ambas están unidas al Barça; una es la declaración de Joan Laporta sobre sus relaciones con Joan Carretero, otro que aspira a ser la personificación de la Cataluña independiente; Laporta ha asegurado que sus formaciones, que como decía Joaquín Garrigues de la suya, seguro que caben en un taxi, exploran formas de colaboración para encontrar «estrategias paralelas confluyentes«: debe ser consecuencia de la geometría variable que ha hecho genial el fútbol del Barça, pero ¡pobre Euclides!
Otra genialidad, esta vez admirable, ha sido la de uno de los ex vicepresidentes del Barça, el economista Sala i Martí, el de las chaquetas de colores insólitos, que, como todo el mundo debiera saber, es una auténtica eminencia, y que se ha negado a someterse al examen de catalán que ha establecido el tripartito de Montilla, pretendiendo ser más papista que el Papa. Un ¡olé!, por Sala, aunque probablemente no sea taurino, yo tampoco. Es insólito, y euforizante, que en una sociedad tan aborregada como la nuestra, tan mansurrona y poseída por una buena conciencia de consumo, esclava de verdades muy memas, un tipo como Sala, que es un millón de veces más catalán y catalanista que Montilla, se niegue a hacer ese estúpido y pueblerino examen, y amenace con quedarse en Columbia, donde hablará catalán siempre que pueda, pues es su lengua materna. Se agradecen, a finales de un verano largo y de espera tensa, estas muestras de genio, de culta barbarie, y de insumisión al designio universal y tiránico del zapaterismo, montillil en Cataluña, que nos ordena, manda y arruina.