Como hace dos años, como hace cuatro, el fútbol español se ha vuelto a poner de moda. Esta vez, más que las anteriores, se hace fácil contrastar sus éxitos, la aparente facilidad con que hacen lo que hacen, con la crisis económica, con cierto desánimo social.
Tengo para mi que el fútbol se presta a infinitos equívocos y que eso se debe, como pasa tantas veces, a su éxito. Las emociones no son las mejores ayudas para el talante reflexivo, y el fútbol dispara un comportamiento altamente emocional; sin embargo, no siempre los efectos de algo tienen que ver ni con su naturaleza ni con su historia, a veces son añadidos y, en otras ocasiones, constituyen una auténtica sorpresa. Algo de esto pasa con el fútbol una realidad que ya es relativamente vieja pero que ha llegado a su plenitud hace no mucho.
Su éxito puede ser un auténtico trampantojo, al menos a mi me lo parece. Lo diré de manera muy directa: el fútbol de primer nivel supone un trabajo pasmoso, es una auténtica industria, y el éxito personal de los futbolistas exige una preparación y un esfuerzo que están a la altura de las actividades más exigentes. Estos chicos que le dan al balón como si tal cosa son, en realidad, unos virtuosos, unos atletas y unos héroes. Solo acostumbramos a fijarnos en lo fácil que parece lo que hacen, cosa que subrayan, sobre todo, los que nunca han pisado un césped o han tratado de meter un gol, pero en realidad, su trabajo es arduo y muy, pero que muy competitivo. Son supervivientes de un proceso de selección extremadamente riguroso, y llegan a la cumbre tras mucho dolor y mucho sacrificio, a veces con toda una familia detrás de ellos desde los muy pocos años, como cualquiera que se proponga triunfar tiene que hacer, solo que a la cumbre del fútbol apenas llegan unas docenas.
Los críticos del fútbol abundan. Sus argumentos son de circulación muy fácil, todavía cotizan en la bolsa intelectual, pero basta detenerse unos minutos a pensar en lo que hay detrás de este espectáculo cósmico (un 85 por ciento de españoles que veían la tele en ese momento estuvieron viendo el partido de España contra Portugal), para reparar en que deberíamos aprovechar la oportunidad de estar arriba, como ahora nos pasa, para tomar ejemplo. Si tuviésemos unos cuantos personajes en distintas esferas como Casillas, Iniesta o Ramos nos iría mucho mejor, no tengan duda. Y no lo digo solo por lo de las banderas, que tampoco está mal: lo digo porque son ejemplares y eso es siempre algo que permite el estímulo, la emulación. Y esto lo escribí, además, antes de que supiese si, como esperaba, ganaríamos a Italia o terminarían pasando los persas, como en el poema de Kavafis. Adversus mathematicus