En un país con una cultura política tan propensa al mesianismo y a la negación, los resultados electorales deberían ser tomados como una auténtica revelación, como lo que son, la expresión de la voluntad popular. No es lícito reducir la democracia al voto, pero sin voto cualquier pretendida democracia es una forma de escamoteo, un fraude, por buenas que supuestamente sean las intenciones de quienes pretendan prescindir del recuento.
Las elecciones del pasado domingo resultan particularmente luminosas. Dicen a las claras que el PSOE debe retirarse del primer plano y reflexionar muy a fondo, puesto que ha obtenido los peores resultados que se recuerden, y en casi todas partes. Si el señor presidente del gobierno, responsable de todos y cada uno de los desastres que amenazan con reducir a la insignificancia al PSOE, el partido que ha ejercido más poder y durante más tiempo desde 1977, persiste en perjudicar a la nación, será severamente censurado, por los suyos y por la historia, por todos. El regalo que ha hecho a los chicos de la pistola bate cualquier record de incompetencia y mala fe.
No es que la convocatoria de elecciones inmediatas le convenga al PP, en realidad podría convenirle lo contrario, sino que no se puede gobernar un país que ha manifestado de manera tan rotunda su desacuerdo con una gestión que, no se olvide, aunque sea incoherente ha sido muy ideológica, de manera que, con buen sentido, el electorado no ha distinguido ni de candidatos ni de convocatorias, y ha despedido al zapaterismo con cajas bastante destempladas. En realidad, ha sido piadoso con lo que se merecía, y cuanto más espere el señor Zapatero a entregar las llaves de la Moncloa, mayor será el castigo.
El PP ha obtenido unos resultados excelentes, mejores que los de 1995, un año antes de ganar las elecciones generales por un margen muy estrecho, y mejores también que los de 2007, con algunas victorias muy sonadas como la de Castilla la Mancha, Cantabria, o las de Sevilla y Córdoba, por señalar algunas capitales simbólicas.
Hay algunos resultados que, sin embargo, deberían servir a la dirección del PP para tratar de mejorar la calidad de su servicio a los españoles. Está, en primer lugar, el caso asturiano que muestra claramente que lo importante son los electores, y no los cuadros, y, cuando no se tiene en cuenta esa regla, se produce un descalabro que debería ser fácil de corregir, para no acabar llegando a una situación tan lamentable como la de Navarra. Algo parecido se puede decir de los resultados de Madrid capital, ya que el casi 6% de ventaja que saca en el municipio la candidatura de Esperanza Aguirre a la de Ruiz Gallardón muestra con claridad que los votantes prefieren a quien dice lo que piensa que a quien hace lo que se le ocurre, y gasta como si fuésemos ricos.
Estas elecciones habían creado una cierta expectativa contraria a ciertas formas muy rígidas del bipartidismo, y, de alguna manera, se ha producido una corrección de esa tendencia. La aparición de UPyD ha sido más intensa y meritoria de lo que se pudiera esperar, dadas las dificultades de un partido tan pequeño para romper el cerco. Su aparición agrava la situación del PSOE, que aparece literalmente emparedado por su derecha y por su izquierda, puesto que IU crece, en general, aparece UPyD, y el PP no pierde nada especialmente significativo. También el PP deberá empezar a pensar que ya no sirve la contraposición pura y dura porque ha aparecido un competidor en el centro mismo del espectro. No es que UPyD tenga un panorama risueño por delante; es muy fácil equivocarse cuando se tiene que pelear a babor y a estribor, y errores de ese tipo llevaron al CDS a sucumbir por completo tras tener resultados espectaculares. En esas posiciones los yerros y el oportunismo se castigan con mucha severidad.
El PP ha tenido unos resultados que invitan a pensar que ya no debería de temer al voto del miedo que la izquierda agita con tanta insistencia en su contra; los candidatos más rotundos en su ideología y en sus programas, como Esperanza Aguirre, José Ramón Bauzá o Luisa Fernanda Rudí, han obtenido un resultado espléndido. Esta es una de las lecciones que también cabe extraer de la petición de que “no nos mientan” que es una de las más repetidas por los acampados menos seguros de que la solución sea algo así como el castrismo que otros añoran. Por lo demás, ese movimiento apenas ha tenido incidencia electoral alguna, pese a que se registre un aumento significativo de votos en blanco, especialmente en Cataluña.
España se ha despertado dándose cuenta de que ya no es socialista. Ahora hace falta que los españoles se atrevan a mirar al futuro con determinación y esperanza, y que los políticos sepan recordarles que la sangre, el sudor y las lágrimas merecen la pena porque una vida sin libertad y sin esfuerzo no es atractiva para nadie, y solo puede llevar a la miseria y a la consunción, algo que nadie desea.