La realidad y el deseo

El hermoso título de Luis Cernuda puede servirnos para analizar el momento extraordinariamente equívoco que está viviendo la política española. La cobardía de los líderes políticos y la irresponsabilidad cósmica del presidente están evitando que se afronte con la debida profundidad la inaplazable reflexión sobre nuestro futuro común. Antes, según se nos cuenta, esperábamos que la Virgen del Pilar arreglase el panorama, ahora ZP tiene los ojos puestos en Obama, pero, en cualquier caso, no salimos de milagreros. La verdad es que no nos faltan motivos para serlo porque no deja de ser un milagro cotidiano que algunas cosas sigan funcionando medianamente bien visto el nivel de los responsables.

Tendríamos que ponernos a discutir seriamente sobre el futuro económico de España, sobre qué queremos ofrecer al mundo, a un mercado cada vez más abierto, más cambiante  y más competitivo, dándonos cuenta de que se nos han acabado ya las ayudas que venían de nuestro bajo nivel de desarrollo y de costes salariales, que el modelo de crecimiento del ladrillo ha colapsado y que nuestro nivel de dependencia energético y tecnológico es altísimo, además de que otras formas de ingreso, como el turismo, están seriamente en entredicho. No lo hacemos y las consecuencias de no hacerlo a tiempo serán peores, brutales, dramáticas.

Tendríamos que ponernos a discutir seriamente nuestro sistema político. Tal como vamos, nos acercamos de manera alarmante a un régimen de partido único, con un bipartidismo más aparente que real, porque la oposición se quedaría en una situación subordinada, como cuando Fraga, para que nos entendamos, sin ninguna posibilidad seria de cambiar el Gobierno ni, menos aún, de introducir nuevos aires de libertad y de cambio en un sistema oligárquico y coronado. Los que gozan de sus beneficios no están dispuestos a ponerlo en entredicho y nos llenan cada día la cabeza de grandes palabras, de enormes mentiras para seguir tirando, para tratar de escapar de forma milagrosa al desastre de una democracia desvitalizada.

Tendríamos que ponernos a discutir seriamente la viabilidad del sistema autonómico sometido a una revolución estatutaria permanente inducida por la loca carrera de todos contra todos que se desata inevitablemente entre el “yo más” y el “para mi lo mismo”. No vamos a poder soportar el coste de unas administraciones que crecen sin control y sin sentido. No lo hacemos porque preferimos pensar que no hay límite a la locura identitaria que nos arrebata, al agudísimo síndrome de paletismo, miopía e ignorancia con el que se encuentran a su pleno gusto y se reconfortan cada vez más españoles.

Tendríamos que caer en la cuenta de que no hay manera de sostener el gasto sanitario y de frenar la dilapidación de recursos en educación con los resultados que están a la vista de todos. Tenemos más de setenta universidades perfectamente insignificantes;  Madrid tiene catorce y Cataluña doce, pero la calidad brilla por su ausencia.

Tendríamos que pensar en que lo de la Justicia no admite ya más remiendos y que nuestra partitocracia es, a todas luces, excesiva y un sinfín de cosas más. Pero no lo hacemos y, sobre todo, no lo hacen quienes más obligación tienen de hacerlo, los partidos políticos dedicados a la pesca del voto, unos con más eficacia otros con mayor desgana, olvidándose por completo de su misión constitucional y desatendiendo sus obligaciones patrióticas más elementales: decir a los españoles lo que de verdad está pasando y qué creen que se puede y se debe hacer para arreglarlo.

La política española está hundida en la inanidad, víctima de un absoluto irresponsable y de unos adversarios incapaces de hacer ver a los votantes los riesgos en que incurre y las barbaridades que perpetra. Zapatero se inventa fondos de solidaridad o de diversidad o de lo que fuere con cargo a un déficit que va a acabar siendo colosal, pero es porque los ciudadanos siguen creyendo en la gratuidad del maná presupuestario, porque nadie les ha explicado que tendremos que pagar esas deudas a un costo altísimo y durante muchísimos años, aunque eso no le importe nada al temerario presidente.

No conozco ningún caso, pero es posible que haya españoles tranquilos y esperanzados porque Zapatero tiene un faro, un horizonte, una esperanza. Hace solo unas horas, ha deslumbrado al mundo con unos análisis de lo de Obama que deberían ser de obligada lectura en las escuelas. Fíjense como remata con su brillante dialéctica de lo concreto: “La victoria de Obama ha traído fuerzas nuevas al bando (sic) de la política. Aún a sabiendas de la frágil textura de las ilusiones humanas, sólo se puede hacer política con ilusión. El mismo representa el triunfo de la ilusión. Su victoria es una parte importante de la victoria. Y si la política ha producido cambio, ahora le toca al cambio producir política. No es fácil, nunca lo es, pero se puede”. Todavía habrá algunos, cenizos, antipatriotas y antiguos, que digan que ZP improvisa.  

[publicado en El Confidencial]