Una cámara de TV ha sorprendido al presidente de la Generalidad de Cataluña mientras copiaba atentamente de una mínima tarjeta para estampar su firma en un libro de dedicatorias. Si la gente supiese observar, ese detalle tendría un enorme valor. Nadie observa nada, sin embargo, porque se ha extendido la idea de que lo anormal es lo corriente, y que de nada hay que extrañarse; hemos sido tan abiertos en admitir lo que haga falta, que hemos llegado a prohibir las contradicciones, y, por ello, a ser incapaces de detectar la hipocresía o la mentira, por ejemplo. Santiago González, en su espléndido blog, llamaba la atención, hoy mismo, sobre el hecho de que un menor (o una menor, a saber) pueda cambiar de sexo, pero no se pueda revelar nada sobre su identidad, precisamente por ser menor.
La contradicción que afecta a Montilla es de enorme importancia. Un personaje que está dispuesto a enmendar la plana al Tribunal Constitucional sobre un asunto, como mínimo, intrincado y gravísimo, no es capaz de escribir una dedicatoria sin copiar de una chuleta. Ortega habló en su momento de la separación entre la España real y la España oficial, pero ahora estamos en una esquizofrenia más terrible, la que nos lleva a admitir que un individuo absolutamente incompetente desde el punto de vista intelectual y cultural pueda ser un líder nacional.
La democracia parece habernos servido para entronizar la vulgaridad y la mansedumbre, pero no para mucho más. Tardaremos en salir de este estado de inconsciencia, y ello nos costará grandes disgustos, porque nos afectan problemas para los que no existen chuletas en ninguna parte.