¡Por fin!


El último pleno del Congreso ha puesto fin a la legislatura más estéril y  absurda de la democracia, y aunque se hayan guardado las formas de la cortesía, se percibía con claridad que el fracaso político de la izquierda va a pasarles una factura muy gravosa. No bastan ahora los piadosos deseos zapateriles de que a los españoles nos vaya bien para olvidar la numerosa cohorte de disparates que hemos debido de soportar y que continuaremos pagando durante mucho tiempo.
El error principal del presidente del gobierno, que ha afectado a cuantos le han apoyado durante estos largos años, sin atreverse a discrepar ni a tratar de poner coto a la sarta de errores de todo tipo que ha encadenado hasta hace solo unos meses, ha sido la de confundir sus ilusos deseos con la tozuda realidad, creer que la confianza económica podría regenerarse engañando a los electores con afirmaciones voluntaristas, absolutamente impropias de un político profesional, sobre la solidez de la economía española, la solvencia de nuestro sistema financiero o, ya en el plano de lo directamente jocoso, las bondades de las bombillas de bajo consumo, el avance en las libertades que constituye la prohibición de fumar,  o el poder salvífico de las medidas ecoambientales.
Este gobierno se despide de los españoles con un balance desastroso, que no ha concluido en el precipicio, gracias a una intervención exterior que ha dejado en evidencia las carencias políticas y técnicas del gabinete y ha convertido a España en un país bajo permanente vigilancia; pero con haber sido la economía un auténtico dislate, no ha sido éste el flanco más dañino de su política.
Zapatero ha intentado reformar la Constitución por la puerta falsa y ha traicionado el espíritu y la letra de nuestra Carta Magna, jugando a arrinconar a la mitad, como mínimo, del electorado español al presentar a la derecha y al PP como los enemigos de nuestro bienestar, de las autonomías o del progreso. No ha dudado en dividir al país y en incitar a los enfrentamientos con tal de intentar una ventaja electoral tan precaria que, finalmente, se transformará, con toda probabilidad,  en un desastre para su partido.
El PSOE es una de las columnas políticas sobre las que se asienta la democracia española, y ha sido una irresponsabilidad supina que haya tratado de expulsar al adversario del campo de juego, empeño inútil y muy pernicioso que ha estado a punto de hacer naufragar al sistema mismo, traicionado de manera alevosa desde dentro. Es de esperar que los socialistas aprendan la lección y se limiten a competir con limpieza, sin cambiar las reglas de juego a mitad de partido, abusando de su mínima ventaja. Por el bien de España hay que esperar que no se repitan tamaños intentos.
El señor Bono se ha despedido como es, con un discurso vacuo y repleto de hipócrita buena intención, como dando a entender que su petición de perdón apenas tiene sentido. Sin embargo, bajo su mandato, la Cámara ha tenido bien amordazada a la libertad política, y su rigidez y manías se han impuesto como grandes reglas de sabiduría política, lo que no es el caso. Ha aprovechado su influencia para cortar de raíz las pesquisas sobre una serie de irregularidades urbanísticas que le beneficiaron, al menos de manera indirecta, y ha sometido a la Cámara a un reglamentismo que aborta la espontaneidad y la deseable viveza de la Cámara.  Anteayer mismo cometió su penúltima torpeza al quitar el uso de la palabra al líder de la oposición cuando éste se disponía a cerrar con cortesía su duro alegato político.
La democracia española ha dado muestra de su solidez al sobrevivir a los vaivenes del zapaterismo, pero no convendría abusar de su paciencia. 
Una opinión seguramente equivocada sobre las redes, pero es la mía